Bienvenidos a nuestro paseo semanal. Hoy vamos a la tiendita de la esquina. Generalmente se conocían por el nombre del propietario y casi literalmente había una en cada esquina; allí vendía azúcar, frijol, arroz, y granos de todo tipo, rigurosamente pesado en las basculas que tenían a la vista en el mostrador donde colocaban la mercancía en un platillo y en el otro iban colocando unas pesas para verificar el gramaje exacto; la mercancía se envolvía en cucuruchos de papel estraza y no se caía ni un grano de arroz.
Los refrescos, venían en botellas de vidrio y cuando uno no llevaba el casco como le llamábamos al envase, pagábamos el importe, el equivalente al 50% del precio de la bebida, cantidad que nos era rigurosamente retornada cuando regresábamos el casco.
En la casa nos bañábamos con agua caliente gracias a los calentadores de leña; para ello se requerían los "combustibles" que vendían precisamente en las tienditas de abarrotes; eran unos envoltorios rellenos de aserrín con petróleo; y se introducían en la puertita de los boilers, y los prendíamos con cerillos, porque no había encendedores.
En las tienditas de la esquina se vendía petróleo que se usaba para las lámparas pues no todas las casas contaban con el servicio de energía eléctrica; las estufas eran de carbón que se introducía abajo del pretil donde estaban los quemadores o las parrillas. Así se cocinaba.
Chécalo:
En las tienditas también vendían el carbón que servía para calentar las planchas en los anafres sobre una rueda de fierro para que no se manchara la ropa.
Hablamos de la Guadalajara de los años 40 y 50 así que los lectores jóvenes no piensen que los recuerdos de este tranvía pertenecen a mis andanzas en el Arca de Noé en su barca en tiempos del diluvio universal.
Los refrescos eran botellas de vidrio; cuando uno compraba el refresco sin llevar el envase, se pagaba el importe, equivalente al 50% del precio de la bebida, cantidad que era rigurosamente retornada cuando el casco se regresaba.
A la entrada de las tiendas, estaban los enfriadores; unas grandes cajas de metal que las refresqueras y cerveceras les suministraban a los tenderos para vender sus productos; allí se colocaban las botellas y se mantenían frías las bebidas gracias a los trozos de hielo picado que se colocaban en esos refrigeradores primitivos.
Los mas modernos tenían la tapa deslizable y otros una simple tapa de lámina con una asidera. En la parte exterior estaban los destapadores con un contenedor que recibía las corcholatas y así se evitaba que estuvieran en el suelo sea en el interior de la tienda o en la banqueta.
Cuando comprábamos refrescos, nos dábamos el tiempo para sacar del recipiente las corcholatas buscando los premios que venían impresos abajo del corcho. Las marcas refresqueras tenían promociones de jarras, vasos, charolas y utensilios de cocina y venían impresas en la parte interna de las corcholatas y bastaba quitarles el corcho para averiguar si encontrábamos el premio que lo podíamos reclamar en la misma tiendita.
Como Guadalajara era pequeña, toda la gente se conocía; en muchas tienditas se fiaba; así, cuando íbamos a comprar nuestra tarjeta de crédito era: -dijo mi mamá que se lo apunte en su cuenta- ahí sí que eran créditos a la palabra.
Puntualmente cada fin de semana iban mis Papás a cubrir su cuenta y también a ponerse al día con los chismes del vecindario. Y la historia continuará la semana próxima.
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Hablamos de la Guadalajara de los años 40 y 50 así que los lectores jóvenes no piensen que los recuerdos de este tranvía pertenecen a mis andanzas en el Arca de Noé.