Hemorragias espontáneas podrían evidenciar un trastorno de la coagulación que, sin atención adecuada, ponen en riesgo la vida; se estima que 75% de las personas no reciben un tratamiento adecuado y oportuno, que ayude a evitar complicaciones o una situación de emergencia.
Algunos trastornos de la sangre son: hemofilia congénita, hemofilia adquirida, deficiencia de Factor VII y trombastenia de Glanzmann, conocidos como “desórdenes raros de la coagulación” que requieren de un tratamiento oportuno para atender a las personas que los padecen y evitar que presenten complicaciones.
Estos padecimientos, aunque son poco frecuentes, pueden provocar desde sangrados de larga duración, lesiones en mucosas, tejido subcutáneo, hasta daños en órganos internos, en particular a mujeres después del parto y adultos mayores.
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De acuerdo con la Dra. Marilyn Mendoza Baquedano, enlace médico-científico de Biofarma para Novo Nordisk, este tipo de padecimientos, se deben a la incapacidad del organismo para producir el elemento necesario que permite que la sangre coagule cuando se requiera o a una falla en el funcionamiento de los elementos que forman la cadena de coagulación.
La hemofilia adquirida, es una enfermedad en la que una persona con un sistema de coagulación previamente sano desarrolla anticuerpos contra el factor VIII de la coagulación, al año una de cada millón de personas es diagnosticada en el mundo, sin embargo, se desconoce qué lo provoca, pues al menos un 50% de los casos tiene causas desconocidas.
En la Deficiencia de Factor VII, provoca eventos hemorrágicos al reducirse los niveles en la sangre de este factor de coagulación; en México se carece de datos estadísticos certeros, pero se estima que una persona de entre 500 mil padecen la enfermedad y pudiera presentar hemorragias intracerebrales o en articulaciones.
Aunque menos frecuente, es la Trombastenia de Glanzmann que al tener un origen hereditario impide la función de las plaquetas, al evitar que se agreguen de manera correcta entre sí para detener las hemorragias. Su incidencia es de un caso por cada millón de personas, y se caracteriza por sangrados de larga duración, principalmente en la infancia.