La impunidad de la que goza el crimen organizado, hace de México un escenario de riesgo para documentalistas y periodistas que tienen en común retratar la realidad. Tales actividades implican arriesgarse la vida.
El documentalista Everardo González y Paula Saucedo, activista de Artículo 19, compartieron el protocolo, porque están conscientes de que en México es sinónimo de jugarse la vida, así se trate de grabar en una sierra dominada por grupos delincuenciales, o acudir con cámara en mano a un mercado donde se desconoce que fuerzas oscuras controlan “el territorio”; o como lamentablemente le sucedió a Daniel, Salomón y Marco, estudiantes de cine de Guadalajara cuyo error fue introducirse en la casa equivocada sin saberlo.
“Pertenezco a una generación de cineastas a quienes les tronó la guerra enfrente. No éramos corresponsales de guerra y la violencia nos explotó en la cara. Éramos de la primera generación de Reforma y Milenio”, afirmó Everardo González, quien es director de La libertad del diablo, cuyo guion elaboró en mancuerna con el periodista Diego Enrique Osorno.
México, considera, ha cambiado mucho respecto a la época que retrató en su documental Los ladrones viejos: “En ese tiempo había mucha ingenuidad. Hoy, meterse a Coahuila, a la sierra, es complicado, por eso creo que es relevante, porque no hay espacio seguro”, contó.
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Un ejemplo paradigmático de que en México se ha vuelto peligroso filmar lo que sea, sin importar el contenido del documental o película de ficción, es lo que ocurrió con los estudiantes de cine desaparecidos y asesinados en 2018 en Guadalajara.
“Filmar la realidad se ha vuelto un riesgo, aunque filmes la vida en un mercado. Y lo que está mal es el Estado, que no otorga seguridad. Y cuando nuestro trabajo depende del mercado, que es muy caprichoso y le importa poco el riesgo del equipo de producción, simplemente si no les interesa el trabajo, se guarda en gaveta y todo se fue a la basura, porque la película no será vista”, informó González.
Explicó que cuando filmaron La libertad del diablo, una forma de protegerse fue no generar rumores en las poblaciones, acudir a zonas neutras y no vulnerar territorios dominados por grupos criminales; tampoco depender del cine directo que apela al sensacionalismo porque implica muchos riesgos.
Paula Salcedo, miembro de Artículo 19, aclaró que el contar con protocolos no va a evitar que suceda algo, y menos en un país tan peligroso como México, pero sí puede generar redes de contacto y apoyo para enfrentar mejor ciertas situaciones. Por ejemplo, ellos monitorean con herramientas digitales a los compañeros que realizan trabajo documental en ciertas zonas.
“El tener esas redes de apoyo, el estar monitoreados, al menos sí hará que mi familia me encuentre, aunque no sea en las mejores condiciones; que el impacto sea menor a lo que ocurriría cuando ni siquiera tenemos acuerdos con otras personas, o cuando no se comparten protocolos sobre cuáles acciones se pueden hacer para prevenir un asalto, qué hacer durante y qué hacer después”, relató Salcedo.
Everardo González consideró que en México sí existe riesgo a la libertad de expresión no en términos de los años 70, pero sí de forma sutil, por ello es tiempo de unirse y cerrar filas y puso como ejemplo: “La desaparición del FONCA es un atentado contra la libertad de expresión. Otro atentado es el ataque a la FIL por fobias ideológicas y políticas, lo cual nos daña a todos, porque son espacios de las ideas y siguen siendo dependientes de inversiones públicas en todo el mundo. Sólo nos quedaría el mercado, al que no le interesa necesariamente la libertad de expresión, sino el producto que va a ser consumido. Dejar a merced de la iniciativa privada lo que nosotros hacemos, achicando al Estado, es un atentado contra la libertad de expresión y el derecho a la cultura. Y a todo eso se suma la militarización del país”.