La escasez de agua ha sido una constante en el Área Metropolitana de Guadalajara y desde hace varios siglos quienes habitaron la ciudad tuvieron que ingeniárselas para garantizar el abasto y cubrir sus necesidades. En donde había asentamientos como el Centro tapatío se han encontrado galerías filtrantes que funcionaron para traer agua desde la zona de Colomos, así como pozos que eran muy comunes en sitios de concentración masiva e incluso en viviendas particulares.
Recorrimos el Centro Cultural El Refugio donde todavía hay muchas dudas respecto a los túneles que ahí se encontraron hace una década, pues ha sido difícil su exploración y para sorpresa de todos conservan agua limpia. Para ingresar tuvieron que acordonar el área y por protocolo primero bajaron tres elementos de Protección Civil Municipal, mientras los demás detrás de la línea amarilla que delimitaba la zona de riesgo esperábamos indicaciones.
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El primero en bajar fue Luis Alberto Rodríguez Camberos, director operativo en Tlaquepaque quien traía un medidor para conocer el porcentaje de oxígeno que debía mantenerse entre el 20.8% y el 21% para garantizar la seguridad al interior. El silencio era obligado para todos en la superficie pues en caso de una emergencia quienes estaban dentro pedirían auxilio, para eso ya estaba montado todo un equipo y la línea de vida y tras unos minutos de inspección por parte de los expertos autorizaron que David Tamayo, mi compañero fotógrafo y yo bajáramos.
Él no dudó, ya estaba listo con el traje especial pero a mí me costó varios minutos asimilar la aventura y luego de agarrar valor decidí entrar y comenzar a bajar los casi 7 metros en línea recta por unas escaleras metálicas tipo marino un poco corroídas por la humedad al interior.
Ya en los últimos escalones empecé a sentir el agua fría y cómo las botas de hule que me quedaban flojas se ajustaban a causa de la presión del agua. Una vez pisando dentro del pozo empezamos a recorrer el túnel hacia la derecha donde debíamos ir con una separación de alrededor de dos metros uno de otro, cuidando siempre la oxigenación.
Fueron casi 25 metros caminando por la parte subterránea de uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad con dirección a donde en superficie se encuentra la capilla y el famoso piano ubicado en lo que ahora es un museo que alberga las mejores piezas hechas de barro por artesanos de todo el país.
En algunos tramos el agua llegaba casi a la cintura y al pisar se sentían desniveles o bordos y continuamos recorriendo apoyados por lámparas especiales hasta que el aparato que mide oxigenación indicó que era necesario regresar, para de nuevo subir de uno en uno y ver de nuevo la luz del sol iluminando uno de los tantos jardines del bello recinto. Fue un recorrido que hizo tenerle respeto a los túneles.