Trabajar en una ladrilllera, subsistir de ella, implica poner en riesgo la salud e incluso la vida, por el contacto con todo tipo de parásitos, por el lodo y las aguas negras utilizadas en la mayoría de las ocasiones. Quienes laboran ahí terminan levantando durante el día varias veces su peso. No es el gran negocio, sirve para sobrevivir y muchas veces es difícil salir de ahí, involucrarse es casi como autosentenciarse a morir ahí. Son pocos, contados con los dedos de la mano, los que logran superarlo… Aurora ha hecho historia al trabajar ahí y ser una doctora quiere volver a ayudarlos.
Por lo pronto, académicos de la Universidad de Guadalajara presentan resultados de cuatro investigaciones enfocadas en el gremio, y se reunirán para ofrecer alternativas de solución.
Les queda claro, porque así lo han visto de cerca durante su investigación, que muchos viven y laboran en condiciones infrahumanas. La pobreza y la falta de oportunidades les casi obliga a involucrarse en este tipo de actividades. A lo mejor sus carencias continúan, pero les dará para sobrevivir.
ENTRE LOS RIESGOS DE SALUD E INTERMEDIARIOS
Todo lo que pasa en torno a ellos queda descrito en las cuatro investigaciones hechas por académicos de la Universidad de Guadalajara (UdeG), que realizaron sus estudios desde octubre de 2017 a marzo de este año.
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Empieza todo -según coinciden en las investigaciones- cuando intentan acercarse la materia prima, el principal factor es el agua, cómo conseguirla, y por lo tanto muchos terminan cediendo a fuentes que derraman aguas negras cargadas con altos porcentajes de parásitos.
Además de que sus jornadas laborales rebasan cualquiera de los modelos en la Ley Federal del Trabajo, puesto que están seis, ocho, diez horas o hasta más trabajando, todo el tiempo se la pasan agachados o en posturas comprometedoras que terminan generando trastornos músculo–esqueléticos derivados de su actividad laboral,
El constante contacto con polvo altamente contaminado les genera problemas respiratorios que desarrollan.
LA POBLACIÓN LADRILLERA
Fueron objeto de estudio dos comunidades de ladrilleros de Tonalá, y los resultados preliminares reflejan lo que sucede en otras del mismo municipio, y de Jalisco, uno de los estados que destaca en el país como productor de ladrillo artesanal y cuenta con dos mil 500 ladrilleras distribuidas en todo el estado, de las cuales casi 50% se encuentran en la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG).
Sólo en Tonalá hay alrededor de 500; en cada una laboran hasta 12 personas, entre trabajadores y sus familias que viven de la elaboración del ladrillo. Muchos de ellos en colonias como Santa Paula, Jauja, Santa Isabel, Guadalupana la Punta, entre otras.
Los ladrilleros, en términos generales, conforman familias extensas. Viven juntos los padres, hijos y abuelos, y si tienen posibilidades de emigrar de acuerdo con los requerimientos de su trabajo, lo hacen, describió la jefa del Departamento de Salud Pública del CUTonalá, Imelda Orozco Mares.
Ellos trabajan en terrenos arrendados por un fabricante. A éste le venden la materia prima que elaboran. Les paga alrededor de 400 pesos por mil ladrillos, según reportes de la investigadora del Centro Universitario de Ciencias de la Salud (CUCS) y académica del CUTonalá, Genoveva Rizo Curiel.
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Durante la investigación se detectaron jornadas de trabajo de seis, ocho, 10 o más horas de trabajo. De acuerdo con información proporcionada por Laura Karina Salas Salazar, coordinadora de la licenciatura en Salud Pública del CUTonalá, los trabajadores no suelen contar con seguridad social, ni Seguro Popular.
“El ingreso no les ayuda para adquirir una vivienda propia con todos los servicios y modificar su estilo de vida, y la cultura de muchos de ellos ocasiona que no le vean sentido a adquirir una casa: responden: ‘¿Para qué? Si conseguimos otro trabajo, nos vamos a vivir a otro lado’. Ellos no piensan en el futuro”, contó Orozco Mares.
Al final, las condiciones de vida se extienden al hogar y es frecuente que todos los miembros de la familia vivan en un cuarto redondo, sin servicio de drenaje y agua potable, por lo que suelen no bañarse seguido. Esto sucede, sobre todo, en las familias de ladrilleros nómadas que llegan a un lugar y se instalan donde pueden. El trabajo suele iniciar a las 5:00 horas.
DE LAS LADRILLERAS A LA SALUD
Aurora Ocampo Ventura, egresada de la licenciatura en Salud Pública del Centro Universitario de Tonalá (CUTonalá), logró concluir una carrera universitaria y tal vez muchos no pudieran ver en esto algo extraordinario, sin embargo lo hizo en contra de pronósticos y superó infinidad de barreras; ella salió de las ladrilleras. Hoy ha vuelto, pero para investigarlas, detectar problemas de salud y atender a los suyos.
Viene de la comunidad de ladrilleros en la colonia La Guadalupana, en Tonalá, casi sin servicios, pero donde reside desde niña. Aurora logró terminar su licenciatura en 2017 con un promedio de 92: “En el día hacía mis tareas, o incluso con ayuda de una veladora cuando era en la noche, o a veces, jalábamos la luz con un cable”, contó la egresada.
Aurora, quien nació en el seno de una familia de siete hermanos, el 21 de julio de 1990, dice que trabajó en la elaboración del ladrillo de los seis a los 11 años: “Era muy pesado, yo levantaba el ladrillo del suelo y le quitaba la costra. Debe hacerse esto rápido porque si uno tarda, el sol lo endurece y es más difícil”, describió.
Ella confirma cómo los niños se involucran en el trabajo más pesado: “Mis hermanos y yo acarreábamos el ladrillo para que mi mamá hiciera la trincha (formar una especie de barda o muro de ladrillos para que les dé el aire y se sequen rápido). Recuerdo que me dolían los pies por andar de un lado a otro, también la espalda por estar mucho tiempo inclinada, pero uno de chico es más flexible, por lo tanto las dolencias no eran tan intensas”, agregó.
“He de confesar que a mí me tocó trabajar menos que a los dos más grandes. Ellos sólo terminaron la primaria, y de ahí se fueron a hacer ladrillo”, dijo.
Explica que “después de concluir sexto año, mis papás no tuvieron dinero para que yo siguiera estudiando, así que opté por la secundaria abierta, después entré a la Escuela Vocacional de la UdeG”.
Aurora se fue desprendiendo de la actividad del ladrillo, pero siempre ha tenido que trabajar para aportar a la economía de su familia. A la edad de 11 años, Aurora ayudó a una de sus hermanas a vender ropa, después entró a una tienda en la calle Medrano, posteriormente, en la universidad vendió fruta, verdura y dulces, todo para poder estudiar. Contó que llegaba muy cargada al CUTonalá, que en ese entonces no contaba con tiendas, ni cafetería.
Hace un paréntesis y recuerda: “En ocasiones me preguntaba, ¿por qué me tocó ser pobre? Después pensaba: ‘No, no, todo esfuerzo tiene su recompensa”, describió.
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“En el último semestre de preparatoria recuerdo que ya no podía. Le dije a mi mamá: ‘Ya no puedo. Tengo que quedarme muy tarde en la escuela porque aquí no tenemos Internet, ni computadora y me cuesta trabajo hacer mis tareas’. Ella me respondió: ‘¿Cómo vas a dejar la prepa si sólo te falta un semestre?’”.
“Hablé con una maestra que era psicóloga. Ella me dio ánimos. Yo pensé: ‘Tiene razón, sí puedo’”, se convenció.
Aurora colabora en investigaciones académicas enfocadas en estudiar a la comunidad de ladrilleros de Tonalá, quiere regresar a su comunidad y “seguir ayudando a mi comunidad y echar a andar proyectos que la beneficien, como la posible instalación de una cisterna para captación de agua para la colonia; y además, tengo entre mis planes estudiar una maestría relacionada con el control de calidad de los alimentos”, destacó.
Los resultados servirán como base para crear una estrategia conjunta y multidisciplinaria, impulsada por académicos, en la que estudiantes del Centro Universitario de Tonalá (CUTonalá), orientados por sus profesores, sumen esfuerzos y contribuyan para presentar soluciones a las autoridades correspondientes, que permitan mejorar las condiciones insalubres y la pobreza en algunas colonias sujetas de estudio.
IDENTIFICAN LOS PARÁSITOS
Las investigaciones de los académicos de la Universidad de Guadalajara contemplan varios escenarios, uno de ellos el de la salud y es ahí que en una muestra de 53 personas de una comunidad ladrillera de Tonalá, se han detectado casos con sintomatología que indica la presencia de parásitos intestinales, como lombrices y amibas.
La doctora Rizo Curiel dio estas cifras y detalló que en otra investigación, con un número similar de personas objeto de estudio, los resultados fueron muy similares.
Otros indicadores que hacen sospechar la presencia de parásitos son diarreas frecuentes (en 32.1% de los casos); náuseas o vómito (26.4%); dolor abdominal (22.6%); inflamación abdominal (18.9%) y pérdida de peso (11.9%), informó Rizo Curiel.