/ lunes 29 de abril de 2024

Incertidumbres, crónica de una pandemia | Misterio del mar: Sirenas

"Un día tuve una visita, se trataba de una amiga del padre de mi hija Sofía quien había sido presa de los engaños y fraudes de parte de él"

Me buscó para contarme que lo tenía localizado, que deseaba demandarlo y que para ello necesitaba mi autorización. Se había enterado que él había secuestrado a mi hija y quería que nos apoyáramos para demandarlo. Yo accedí a ayudarla sólo moralmente, porque ya lo había demandado y no quería ocasionarle más daño a mi hija.

Estaba convencida que él debía responder por lo que había y continuaba haciéndole a las personas; tenía que haber una consecuencia por todo el daño que había ocasionado, así es la ley.

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En ocasiones fue difícil para mí entender que la vida es vida, con sus claroscuros y nada más. Sí, la vida es difícil, pero está en nosotros tratar de hacerla más placentera o por lo menos más llevadera, buscando herramientas para superar los obstáculos que se nos presentan y al final del día observar que todo abona a nuestro crecimiento emocional.

He comprendido que existen momentos de felicidad, pero también de preocupación y tristeza, porque se nos olvida que el estar feliz es solo un estado de ánimo y no una permanencia, como nos lo han hecho creer últimamente en redes sociales, “tienes que buscar la felicidad a toda costa” pero más bien es la alegría que tenemos que buscar en cada cosa que experimentamos, así sea en una situación complicada o dentro de nosotros mismos. Dicen que Dios es más cercano a las personas que sufren y que ese sufrimiento es el que nos enseña algo importante para nuestra evolución.

Existe gente buena, pero también gente mala, es así nuestro mundo, como en la naturaleza y el reino animal, debe haber un equilibrio en el universo. El animal más fuerte se come al más débil, nos guste o no, y lamentablemente también pasa entre humanos, hasta entre parejas y por lo mismo es que existen guerras y hechos incomprensibles. La racionalidad del ser humanos nos debe conducir a un mundo de justicia e igualdad, para acabar con ese prejuicio de que el más fuerte debe prevalecer sobre el más débil.

Nuestro corazón no debería cerrarse al amor y la compasión, porque de lo contrario, estaríamos perdidos. Una vez una tía materna me explicó la diferencia entre los términos sagacidad y astucia. La persona sagaz es alguien inteligente, intuitivo, despierto, con buenas intenciones; una persona astuta es hábil para engañar, busca lograr cualquier fin a toda costa, persona que se cree inteligente por encima de los demás con intenciones maliciosas pero que se maneja con cautela, justo así podría definir al padre de mi hija Sofía.

Esa mujer que me visitó, conocida del padre de Sofía, me hizo recordar la leyenda de la sirena de la Roca de Lorelei recreada en el río Rhin en Alemania, un lugar mágico y con atmósfera misteriosa difícil de olvidar, tema que sirvió de inspiración para artistas como John William Waterhouse, que retrató magistralmente estos seres enigmáticos. Desde siempre me sentí atraída por la historia mitológica de estos seres antropomorfos, es decir mitad ser humano y mitad animal, que tanto en los cuentos, como en las películas animadas podríamos encontrar desde nuestra infancia. Nos narraban la historia de esos seres híbridos femeninos con la capacidad de convertirse en humanos completos, enamorados de un hombre de carne y hueso, que al final de la narrativa romántica, después de haber pasado toda una odisea de conflictos, finalmente la sirena regresaba a su lugar de origen para obtener la aprobación de su padre y casarse con “el amor de su vida, con aquel príncipe azul” para vivir felices por los siglos de los siglos.

Sin embargo, el lado obscuro y tenebroso del mito en otros siglos, era que esos seres vinculados a la imagen de la mujer la mostraban como “pecadora y malvada, ya fuera una urraca o un pez” según la mitología o el siglo en el que se presentaba la historia, claro está. La mujer, sí o sí, estaba destinada a pasar como una mujer traicionera según la ideología machista de las épocas pasadas, la cual se divertía cantando por las noches sobre un risco en el mar, mientras veía su vanidad por medio de un espejo que reflejaba la luz de la luna, peinando su larga cabellera dorada para atraer a los marineros, quienes, embrujados por la belleza de su cántico, encallaban sus barcos por la distracción fantasmagórica de la imagen y por la fuerza del mar. Narraciones como ésta, trágicas y deplorables, catalogaban a la mujer como malvada y embustera. Después, a mediados del siglo pasado, nos endulzaban esas historias a todas las niñas, haciéndonos creer que la vida, el noviazgo y el matrimonio era un cuento de hadas, una novela de amor con final feliz, y no se diga a las adolescentes, con esas telenovelas de “la pobre se casa con el rico” y vivieron felices por siempre.

Descubrí a lo largo de mi vida que la mujer es mal vista si se defiende, si habla, que debería de ser sumisa y esperar un matrimonio color de rosa con expectativas muy altas, todo eso lo descubrí a golpe de fracasos.

De repente vino a mí una epifanía sobre esa mujer del pasado, una mujer que vino para revelarme cosas de él y escribí el siguiente cuento:

Un día de junio arribó desde las profundidades del océano y de la clandestinidad una sirena de nombre Marina. Ella me contó que se sentía enojada y buscaba venganza, por haber confiado en un hombre, el cual yo conocía. De principio me confesó que le cantó al oído, seduciéndola con palabras embusteras, por lo que ella decidió abandonarlo y nadar en otros mares. Vivió contenta con su vida, nadaba por aquí y por allá, jugaba bajo la luz del sol y sentía los granos de sal sobre sus labios carnosos mientras reía.

Una noche de luna llena, la sirena se sentó en un risco, cantaba conmocionada por la belleza de los rayos lunares que bañaban sus cabellos amielados, cuando se percató que aquel hombre, que la había enredado, la observaba de lejos.

Por venganza de haberlo dejado, él se acercó a ella nuevamente para atraparla en sus redes de engaños. Cayó Marina en las redecillas de aquel viejo amor. Pero la traición no se hizo esperar y aquel caballero se convirtió en lo que siempre fue, en un demonio que ella, en su inocencia se negaba ver.

Él se transformó en el monstruo de las profundidades, Leviatán, bestia marina de la mitología hebrea con piel escamosa y endurecida por sus resentimientos, que gozaba hacer el mal a escondidas, bajo las sombras. Pero cuando la luz de la verdad iluminaba su rostro, el escudo era la mentira y sus palabras intrincadas eran su justificación.

Me estremecí al escuchar sus intenciones de venganza, quería que el Dios Neptuno le ayudase, mandándole con la espuma del mar dos caballos marinos con una carroza de gran tamaño, hecha de coral y un regimiento de soldados escualos y sirenos para enfrentarse cara a cara con él, y comenzar una gran batalla marítima. Sin embargo, necesitaba algo de mí, una caja que yo tenía guardada, la cual había limpiado de cosas que ya no deseaba cargar para ir sanando y liberarme del veneno que alguna vez Leviatán inyectó en mí, debido a una gran mordida que me propinó, herida que aún me ha costado sanar.

Decidí ayudarla, así que subí a lo más alto de un promontorio para buscar la caja que había pensado no abrirla más, dejar ese baúl de recuerdos ahí, en el olvido hasta que un día fuera necesario volverla a abrir. No creí que ese día llegara tan rápido, no estaba en mis planes remover el pasado, pero como dicen “hay que mover el agua sucia para que salga la limpia” así que lo hice, removí el océano entero abriendo “una caja de Pandora marítima”.

En muchas ocasiones necesite de la ayuda de otras mujeres, pero celosamente me la negaron o simularon ayudarme. Hoy una mujer sirena me necesitaba y muy probablemente esa ayuda que por tanto tiempo esperaba y que ahora estaba dispuesta a otorgarle también me traería justicia, así que lo hice, con toda la desconfianza del mundo me aventé al mar y me arriesgue, ya nada tenía qué perder.

Te recomendamos → Mujeres nayaritas requieren que se les empodere económicamente: INMUNAY

Marina navegó por días en la búsqueda de Leviatán, no fue tarea fácil, pero ella y su brigada lograron encontrar su escondrijo.

Esperé el desenlace lejos del campo de batalla marino, aguardando el momento en el que los náuticos me mandaran alguna respuesta. La hermosura y el cántico de la sirena Marina llevó a Leviatán a su perdición, quien fue tragado por el abismo profundo del mar y se ahogó, se ahogó con sus propias artimañas, con sus propios fraudes y sus innumerables líos. La sirena regresó triunfante a mi encuentro y nadamos juntas en las profundidades de la alegría y la justicia agradeciendo a Neptuno por su ayuda incondicional. Continuará.

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    Estaba convencida que él debía responder por lo que había y continuaba haciéndole a las personas; tenía que haber una consecuencia por todo el daño que había ocasionado, así es la ley.

    Podría interesarte:

    En ocasiones fue difícil para mí entender que la vida es vida, con sus claroscuros y nada más. Sí, la vida es difícil, pero está en nosotros tratar de hacerla más placentera o por lo menos más llevadera, buscando herramientas para superar los obstáculos que se nos presentan y al final del día observar que todo abona a nuestro crecimiento emocional.

    He comprendido que existen momentos de felicidad, pero también de preocupación y tristeza, porque se nos olvida que el estar feliz es solo un estado de ánimo y no una permanencia, como nos lo han hecho creer últimamente en redes sociales, “tienes que buscar la felicidad a toda costa” pero más bien es la alegría que tenemos que buscar en cada cosa que experimentamos, así sea en una situación complicada o dentro de nosotros mismos. Dicen que Dios es más cercano a las personas que sufren y que ese sufrimiento es el que nos enseña algo importante para nuestra evolución.

    Existe gente buena, pero también gente mala, es así nuestro mundo, como en la naturaleza y el reino animal, debe haber un equilibrio en el universo. El animal más fuerte se come al más débil, nos guste o no, y lamentablemente también pasa entre humanos, hasta entre parejas y por lo mismo es que existen guerras y hechos incomprensibles. La racionalidad del ser humanos nos debe conducir a un mundo de justicia e igualdad, para acabar con ese prejuicio de que el más fuerte debe prevalecer sobre el más débil.

    Nuestro corazón no debería cerrarse al amor y la compasión, porque de lo contrario, estaríamos perdidos. Una vez una tía materna me explicó la diferencia entre los términos sagacidad y astucia. La persona sagaz es alguien inteligente, intuitivo, despierto, con buenas intenciones; una persona astuta es hábil para engañar, busca lograr cualquier fin a toda costa, persona que se cree inteligente por encima de los demás con intenciones maliciosas pero que se maneja con cautela, justo así podría definir al padre de mi hija Sofía.

    Esa mujer que me visitó, conocida del padre de Sofía, me hizo recordar la leyenda de la sirena de la Roca de Lorelei recreada en el río Rhin en Alemania, un lugar mágico y con atmósfera misteriosa difícil de olvidar, tema que sirvió de inspiración para artistas como John William Waterhouse, que retrató magistralmente estos seres enigmáticos. Desde siempre me sentí atraída por la historia mitológica de estos seres antropomorfos, es decir mitad ser humano y mitad animal, que tanto en los cuentos, como en las películas animadas podríamos encontrar desde nuestra infancia. Nos narraban la historia de esos seres híbridos femeninos con la capacidad de convertirse en humanos completos, enamorados de un hombre de carne y hueso, que al final de la narrativa romántica, después de haber pasado toda una odisea de conflictos, finalmente la sirena regresaba a su lugar de origen para obtener la aprobación de su padre y casarse con “el amor de su vida, con aquel príncipe azul” para vivir felices por los siglos de los siglos.

    Sin embargo, el lado obscuro y tenebroso del mito en otros siglos, era que esos seres vinculados a la imagen de la mujer la mostraban como “pecadora y malvada, ya fuera una urraca o un pez” según la mitología o el siglo en el que se presentaba la historia, claro está. La mujer, sí o sí, estaba destinada a pasar como una mujer traicionera según la ideología machista de las épocas pasadas, la cual se divertía cantando por las noches sobre un risco en el mar, mientras veía su vanidad por medio de un espejo que reflejaba la luz de la luna, peinando su larga cabellera dorada para atraer a los marineros, quienes, embrujados por la belleza de su cántico, encallaban sus barcos por la distracción fantasmagórica de la imagen y por la fuerza del mar. Narraciones como ésta, trágicas y deplorables, catalogaban a la mujer como malvada y embustera. Después, a mediados del siglo pasado, nos endulzaban esas historias a todas las niñas, haciéndonos creer que la vida, el noviazgo y el matrimonio era un cuento de hadas, una novela de amor con final feliz, y no se diga a las adolescentes, con esas telenovelas de “la pobre se casa con el rico” y vivieron felices por siempre.

    Descubrí a lo largo de mi vida que la mujer es mal vista si se defiende, si habla, que debería de ser sumisa y esperar un matrimonio color de rosa con expectativas muy altas, todo eso lo descubrí a golpe de fracasos.

    De repente vino a mí una epifanía sobre esa mujer del pasado, una mujer que vino para revelarme cosas de él y escribí el siguiente cuento:

    Un día de junio arribó desde las profundidades del océano y de la clandestinidad una sirena de nombre Marina. Ella me contó que se sentía enojada y buscaba venganza, por haber confiado en un hombre, el cual yo conocía. De principio me confesó que le cantó al oído, seduciéndola con palabras embusteras, por lo que ella decidió abandonarlo y nadar en otros mares. Vivió contenta con su vida, nadaba por aquí y por allá, jugaba bajo la luz del sol y sentía los granos de sal sobre sus labios carnosos mientras reía.

    Una noche de luna llena, la sirena se sentó en un risco, cantaba conmocionada por la belleza de los rayos lunares que bañaban sus cabellos amielados, cuando se percató que aquel hombre, que la había enredado, la observaba de lejos.

    Por venganza de haberlo dejado, él se acercó a ella nuevamente para atraparla en sus redes de engaños. Cayó Marina en las redecillas de aquel viejo amor. Pero la traición no se hizo esperar y aquel caballero se convirtió en lo que siempre fue, en un demonio que ella, en su inocencia se negaba ver.

    Él se transformó en el monstruo de las profundidades, Leviatán, bestia marina de la mitología hebrea con piel escamosa y endurecida por sus resentimientos, que gozaba hacer el mal a escondidas, bajo las sombras. Pero cuando la luz de la verdad iluminaba su rostro, el escudo era la mentira y sus palabras intrincadas eran su justificación.

    Me estremecí al escuchar sus intenciones de venganza, quería que el Dios Neptuno le ayudase, mandándole con la espuma del mar dos caballos marinos con una carroza de gran tamaño, hecha de coral y un regimiento de soldados escualos y sirenos para enfrentarse cara a cara con él, y comenzar una gran batalla marítima. Sin embargo, necesitaba algo de mí, una caja que yo tenía guardada, la cual había limpiado de cosas que ya no deseaba cargar para ir sanando y liberarme del veneno que alguna vez Leviatán inyectó en mí, debido a una gran mordida que me propinó, herida que aún me ha costado sanar.

    Decidí ayudarla, así que subí a lo más alto de un promontorio para buscar la caja que había pensado no abrirla más, dejar ese baúl de recuerdos ahí, en el olvido hasta que un día fuera necesario volverla a abrir. No creí que ese día llegara tan rápido, no estaba en mis planes remover el pasado, pero como dicen “hay que mover el agua sucia para que salga la limpia” así que lo hice, removí el océano entero abriendo “una caja de Pandora marítima”.

    En muchas ocasiones necesite de la ayuda de otras mujeres, pero celosamente me la negaron o simularon ayudarme. Hoy una mujer sirena me necesitaba y muy probablemente esa ayuda que por tanto tiempo esperaba y que ahora estaba dispuesta a otorgarle también me traería justicia, así que lo hice, con toda la desconfianza del mundo me aventé al mar y me arriesgue, ya nada tenía qué perder.

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    Marina navegó por días en la búsqueda de Leviatán, no fue tarea fácil, pero ella y su brigada lograron encontrar su escondrijo.

    Esperé el desenlace lejos del campo de batalla marino, aguardando el momento en el que los náuticos me mandaran alguna respuesta. La hermosura y el cántico de la sirena Marina llevó a Leviatán a su perdición, quien fue tragado por el abismo profundo del mar y se ahogó, se ahogó con sus propias artimañas, con sus propios fraudes y sus innumerables líos. La sirena regresó triunfante a mi encuentro y nadamos juntas en las profundidades de la alegría y la justicia agradeciendo a Neptuno por su ayuda incondicional. Continuará.

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