En el marco del Festival Internacional de Cine de Guadalajara edición 36 que iniciará el 1 de octubre, este viernes 23 de septiembre se inaugura la Muestra Internacional de Cine Guatemalteco.
En entrevista con El Occidental Edgar Barillas, fundador de la Asociación Guatemalteca del Audiovisual y la Cinematografía -AGAcine-, fundador de la Comisión de Investigación del Arte en Guatemala, que funciona como ente asesor del Ministerio de Cultura y Deportes, Coordinador Ejecutivo de la Red Centroamericana y del Caribe del Patrimonio Fílmico y Audiovisual, dijo que cineastas mexicanos usaron como laboratorio a Guatemala para sus proyectos fílmicos.
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El también realizador y guionista de documentales académicos y educativos, que ha escrito numerosos artículos sobre el cine guatemalteco, manifestó su beneplácito por estar en el FICG36 y que se conozca el cine de su país.
Lamentó que a diferencia de México que tiene las películas originales de sus inicios, Guatemala las perdió por sucesos que devastaron a su país debido a los terremotos registrados en 1917 y otro en los años 20.
Del 24 al 26 de septiembre en la Sala Cineforo a las 18:00 horas se proyectarán las películas de esta muestra de cine patrimonial
El cine en Guatemala comenzó a proyectarse a pocos meses de la presentación de los hermanos Lumiere en el Gran Café del bulevar de los Capuchinos, París, 1895. Ya para las primeras décadas del siglo XX se tienen referencias hemerográficas de filmaciones realizadas en el país y comienzan a surgir algunos nombres de películas y realizadores guatemaltecos. Lamentablemente solo se conservan filmes desde 1926, noticieros silentes en soporte de nitrato de celulosa, de los cuales se conserva una buena parte en la Cinemateca Universitaria “Enrique Torres”. ¿A qué se debe la ausencia de imágenes en movimiento anteriores a ese año? Una de las explicaciones más repetidas es que todo vestigio de cine se destruyó con los terremotos ocurridos entre diciembre de 1917 y enero de 1918, en que la capital de la República fue devastada y con ella las salas de cine existentes. Volver a levantar la ciudad de entre los escombros no fue tarea fácil, porque en medio de aquel desastre, una dictadura de 22 años estaba siendo hostilizada hasta que cayó en 1920, relató.
Así que los cines, los restaurantes, los hoteles, en fin, todos los emblemas de la modernización urbanística solo comenzaron a tener vida hacia mediados de la década de los años veinte. Otras causas, al igual que en otras latitudes, son la descomposición química de los materiales, la venta al extranjero y no hay que olvidar la algarabía infantil de ver los colores que salían de la incineración de los nitratos, agregó.
A partir de aquellos años "tenemos imágenes en movimiento que paulatinamente se han ido recuperando y, en algunos casos, resguardando adecuadamente, lo cual no oculta que la mayor cantidad de filmaciones se ha perdido o no se ha encontrado", refirió.
La muestra patrimonial de cine guatemalteco que presentamos en este Festival Internacional de Cine de Guadalajara es heterogénea y pretende hacer visibles algunos momentos clave de la cinematografía guatemalteca, aunque no tenga un ordenamiento cronológico, subrayó Barillas.
El primer día se exhibirá El Sombrerón, la primera película realizada y producida por guatemaltecos (no había cineastas mujeres en las primeras décadas del cine guatemalteco), siguiendo la huella dejada el año anterior en el primer largometraje de ficción coproducido entre Guatemala y México: Cuatro vidas. El Sombrerón, 1950, dirigida por Guillermo Andreu Corzo, adaptó para la pantalla un radioteatro basado en líneas generales en la leyenda popular guatemalteca de un duende que luce como un gran charro mientras enamoraba a las jóvenes bonitas.
La influencia de la comedia ranchera mexicana de la época se hace notar, aunque el acento sea guatemalteco: haciendas de ganado, empresarios agrícolas, el cura del pueblo, los personajes de los barrios populares y mestizos del área rural, los tríos interpretando boleros y, cómo no, la marimba. Todo ello en el contexto de una revolución que duró una década pero que marcó un antes y un después en la historia del país.
El segundo día "veremos dos realizaciones del prestigioso periodista y escritor mexicano que se trasladó a Guatemala a trabajar comercialmente y para los gobiernos revolucionarios: Miguel de Mora Vaquerizo".
Con la influencia del cine indigenista del “Indio” Fernández y otros realizadores mexicanos y la interpretación en el papel protagónico de Stella Inda, la “mamá” en Los olvidados, de Buñuel, la ficción de De Mora, discurre entre una voz en off y diálogos en Zutuhil (con subtítulos) y castellano, presentando el caso de la violación de una indígena que pone al descubierto el racismo, la discriminación y la explotación que sufren los pueblos indígenas en el continente, en plena efervescencia de las teorías del relativismo cultural y el indigenismo latinoamericano.
Esta fue la primera película guatemalteca en participar en el Festival de Cannes en 1951. Para completar el panorama del trabajo de Juan Miguel de Mora en Guatemala, se presentará el cortometraje de la campaña presidencial de Jacobo Arbenz Guzmán, quien llegaría a ser el “segundo presidente de la Revolución guatemalteca”: Pueblo en Marcha, 1950. Las dos películas darán el adecuado marco histórico para la presentación del largometraje del cineasta guatemalteco homenajeado en este festival, Luis Argueta.
Y el tercer día, la muestra patrimonial concluirá con un noticiero de 1927, un cortometraje experimental de 1977 y un documental del corte clásico de denuncia realizado en 1978.
El noticiero es una de las primeras películas filmadas en Guatemala que se conservan. Con intertítulos que describen las escenas de la excursión organizada por la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, lleva al espectador a visitar el sitio arqueológico maya de Quiriguá, el pueblo de afrodescendientes, Livingston (Labuga) y el río Dulce, que conecta el lago más grande del país con el mar caribe.
En el caso del cortometraje experimental, un escritor, Manuel José Arce; un músico, Joaquín Orellana; y un cineasta, Rafael Lanuza, unieron sus talentos para presentar una caótica pero interesante propuesta de un pueblo, Chinautla, famoso por su artesanía de barro que es víctima su vecina, la gran ciudad, que destruye no solo el medio sino los sueños y a pesar de ello la población de origen maya resiste y sigue creando figuras de barro donde los ángeles son el elemento icónico.
Cierra la muestra con un documental de Luis Argueta y David Temple.