Tuvieron que pasar 17 años para que el majestuoso espectáculo de danza, música y canto Riverdance regresara a México, con el pretexto de haber cumplido 25 años de recorrer los escenarios del mundo y compartir la historia, el misticismo de las danzas tradicionales de Irlanda y otras las de otras partes del mundo.
El evento comenzó a las 20:30 horas, con una entrada moderada, en la primera de las dos funciones que este numeroso elenco ofreció en el Auditorio Nacional, como parte de su tour internacional.
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Tras un video que recordaba los grandes logros de esta compañía, alrededor de 16 bailarines, la mitad hombres y la mitad mujeres, evocaron con el zapateo de sus pies el recuerdo de los ancestros celtas y nórdicos que en contacto con la naturaleza comprendieron, con asombro, el movimiento de los elementos, pero sobre todo el del poder del fuego, la furia solar masculina que interpretaron como forma de una gran carreta.
Tras un canto que sonó como mil voces que traían a la memoria el misterio de algunos peces que nadan a contra corriente; la libertad femenina y su sensual goce se hizo presente con una desafiante coreografía interpretada sólo por mujeres, que bien podría recordar a alguna especie de fiesta pagana.
Como siempre se ha caracterizado en esta compañía, uno de sus grandes atributos fue la interpretación de música en vivo, que de pronto permitía destacadas muestras de virtuosismo de cada uno de sus músicos, que desde las flautas, el violín, el saxofón y las percusiones, interpretaron tanto música celta y otros géneros como el jazz y el rock, una muy equilibrada fusión.
Entre los mitos que fueron revividos con el zapateo casi bélico de los bailarines, fue el de la locura de Mad Sweeney o Suibhne, quien recorre desde la Edad Media los territorios irlandeses, en búsqueda de la cordura, tras haber realizado una alta traición.
En una vista mucho más contemporánea, el espectáculo dio la oportunidad de ver conjugados otros tipos de danza, que, como la irlandesa, hacen del zapateo su principal medio de comunicación. Así fue que el flamenco de Andalucía apareció en plena confrontación con los pasos irlandeses para encontrarse así en el mismo ritmo.
Como una alusión, no sólo al transito de las danzas irlandesas, sino al devenir de todo un pueblo, en un acto se hizo referencia a los primeros migrantes que en el siglo XIX cruzaron el atlántico, cargando consigo sus ilusiones, historia y tradiciones al continente americano.
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Después de ello, ya bien plantados en finales del siglo XX y lo que va de este, en las calles de Brooklyn en Estados Unidos, los danzantes de esta compañía entablaron una batalla callejera, con bailarines de tap, quienes en sincopados movimientos comenzaron a sonar al mismo ritmo. Acto seguido, el espectáculo dio un ejemplo del reconocimiento de la otredad, al presentar una muestra de danza rusa.
Ya casi al término del espectáculo, todos los integrantes salieron, precedidos por una voz que hacía énfasis en el hecho de que todos, al final de cuentas como humanidad formamos parte de la larga jornada que lleva de camino a casa. Al final, tras los agradecimientos, los danzantes y los músicos pidieron también aplausos para las otras generaciones de bailarines que han formado parte de este sueño irlandés a lo largo de 25 años.
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