Uno de los edificios más bellos de la ciudad e incluso del país es el que por mucho tiempo se conoció como Hospicio Cabañas y hoy es Museo Cabañas y a eso se debe su nombramiento como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Se encuentra en el centro de Guadalajara, muy cerca de la Catedral y del Teatro Degollado y para llegar es sencillo, sobre todo si lo haces caminando y atraviesas la Plaza Tapatía llena de puestos donde venden ropa y artesanías que encantan a mexicanos y extranjeros.
Conforme te acercas disfrutas de su majestuosidad, al ver de lejos la cúpula y las columnas sosteniendo el edificio que enfrente tiene sillas y bancas en forma de magos adornando la explanada, hechas por el artista tapatío Alejandro Colunga capaces de encantar a chicos y grandes. Adentrándonos en el Cabañas, ahora conocido como Museo Cabañas, deberás saber que se trata de un edificio de estilo neoclásico diseñado por el arquitecto español Manuel Tolsá y construido por su alumno José Gutiérrez.
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Su nombre tiene que ver con el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, quien pidió su construcción para apoyar a las personas más necesitadas, principalmente niñas y niños y por eso se conoció por décadas como Hospicio Cabañas. Comenzó a funcionar en 1810 en medio de la guerra de independencia de México y para el último cuarto de siglo pasó a manos del gobierno, pero retomó sus funciones humanitarias a partir de 1900.
Tiene un frontón liso sostenido por seis columnas dóricas y ahí ahora está una taquilla, así como una pequeña tienda de artículos para llevar de recuerdo y una paquetería, porque no permiten ingresar con mochilas o bultos grandes. En su interior se encuentran dos capillas, una de ellas la mayor que tiene la gran cúpula, 23 patios de distintos tamaños, 72 pasillos y 106 cuartos, datos que impresionan a quien los escucha en medio del recorrido, pues pocos se imaginan la magnitud del recinto. Lo que más les gusta además de escuchar un poco de la historia, es apreciar los murales hechos por José Clemente Orozco, uno de los principales exponentes del muralismo mexicano cuya obra engalana el recinto.
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En 1937 José Clemente Orozco comenzó a pintar el interior de la capilla mayor y son 57 frescos los que se aprecian, todos reflejando una parte de la historia de México. Uno de ellos es “El hombre de fuego”, considerado como el más importante en la carrera del muralista, porque está pintado a 27 metros del suelo, justo en la cúpula y tiene una longitud de 11 metros. Lo que más llama la atención es la capacidad del muralista para lograr que si uno camina por debajo sin despegar la vista del “Hombre de fuego”, parece que tiene movimiento.