/ lunes 8 de abril de 2024

Incertidumbres, crónica de una pandemia | Aprendiendo a soltar a la distancia se ama

Llegó el 19 de diciembre del 2022, lo inminente sucedió; sólo mi esposo y yo nos enfermamos del Covid­19

Era una noche fría y solitaria, había caído una ligera llovizna.

Yo caminaba apresurada por una callejuela entre los muros rugosos de los edificios de la ciudad y la bruma de los candiles que iluminaban el brillante pavimento color hierro grisáceo.

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Mi corazón se aceleraba cada vez con mayor intensidad provocando en mí un sentimiento de ansiedad.

Solo escuchaba el estruendoso sonido de mis zapatos golpear el piso y el latido de mi corazón palpitante lleno de incertidumbre.

Mientras avanzaba veía la amenaza de una rata a mi paso, era grande, peluda y se movía hacia mí moribunda con los ojos rojos. Perdió el equilibrio, se desvaneció y vomitó un líquido viscoso y rojizo sobre el asfalto húmedo.

La repulsión invadió mis sentidos a la par de que yo iba avanzando por las calles hasta toparme con cientos de ellas, el terror me hizo presa de un paralizante pánico. Un grito ahogado me estrujó la garganta sin poder emitir el sonido por completo.

El ambiente era nauseabundo, percibía un olor fétido y ferroso. Sentí como algunas perlas de sudor corrían sobre mi frente. Corrí hasta lo que yo creí era mi casa, abrí la puerta con brusquedad y encontré a una pobre mujer desconocida, tendida en una cama. Me acerqué a ella y observé que tenía unos enormes ganglios hinchados en su cuello, de ellos supuraba un liquido sanguinolento y maloliente.

Me pedía ayuda, decía que la fiebre y el dolor la estaban matando; de repente la habitación se plagó de ratas por todos lados, iban muriendo una tras de otra. Llegó un hombre vestido de negro con una máscara que identifiqué como la de un carnaval veneciano, me aterrorizó en cuanto lo vi pero en realidad se trataba de un médico que se cubría de lo que pensé era la Peste Negra de la Edad Media.

Me daba a oler unas hierbas en un saquito de muselina blanca, de la cual comenzaron a salir gusanos blancos, aventé el saquito gritando; desperté de mi pesadilla sobresaltada con mi pijama empapada en sudor y sin poder respirar.

Busqué de inmediato mi inhalador, aspiré y aliviada pude respirar. Fue un sueño estremecedor. Sentir que me asfixiaba durante el sueño fue angustiante. Recordé cómo tantas personas debían haberse sentido por no poder respirar y al final morir con la enfermedad del Covid o aquellas personas que en épocas pasadas sufrieron de pestes y pandemias horrorosas y escalofriantes.

Acababa de leer el libro La Peste de Albert Camus, que predispuso mi sueño. Me impactó tanto que guardé en mi memoria sus narraciones para después soñar esa pesadilla aterradora.

Sabía que el libro lo habían leído muchas personas en los meses que estuvimos confinados, que dispararon sus ventas. Llegó el 19 de diciembre del 2022, lo inminente sucedió; sólo mi esposo y yo nos enfermamos del Covid­19, de seguro nos contagiamos por ir de compras navideñas con aglomeración en los centros comerciales sin cubrebocas.

A decir verdad estábamos muy cansados de continuar usándolo así que no lo usamos en esos días. La consecuencia fue que pasamos Navidad enfermos.

Sentíamos que, por los dolores la cabeza nos iba a estallar, el cuerpo resfriado y la gripa nos tumbó en la cama.

Ya transcurridos los 5 días de contagio nos recluimos en una cabaña en el bosque de Mazamitla que habíamos rentado antes, por lo que no pudimos cancelar.

Mi hija mayor decidió acompañarnos usando todas las medidas para protegerse del virus. Mi hija la mediana, por miedo, decidió quedarse con su papá.

Las secuelas del Covid­19 me dejaron unas terribles alergias, reflujo que me impedían respirar y una tremenda colitis por mis emociones revueltas.

Las alergias después del contagio continuaron por 6 meses. En un principio creí que eran resfriados o gripas, pero no, esta vez fueron alergias que me tumbaban en la cama por días.

Flujo nasal, ojos llorosos, congestión nasal, el no poder respirar porque mis bronquios se llenaban de flemas y reflujo; el inhalador era mi salvación momentánea, me hacía respirar de nuevo pero cuando no era suficiente y me tenía toda temblorosa por el exceso de uso, las nebulizaciones también eran mi oxígeno.

Terminé con una mascarilla para respirar por varios días.

Entonces comprendí que mucho de las enfermedades eran emocionales y que quizá los que habían muerto de Covid habían muerto más por presas del miedo que por la agresividad del virus.

Me cuestioné en esos meses sobre mis enfermedades y el significado emocional con mis problemas; la relación con mi hija Sofí y la concordancia que tenía el que mi hija no desease acercarse a nosotros.

Gracias a todo esto llegué a la conclusión después de tres años de no saber nada de mi hija nuevamente, que ella y la enfermedad me estaban enseñando a soltar. Acepté que mi hija era otra persona distinta a esa niña de 4 años que me fue arrebatada y que yo creía que me buscaba y necesitaba.

Ahora ella es feliz viviendo con su otra familia, por ello debía respetar su proceso si es que algún día estuviese preparada y deseosa de volver a vernos, para ella aquí estaré siempre, pero yo viviendo para mí y para los que sí tenía cerca.

La pandemia me enseñó a ser paciente y compasiva conmigo misma cuando comprendí que nosotros somos prioridad y que el primer amor debe ser hacia nosotros mismos para poder avanzar y crecer es hasta entonces que “soltamos”, soltamos culpas, soltamos tristezas, soltamos enfermedades, soltamos gente, soltamos familiares, soltamos pasados, pero principalmente soltamos rencores.

El 24 de abril del 2023 solté simbólicamente a mi hija Sofía, me enseñó bastante desde el dolor y la distancia, es desde ese dolor y la enfermedad que le agradecí infinitamente porque sin ella no habría entendido el sentido de “cómo soltar” y que aun en la distancia se puede amar eternamente.


Continuará...

Era una noche fría y solitaria, había caído una ligera llovizna.

Yo caminaba apresurada por una callejuela entre los muros rugosos de los edificios de la ciudad y la bruma de los candiles que iluminaban el brillante pavimento color hierro grisáceo.

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Mi corazón se aceleraba cada vez con mayor intensidad provocando en mí un sentimiento de ansiedad.

Solo escuchaba el estruendoso sonido de mis zapatos golpear el piso y el latido de mi corazón palpitante lleno de incertidumbre.

Mientras avanzaba veía la amenaza de una rata a mi paso, era grande, peluda y se movía hacia mí moribunda con los ojos rojos. Perdió el equilibrio, se desvaneció y vomitó un líquido viscoso y rojizo sobre el asfalto húmedo.

La repulsión invadió mis sentidos a la par de que yo iba avanzando por las calles hasta toparme con cientos de ellas, el terror me hizo presa de un paralizante pánico. Un grito ahogado me estrujó la garganta sin poder emitir el sonido por completo.

El ambiente era nauseabundo, percibía un olor fétido y ferroso. Sentí como algunas perlas de sudor corrían sobre mi frente. Corrí hasta lo que yo creí era mi casa, abrí la puerta con brusquedad y encontré a una pobre mujer desconocida, tendida en una cama. Me acerqué a ella y observé que tenía unos enormes ganglios hinchados en su cuello, de ellos supuraba un liquido sanguinolento y maloliente.

Me pedía ayuda, decía que la fiebre y el dolor la estaban matando; de repente la habitación se plagó de ratas por todos lados, iban muriendo una tras de otra. Llegó un hombre vestido de negro con una máscara que identifiqué como la de un carnaval veneciano, me aterrorizó en cuanto lo vi pero en realidad se trataba de un médico que se cubría de lo que pensé era la Peste Negra de la Edad Media.

Me daba a oler unas hierbas en un saquito de muselina blanca, de la cual comenzaron a salir gusanos blancos, aventé el saquito gritando; desperté de mi pesadilla sobresaltada con mi pijama empapada en sudor y sin poder respirar.

Busqué de inmediato mi inhalador, aspiré y aliviada pude respirar. Fue un sueño estremecedor. Sentir que me asfixiaba durante el sueño fue angustiante. Recordé cómo tantas personas debían haberse sentido por no poder respirar y al final morir con la enfermedad del Covid o aquellas personas que en épocas pasadas sufrieron de pestes y pandemias horrorosas y escalofriantes.

Acababa de leer el libro La Peste de Albert Camus, que predispuso mi sueño. Me impactó tanto que guardé en mi memoria sus narraciones para después soñar esa pesadilla aterradora.

Sabía que el libro lo habían leído muchas personas en los meses que estuvimos confinados, que dispararon sus ventas. Llegó el 19 de diciembre del 2022, lo inminente sucedió; sólo mi esposo y yo nos enfermamos del Covid­19, de seguro nos contagiamos por ir de compras navideñas con aglomeración en los centros comerciales sin cubrebocas.

A decir verdad estábamos muy cansados de continuar usándolo así que no lo usamos en esos días. La consecuencia fue que pasamos Navidad enfermos.

Sentíamos que, por los dolores la cabeza nos iba a estallar, el cuerpo resfriado y la gripa nos tumbó en la cama.

Ya transcurridos los 5 días de contagio nos recluimos en una cabaña en el bosque de Mazamitla que habíamos rentado antes, por lo que no pudimos cancelar.

Mi hija mayor decidió acompañarnos usando todas las medidas para protegerse del virus. Mi hija la mediana, por miedo, decidió quedarse con su papá.

Las secuelas del Covid­19 me dejaron unas terribles alergias, reflujo que me impedían respirar y una tremenda colitis por mis emociones revueltas.

Las alergias después del contagio continuaron por 6 meses. En un principio creí que eran resfriados o gripas, pero no, esta vez fueron alergias que me tumbaban en la cama por días.

Flujo nasal, ojos llorosos, congestión nasal, el no poder respirar porque mis bronquios se llenaban de flemas y reflujo; el inhalador era mi salvación momentánea, me hacía respirar de nuevo pero cuando no era suficiente y me tenía toda temblorosa por el exceso de uso, las nebulizaciones también eran mi oxígeno.

Terminé con una mascarilla para respirar por varios días.

Entonces comprendí que mucho de las enfermedades eran emocionales y que quizá los que habían muerto de Covid habían muerto más por presas del miedo que por la agresividad del virus.

Me cuestioné en esos meses sobre mis enfermedades y el significado emocional con mis problemas; la relación con mi hija Sofí y la concordancia que tenía el que mi hija no desease acercarse a nosotros.

Gracias a todo esto llegué a la conclusión después de tres años de no saber nada de mi hija nuevamente, que ella y la enfermedad me estaban enseñando a soltar. Acepté que mi hija era otra persona distinta a esa niña de 4 años que me fue arrebatada y que yo creía que me buscaba y necesitaba.

Ahora ella es feliz viviendo con su otra familia, por ello debía respetar su proceso si es que algún día estuviese preparada y deseosa de volver a vernos, para ella aquí estaré siempre, pero yo viviendo para mí y para los que sí tenía cerca.

La pandemia me enseñó a ser paciente y compasiva conmigo misma cuando comprendí que nosotros somos prioridad y que el primer amor debe ser hacia nosotros mismos para poder avanzar y crecer es hasta entonces que “soltamos”, soltamos culpas, soltamos tristezas, soltamos enfermedades, soltamos gente, soltamos familiares, soltamos pasados, pero principalmente soltamos rencores.

El 24 de abril del 2023 solté simbólicamente a mi hija Sofía, me enseñó bastante desde el dolor y la distancia, es desde ese dolor y la enfermedad que le agradecí infinitamente porque sin ella no habría entendido el sentido de “cómo soltar” y que aun en la distancia se puede amar eternamente.


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