Un día durante el confinamiento soñé que mis dos hijas que viven conmigo y yo íbamos al departamento donde se suponía que vivía mi otra hija Sofía. La soñé más grande. La traté de convencer de venir a vivir con nosotras. Se veía entusiasmada, pero al mismo tiempo nerviosa, porque no quería que su papá nos descubriera. Finalmente se decidió en acompañarnos, pero su padre nos descubrió. Yo trataba de hablar con él para hacerlo razonar. Le rogaba que dejara todos los rencores, que por mi parte olvidaría y perdonaría todo; en el sueño finalmente había aceptado.
Al despertar me di cuenta de la realidad, todo seguía igual y sentí como mi corazón se achicaba nuevamente y me apretujaba el pecho. Intenté levantarme de la cama como cada día, con el cuerpo adolorido y arrastrando las piernas para continuar, dejar de lado mis aflicciones y seguir viviendo. Siempre desde adolescente me gustaba mucho leer.
Te recomendamos:
Por un buen tiempo dejé de hacerlo lamentablemente, pero lo retomé sobre todo durante y después de que me separé del padre de Sofía. Puedo decir con seguridad que acercarme a la lectura nuevamente en el peor momento de mi vida, me salvó, me ayudó a entender que la vida no tenía por qué ser así, sumida en la miseria, así como me sentía en aquel entonces. Los libros me dieron la fuerza para salir de una relación de abuso psicológico no solo en contra mía y sino también de mis hijas.
Sabía que, si yo no me encontraba bien, no podía ayudarlas a ellas. Los libros fueron mi catarsis y mi refugio, me llevaron a estudiar una hermosa licenciatura que me hacía crear y conocerme más afondo. Me aventuré a estudiarla aun teniendo casi cuarenta años.
Ese día medité sobre que nada es permanente en la vida, que todo pasaría, que sería transitorio y pensé primero en mi situación con Sofí, y también en el confinamiento, el cual había pasado ya 3 meses desde la última vez que hice mi vida aparentemente normal. Continuaba latente el miedo a enfermar o morir, morir sin volver a ver a Sofía, eso me carcomía por dentro. Así que pensar que mis dos grandes problemas también se irían, me dio fuerza para continuar. Sin embargo, después de aquel sueño y despertar a mi realidad, me inundó un sentimiento de desesperanza. En parte por darme el regalo de llorar, llorar por todo el tiempo que no lo había hecho libremente y, por otro lado, sentir que, aunque Fernanda y Liliana tenían comunicación con su hermana Sofía, conmigo era distinto, ella aún no se sentía preparada para buscarme.
Eso me ponía a pensar que quizá esto duraría otros diez años más, que la relación con sus hermanas era muy independiente de la nuestra; pensar en eso me entristecía en el alma.
En realidad, yo no sé qué tanto le dirían o escucharía Sofía en casa de su padre, pero de lo que sí podría estar segura es de que ella no quería por el momento saber de mí, por lo menos no en un buen tiempo.
Sigue leyendo:
Ahora el problema no era que su papá la alejara de mí como durante años lo hizo, ahora el problema era cómo demostrarle a mi hija que no soy como se imagina o, mejor dicho, como se lo hicieron creer durante años. Y pensaba, si tan solo Sofí me diera la oportunidad de platicarle mi versión de los hechos, demostrarle que intento ser buena madre, buena persona y no el ogro que le han hecho creer.
Pero ¿cómo hago para relajarme? soltar, como tantas veces lo he leído y me han recomendado. Lo he escuchado en frases motivacionales, con mi psicóloga, mis familiares, pero ¿cómo se deja de pensar en un hijo de la noche a la mañana?, un hijo al que te fue arrebatado a la mala y por venganza; quien fue apartado de ti y llevado lo más lejos posible, de aquella ciudad, testigo de todo lo que ocurrió, para que nunca lo puedas encontrar y para que nunca más lo volvieras a ver, ¿cómo? Cómo demostrarle a tu hijo el cual no te conoce y quizá no te quiere, que tú tienes mucho amor para darle, tantísimo que aquel amor se ha acumulado por tantos años que ya no cabe en tu pecho y no sabes cómo sacarlo. Porque te han enseñado a autoanestesiarte e ignorar tus sentimientos, lo cual te ha ayudado a sobrevivir por tantos años, el no conectar contigo.
He buscado tantas maneras para canalizar ese amor y esa energía en mi familia y en mis pasiones como el estudio y la escritura, que me han ayudado junto con la terapia a no volverme loca, sí, porque de tanta desesperación acumulada uno nunca sabe. Dios, mi familia, el yoga, la meditación, el ejercicio y la escritura, han sido mis fuertes dosis de tés de tila que me acompañan todos los días desde ese momento que me quitaron un pedazo de mi corazón a destajo. Debo añadir, que no ha sido fácil tampoco para mi familia, como para mis hijas y mi marido que, aunque por más que yo quisiera no desquitarme con ellos por mi situación, a veces se me escapa, me culpo por eso y termino disculpándome con ellos. Soy humana, es bueno equivocarse y rectificar, eso lo entendí con los años.
Aún creo en Dios, en el Dios que se me inculcó desde pequeña, ahora lo conozco de otra forma. Ya no lo culpo por lo que pasó, ahora entiendo que es un ser poderoso, pero que no se entromete nunca en nuestras decisiones, que nos deja completamente libres, es decir nos da libre albedrío, ese pensamiento es lo que me ha ayudado a seguir en pie y creer en Él hasta el día de hoy; también me ha ayudado a permanecer lejos de los antidepresivos que gracias a Dios desconozco, sabiendo que vive dentro de mí y me guía en todo momento, tanto, que me ha guiado una y otra vez hacía donde está mi Sofi.
Recordé por un momento cómo había sido mi embarazo. Luchamos las dos entre la vida y la muerte por cuatro meses. Estuve en tres ocasiones internada en el hospital, la última para dar a luz por medio de cesárea.
Esos meses fueron muy dolorosos y difíciles para mí, porque mi cuerpo débil no aguantaba del dolor. Los dolores en el riñón derecho eran mortales, sentía que mi cuerpo se desvanecía a ratos, me impedían comer y respirar. Un catéter que me habían introducido en el uréter hasta el riñón me hacía sangrar todo el tiempo el cual no me dejaba ni caminar, ni respirar.
Pero a ratos me asaltaba la incertidumbre de que sí los medicamentos que me administraban le estarían haciendo mal a mi bebé de algún modo o de qué sucedería en el momento del alumbramiento, o quién de las dos o si las dos sobreviviríamos. Era terrible pensar en dejar a mis otras dos hijas huérfanas de madre y quizá también a mi bebé Sofía, esos pensamientos me estremecían todo el tiempo. Cuando por fin nació Sofí, no hice más que agradecer a Dios en el frío quirófano del hospital, que nos salvara la vida y que ella se encontrara perfectamente bien de salud. Pero en ese momento nunca me imaginé que solo estaría conmigo cuatro años, hasta que su papá me la quitó por venganza porque lo había dejado.
Ahora lo comprendo, Sofi vino a este mundo para quedarse conmigo cuatro años, para después volar como pequeña ave prematura hacía otro cielo lejano y enseñarme a amar aún en la distancia.
Continuará...