“A quien vive en silencio, dedico estas páginas, silenciosamente”
Josefina Vicens
Este año, hace sesenta que se publicó El Libro Vacío, de Josefina Vicens. Y como si fuera un pequeño soldado fibroso y con enjundia, la obra sigue en marcha, firme y definitiva. La gran obra de la soledad, de la amargura, de la imposibilidad de escribir, pero también sobre la imposibilidad de dejar de escribir y descubrirse en cada palabra, cada silencio y cada murmullo.
Porque eso es El Libro Vacío: Es un dulce libro que habla del cariño humano, del amor que no tiene vuelta de hoja, pero sobre todo de la solidaridad. Y fue escrito a partir de intimidades y con un lenguaje asimismo íntimo, casi en silencio.
Todo en él son murmullos, ideas y reflexiones de un hombre: José García, el personaje inolvidable; un burócrata de 56 años que a duras penas consigue ganar para mantener a su esposa, una mujer “del hogar” pero práctica y definitiva; y a sus dos hijos, José y Lorenzo; un ser “menor” que vive su día a día repetido una y mil veces, como las mismas copias al carbón que saltan de su máquina de escribir en una oficina ruidosa y sin compasión.
Un día decide ser escritor. Y a escondidas de todos, pone a la mano dos libros vacíos. En el primero vaciará ideas, generalidades, ocurrencias, momentos, esencias, visiones cotidianas; al segundo pasará todo aquello, pero ya cernido y ya elaborado: el libro segundo es el libro vacío, porque el libro uno es el todo grandioso, sin que el mismo José García lo perciba. José García, el gran personaje que es todo y somos todos.
Josefina Vicens era de trato suave, tierno y generoso. Su piel era de color claro, cabello corto, entrecano y delgado; sus manos suaves, como de gamuza, y pequeña ella, y delgada. Era un dulce y todos la querían mucho. Sus amigos más cercanos le decían La Peque y ella se firmaba así.
Cuando la conocí ya había leído El libro Vacío, el libro inmenso en el que José García se debate entre la creación y el miedo a esa creación; entre la soledad y la necesidad de comunicarse; entre la íntima necesidad de afecto y el aislamiento: ahí la presencia de la nada, que es todo, y la falta de comunicación entre los hombres: el retraimiento y: “La condena de vivir dentro de un cuerpo que no elegimos, así como a morir sin remedio” [Ma. Halina Vela]
También había leído Los años falsos. Y a todo esto me llamaba la atención que esta mujer hubiera desarrollado una gran capacidad para entender el espíritu masculino y la particularidad de saber vincular lo creativo-intelectual con lo social, lo que se expresa en su obra.
Desde muy joven participó movimientos de reivindicación de los trabajadores. Había estado como secretaria de Acción Femenil de la Confederación Nacional Campesina durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas; como presidenta ejecutiva en el Sindicato de la Producción Cinematográfica; presidenta de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas; oficial mayor de la sección de Técnicos y Manuales del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica a la que llegó por la vía administrativa.
“No sólo no tengo miedo a la muerte, sino un deseo feroz de ella. Quizá se deba precisamente a mi vocación de vivir, a esa vocación que me lanzó desde muy joven al mundo, a conocer personas, a convivir con campesinos, ir a campañas políticas, conocer un manicomio…” [M.H. Vela, op.cit.]
En 1958 El libro vacío ganó el Premio Xavier Villaurrutia, ni más ni menos que delante de La región más transparente de Carlos Fuentes que ese mismo año estuvo entre los finalistas.
Un día me acerqué a su casa de la colonia Narvarte. Una casa del tipo de los años cuarenta/cincuenta, amplia, iluminada y bien vestida, sin muchos adornos; la había compartido con su gran amiga, la actriz Anita Blanch, que ya había muerto y cuya foto presidía la sala principal.
Pacientemente me recibió durante dos semanas, dos días cada una de ellas, para platicar mucho y para que de ahí saliera una adaptación radiofónica de El libro vacío que aun retransmiten de tiempo en tiempo en la misma Radio Educación
AQUELLOS AÑOS
Un poco en serio, un poco en broma, ella se refería a sus tiempos de periodista como tiempos de broma, de travesura o de “sin embargo”.
Ya por su vínculo con la política o por su conocimiento de los intríngulis de la burocracia nacional o, incluso, por su sentido de justicia social, le dio por escribir artículos de opinión sobre asuntos políticos bajo el seudónimo de Diógenes García podemos saber por ella misma en entrevistas, que debatía asuntos de gobierno, hacía crítica a los hechos de la administración pública.
En los años cincuenta –que es cuando Josefina Vicens lleva a cabo su obra más importante- el país estaba gobernado en sus dos primeros años por Miguel Alemán, a partir de 1952 por Adolfo Ruiz Cortines y desde 1958 por Adolfo López Mateos: que es decir, era el predominio del PRI y México vivía una aparente paz ranchera.
En plena guerra fría, el país parecía vivir en paz. El cine mexicano aún vivía su época dorada: Distinto amanecer de Julio Bracho; María Candelaria, Emilio Fernández; Una familia de tantas, Alejandro Galindo.
La música de aquí se escuchaba dentro y fuera de México. Los intelectuales producían obras importantes como El laberinto de la soledad de Octavio Paz; La región más transparente de Carlos Fuentes; Pedro Páramo y El llano en llamas de Juan Rulfo. Estaba Diego Rivera en plena producción aunque murió en el 57, Siqueiros y Tamayo estaban a la vista en tanto que Carlos Chávez seguía en plena producción musical y peleándose con Julián Carrillo.
En la radio se escuchaban las rancheras de José Alfredo Jiménez: “ Por el día que llegaste a mi vida, paloma querida…”; mambos, chachachás y boleros: “ Por alto esté el cielo en el mundo… por hondo que sea el mar profundo…”; radionovelas como Anita de Montemar, series como La doctora corazón; El Monje Loco y, así… era el México de los cincuenta entre urbano y ranchero; frívolo en su clase media y con penurias entre campesinos y obreros.
A principios de 1958 comenzaron brotes de descontento en la república: hubo marchas y manifestaciones de obreros, de telegrafistas, de ferrocarrileros, de médicos y maestros. Y hubo represión de gobierno.
PEPE FAROLES
Como articulista de asuntos políticos, Josefina Vicens no tuvo mayor impacto. O no hay un registro de tal. No hay que olvidar que en su mayoría la empresa periodística de la época estaba “en crisis de libertades” y que aquellos que criticaban al régimen eran la excepción. Predominaba el boletinazo y la declaración engolada y almidonada.
De pronto surgió ella como Pepe Faroles, el famoso cronista de toros que fue. Y le fue tan bien que editó su propia revista Torerías aunque derramó crónicas taurinas en diferentes medios.
En el libro La Inminencia de la Palabra de Alejandro Toledo recupera:
“… Un día escribí una nota desaprobatoria sobre una corrida de Arruza, y un amigo de éste –que era boxeador- amenazó con dar su merecido al tal Pepe Faroles. Y yo dije: ‘bueno, está bien, lo voy a esperar’. Recibí al boxeador, estuve platicando cordialmente con él hasta que de pronto le dije: ‘Bueno, yo tengo una cita ¿a qué horas me empieza usted a golpear?’ El me miró estupefacto: ‘¿Por qué la voy a golpear?’ – ‘Porque yo soy Pepe Faroles’… ‘¿Usted, señora, es Pepe Faroles?’ – ‘Si, yo soy, y usted quedó en golpearme’…”
Ser cronista de toros estuvo bien. Digamos que ocupó el tercer lugar dentro de sus actividades prioritarias: la primera, por supuesto, como escritora, la segunda como guionista de cine y la tercera como Pepe Faroles.
En un artículo publicado en 2009 en el periódico El Mundo, de España, el periodista Raúl Rivero escribió: “(…) Ante el hallazgo de tantos y tan deslumbrantes datos, surge una reflexión inevitable: Si la Plaza México fuese convertida en un museo nacional de la tauromaquia mexicana, el muro o la sala correspondiente a Josefina Vicens conectaría a los visitantes con la literatura, el cine, la política y la lucha feminista.”
De pronto uno descubre en la obra de la escritora tabasqueña (Nació en Villahermosa, Tabasco, el 23 de noviembre de 1911; murió en la ciudad de México el 22 de noviembre de 1988, este año hace treinta años), los rasgos de una época y una forma de decir las cosas en periodismo.
Y hay una especie de creación visual en gran parte de la obra cumbre de la autora. Es como si de pronto uno estuviera viendo los detalles de una vida monótona, ferozmente cotidiana y, al mismo tiempo, rica en introspección: esto, sin duda, proviene de su formación cinematográfica:
“¡Los ruidos! ¿Qué puedo recibir de ellos, conocidos hasta el cansancio? Hay uno: el murmullo tierno de una mujer que va y que viene haciendo cosas mínimas. Por el número de pasos sé perfectamente en dónde se encuentra y a dónde se dirige. En la cocina, el discreto ruido personal se acompaña de otro, peculiar y molesto. Parece que el simple hecho de que alguien entre en la cocina pone en movimiento los platos, los cubiertos, la llave del agua. Hay un tintineo y un gotear enervantes. Además, fatalmente, algo cae. Menos mal si se rompe, porque entonces el ruido termina pronto y tiene una especie de justificación dramática. Lo terrible es cuando caen esas tapas de peltre o aluminio que siguen temblando en el suelo, en forma ridícula, y que no sufren daño alguno con el golpe.”
En cuanto a su sentido periodístico en la obra literaria, es evidente en su tono y su ritmo; ambos son indispensables en la crónica periodística; siempre avanzando, siempre teniendo algo nuevo qué decir respecto del sujeto, situación o condición que se está relatando. Y ella sabía cronicar; sabía medir los tiempos y reducir grandes hechos, acontecimientos o circunstancias en unas cuantas palabras; lo que es una exigencia en el quehacer periodístico.
“Un día [Luis Fernando Reyes, compañero de oficina] se sacó un corte de casimir. Durante algún tiempo esperamos verlo llegar con traje nuevo. Luego nos contó que se lo había vendido a su cuñado. Otra vez se sacó un reloj de pulsera para mujer. Fue como por el mes de febrero y tuvo la paciencia de guardarlo en su escritorio hasta el de septiembre, para regalárselo a su esposa el día de su santo. (…) Cuando se lo entregaron exclamó muy emocionado
- ¡Parece joya, ¿verdad?
- Lo importante es que camine bien
- Eso no importa: miren cómo brilla”
Octavio Paz dijo al escribirle a Josefina Vicens: “Creo que los que saben que nada tienen lo tienen todo: la soledad compartida, la fraternidad, el desamparo, la lucha y la búsqueda”. En ese Libro vacío vive uno de los personajes más queridos, más generosos y más dulces de la literatura mexicana: José García…”
Y concluyo con un relato que hace Daniel González Dueñas quien junto con Alejandro Toledo publicaron La inminencia de la primera palabra. Es a la llegada de Josefina Vicens, ya muy mayor, a una Feria del Libro en el Palacio de Minería.
De pronto “alguien se acercó para decirle que ciertos reporteros querían grabar en video una entrevista con ella, que sería transmitida por televisión (…) Josefina se dejó guiar hasta el estudio montado ahí. Fue ubicada ante los reflectores y un técnico le colocó en una solapa un micrófono de clip. Sin mayor preámbulo, la cámara comenzó a grabar; entonces se sentó frente a ella una entrevistadora y con toda naturalidad, casi con displicencia, le hizo esta pregunta:
- ¿Usted cómo se llama… y a qué se dedica?
- Me llamo Josefina Vicens y he escrito un par de libros.
- Muchas gracias.
jhsantiago@prodigy.net.mx