En junio del 2023 tuve una revelación por medio de un canal de YouTube, donde explicaba la terapeuta cómo nuestras emociones influyen directa o indirectamente en nuestro peso corporal. Este tipo de canales sobre superación personal se hicieron más frecuentes en mi búsqueda del autoconocimiento, al igual que muchas personas que yo sabía, lo utilizaron durante y después del confinamiento.
Nunca me había imaginado que esos 4 o 5 kilogramos que tenía de más y que por más que me proponía bajarlos con dieta y ejercicio, tenían relación con mi pasado, con mis traumas y mis tristezas. No eran muchos, pero me pesaba tenerlos. Había leído desde hace tiempo que la persona al saber de dónde proviene su “enfermedad” sea cual sea, comienza un proceso de auto sanación. Lo comencé a comprobar con mi propio cuerpo con resultados favorables.
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Sea cierto o no me funcionó a mí. Muchas dolencias comenzaron a desaparecer sin medicamentos, pero estaba consciente que otras requerían de la ayuda de un doctor y medicinas alópatas.
¿Desde cuándo es que comencé a comer más dulce de la cuenta? me preguntaba, desde que me arrebataron a mi hija y sentía amargura en mi corazón, así que trataba de endulzarme el alma comiendo cosas dulces ¿Desde cuándo comencé a subir y bajar de peso, justo esos 4 o 5 kilos? Desde que no pude evitar que me arrebataran a mi hija de 4 años, justo la cantidad de años que ella tenía en ese momento, ¿Desde cuándo mis brazos y mi cuerpo tomaron forma más gruesa siendo que yo siempre fui de complexión delgada? Desde que fui a buscarla a su escuela al otro lado del país con una orden judicial.
Cuando me brinqué la reja para verla porque me lo impidieron, para hacerme visible ante ella, sí, desde ese momento quise tener un cuerpo fuerte, que pudiera defenderme del padre de mi hija y de quien me impidiese verla o estar con ella. Con estas reflexiones comencé de nuevo a hacerme cargo de mí misma, de mi pasado, de mis emociones y de mi niña interior que me saboteaba inconscientemente haciendo berrinches por comer dulces, helados, pizza, hamburguesas, frituras, en fin, todo cuanto se me antojaba, porque me sentía triste y me repetía a mí misma “esto es un apapacho para tu alma rota”.
Es curioso que no enfermé tanto o de gravedad, quizá porque siempre he acudido a alguien que me escuche como alguna amiga, familiar o psicólogo y procuro no quedarme con nada dentro. En el video explicaban que debemos de madurar y comer como adultos, no como niños, que más que la comida lo que nos engorda son nuestras actitudes y nuestras situaciones no digeridas ni entendidas, “las cosas terribles que nos pasaron, sí pasaron, pero ya pasaron”, así que me puse manos a la obra, “un niño no va a la cocina a prepararse una ensalada, él busca lo más sencillo, galletas, cereal, sándwich, pizza congelada, etc. en cambio, un adulto que se hace cargo de sí mismo con responsabilidad se prepara su comida saludable a diario, no le da flojera y no compra comida rápida”, recordé las palabras en Encuentro Sagrado en el canal de YouTube.
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Tengo muchos años haciendo Yoga y pilates, sobre todo durante el confinamiento, al igual como muchas mujeres que adoptaron estas prácticas. Pero había llegado el día de exigirme un poco más dejar de lado la comida que sencillamente no me hacía bien y elegir una cosa chatarra por algo más saludable, un dulce por una fruta, un helado de chocolate grasoso por uno light o de yogurt y continuar con los alimentos que contengan sustitutos de azúcar.
Más que por vanidad, lo hice por mí, para recuperar el control sobre mi autoestima. Fui a buscar a una nutrióloga que conocía desde hace tiempo y comencé a ver los resultados. El cuerpo es muy noble, “dale más agua y verás cómo la piel comienza a cambiar”, escuchaba decir. “Dale cuidado a tu cuerpo y tu alma te lo agradecerá”, ese comenzó a ser mi lema. Visité a la ginecóloga, compré suplementos alimenticios en lugar de chatarra, dejé de usar ropa que no me gustaba y que la usaba por sentimentalismo o añoranza de mi otro cuerpo; traté de mirarme al espejo sin miedo y me di amor.
El espejo era en días pasados mi peor juez, “pero mira qué cara, qué estrías, la celulitis se empieza a notar, no, eso no te va bien ya estás vieja para ponerte eso”, en fin, los 43 años me comenzaban a pesar. Me la pasaba viendo en la calle los cuerpos de las demás, me comenzaba a comparar y a verme las canas asomarse entre los cabellos teñidos de rubio obscuro, hasta que decidí poner fin a tanto autobullying.
Internet era otro gran enemigo de mi autoestima, ¿si tan solo perdiera esos kilos que necesito bajar, mi vida cambiaría, ahora sí sería feliz?, pero sabía que era mentira, pensar eso me estresaba más y no lograba bajar de peso. Hasta que la chica de YouTube comenzó su programa diciendo que esos kilos de más le ayudan a las personas a sobrevivir.
Reflexioné que inconscientemente mi cuerpo no quería regresar a esa época cuando me quitaron a mi hija, por eso había subido esos kilos. Mi cuerpo me amaba y decía —no es seguro estar así, no es seguro tener los brazos delgados como los tenías, tú necesitas este cuerpo con kilos de más para tu misma protección—, así que obtuve el cuerpo que necesitaba en esos momentos.
Un cuerpo más fornido, brazos y piernas más gruesas, es decir de “lucha”, me quería preparar para la pelea al igual que los guerreros que preparan su cuerpo y su mente para las batallas, pero ¿pelea?, ¿cuál pelea?, ¿en verdad quería brazos de luchadora?, ya no había nada porque resistirse, así lo comprendí, así que tuve que cambiarme el chip mental. No existe ningún conflicto, se acabó, no hay más por qué protegerse ni pelear, no tenía por qué reñir con nada ni con nadie, ya no más.
La otra yo, antes de que me quitaran a mi hija, era ingenua, joven inexperta, por eso decidí no serlo más. Veía “moros con tranchetes” continuamente, como vulgarmente se dice aquí en México. Me sirvió en su momento para defenderme, pero necesitaba encontrar el punto medio.
También sentía que veía a los hombres, en su mayoría, como traicioneros, mujeriegos, infieles, etc. hasta que decidí verlos con los ojos de la verdad y no con los del miedo o el resentimiento implantados en mi subconsciente por mi historia familiar y por mi propia experiencia. No porque algunos hombres me hayan hecho tal o cual cosa, quería decir que todos eran iguales, no, mi esposo era distinto a todos ellos, él sí me respetaba.
Más bien consciente o inconscientemente yo estaba atrayendo ciertas situaciones a mi vida, siguiendo patrones transgeneracionales, pero eso tenía que terminar, y yo tenía esa responsabilidad, ¿cuál? de hacerlo distinto al resto de las mujeres en mi familia o hasta de la misma sociedad, ¿cómo? dejar de verme como la víctima y comencé a amarme, sin miedos, sin estigmas, sin complejos, sin máscaras, así, como debería de ser desde un principio. Si no hubiera transitado por este camino a la liberación y entendimiento por mi salud y mi cuerpo, nunca lo hubiera entendido. Porque ya no se trata de tener un cuerpo hermoso según los parámetros de la sociedad, sino saludable en todo sentido, y eso comienza desde la mente, desde el interior.
Otra de las enseñanzas que me dejó esta pandemia fue, escuchar a mi cuerpo y mis emociones, porque el cuerpo con sus enfermedades tiene mucho que decirnos para sanar. Si sientes que necesitas apoyo, físico, emocional o psicológico acude con algún experto en salud, no estas solo. Continuará...