Un paseo por el Centro Histórico de Guadalajara y a lo mejor usted, sin saberlo, ya está parado en o frente a una leyenda. Así es, la ciudad está llena de historias que bien pudieran acumularse en una historieta o en una película de Guillermo del Toro.
Muchas terroríficas y otras sorprendentes, pero que toman más fuerza cuando de pronto se encuentra uno que los lugares físicos existen.
Durante estos días EL OCCIDENTAL le dará a conocer algunas de ellas, las más importantes.
EL RINCÓN DEL DIABLO
Y qué mejor que comenzar con un espacio donde corre agua y traviesos niños juegan. Es la fuente de los llamados “Niños Miones” que forma parte de la Plaza Tapatía, que se volvieron famosos cuando a uno de ellos se lo robó una persona en situación de calle para venderlo como metal al kilo.
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El pequeño fue recuperado y la visita a la fuente se incrementó, sin que los que asistan se enteren que están parados en el llamado Rincón del Diablo. Una placa metálica lo confirma, pero, ¿qué hay detrás de esa leyenda?
El Rincón del Diablo es una pequeña calle entre lo que es el edificio sede de la Secretaría de Turismo -anteriormente domicilio de la Santa Inquisición- y una casona convertida en restaurante, todo parte de lo que fue el convento de Santa María de Gracia, del que sólo queda la iglesia y que abarcaba del oriente hasta el río San Juan de Dios, que hoy está entubado y pasa por debajo de lo que es la que conocemos como la Calzada Independencia.
Se extendía el convento hasta el norte, topando con la que conocemos como la calle Juan Manuel, al poniente con Belén y por el sur hasta cruzar por Hidalgo.
De día el hermoso lugar se convierte en una calle sin continuidad que topa con un angosto callejón tétrico y oscuro, llamado del “Ahorcado”. Ahí se colgó a un adúltero de apellido Lemus, por eso se le conoce así.
La leyenda, que proviene de la época virreinal (1590), cuenta que ese punto era visto con horror debido a que un grupo de tapatíos de alcurnia se reunía en el sitio para adorar al diablo.
En una ocasión, según la leyenda, las habitantes del convento se encontraron una larga mesa con paño de tumba, donde cuatro velas negras sostenidas en cráneos humanos, alumbraban a varias mujeres desmelenadas, que apurando en copas un brebaje misterioso, azotaban con recias disciplinas a un Santo Cristo de Marfil, que estaba tendido sobre aquella triste y sacrílega mesa. Las llamaron brujas.
Además, dentro de lo que hoy es la Secretaría de Turismo esos mismos grupos adoraban al demonio en una pintura que adornada con varias joyas, ocupaba el lugar de honor en su largo y artístico salón con ricos cortinajes de Damasco.
Esos supuestos adoradores del demonio fueron sometidos y encarcelados por la Santa Inquisición y hay quien llegó a decir que ahí “se aparecía el diablo”.