Cuento: Incertidumbres | Crónica de una Pandemia

"Que maravilla de tecnología, podemos estar reunidos aunque no podamos salir de casa o estemos en otro país"

Jessica Jannete Báez Márquez

  · lunes 22 de enero de 2024

Cubrebocas y medicamentos fueron los elementos que más se adquirieron en pandemia. Foto. Cortesía / Jessica Báez

"Qué maravilla de tecnología, podemos estar reunidos, aunque no podamos salir de casa o estemos en otro país".

Son las 07:50 de la noche del año 2020. Me encontraba sentada en la mesa del comedor de mi casa revisando, frente a un pequeño espejo de mano, cómo mi peinado y mi maquillaje habían quedado después de retocarlos un poco.

Revisé nuevamente la hora en mi celular, ya pasaban más de las 08:00 pm y pensé: De nuevo mi hermano llega tarde a nuestra cita online, como es su costumbre y una pequeña mueca sonriente salió de mi boca. Pero no entendía el por qué de su demora, si ahora con el confinamiento no podemos salir a ninguna parte.

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Estamos todos en casa y no había pretexto para llegar a destiempo, quizá sus hijos lo tenían tan entretenido que no podía atender a nuestra cita con puntualidad. Era el 21 de abril del 2020 y ya sumaban aproximadamente 2,000 muertes por Covid 19 y los nervios se me ponían de punta de tan solo pensar que se había convertido esto en una pandemia.

Me preocupaba que pudiésemos adquirir el virus y pensando en aquel momento sobre los síntomas y consecuencias de tan extraña enfermedad que había surgido en China. Era todo un desafío para la estabilidad mental de cualquier persona y en ese momento para la mía. Entonces recordé un pensamiento que había leído en el libro Meditaciones de Marco Aurelio: “Aunque debieras vivir tres mil años y aun diez veces otros tantos, acuérdate siempre que no se pierde otra vida que la que se vive y que sólo se vive la que se pierde. Así, la más larga vida y la más corta vienen a reducirse a lo mismo. El momento presente que se vive es igual para todos; el que se pierde, lo es también, y éste que se pierde llega a parecemos indivisible. Y es que no se pierde el pasado ni el futuro; pues lo que no poseemos,¿cómo podría arrebatársenos? Conviene tener siempre en la mente estas dos cosas: la una, que todo, desde una eternidad, se presenta con un mismo semblante y gira en la misma órbita, de modo que poco importa contemplar el mismo espectáculo cien o doscientos años, o un tiempo ilimitado; la otra, que el anciano y el que muere prematuramente experimentan la misma pérdida "puesto que sólo se nos priva del presente, que es lo único que poseemos, visto que no se puede perder lo que no se posee” Marco Aurelio. En casa tratábamos de desinfectar y limpiar todo cuanto comprábamos y tocábamos; yo siempre procuraba mantener los espacios limpios para así evitar cualquier contagio. En la entrada poníamos un trapo limpio sobre el tapete para aplicarnos cloro en las suelas de los zapatos con un atomizador y poder entrar a casa sin llevar el virus dentro de ella, era lo que se nos recomendada en los noticieros.

Otros se quitaban los zapatos y se los cambiaban en la puerta de sus casas o tenían unos tapetes ya con agua y cloro para sumergirlos en ellos y después secarse con un trapo, todo un ritual higiénico nunca antes visto.

En mi opinión era toda una odisea de la cual no estábamos acostumbrados, así como los famosos cubrebocas y caretas que teníamos que portar mientras salíamos y, cuidado con que se te olvidaran en casa porque había que regresarse o acudir a la farmacia más cercana y, si tenías suerte, podías comprar de los últimos que quedaban en el aparador, claro, al principio a precios muy caros y escasos.

A veces optábamos por comprar en las casas de alguien más, aquellos hechos de tela para economizar y para reciclar, pero después nos recomendaban comprar los de triple capa o los que usaban los médicos para sus cirugías, aquellos desechables, los cuales me abrían las comisuras de mi boca a modo de pequeñas llagas dolorosas ya por tanto tiempo de uso. Las escuelas y los comercios se encontraban todos cerrados, no se diga los centros comerciales, museos, teatros, cines, restaurantes y bares, los cuales ya se habían convertido en nuestro lugar favorito de cada fin de semana.

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Ahora debíamos de conformarnos con salir a dar la vuelta en el coche sin bajarnos para nada, y así no nos pegase tan fuerte el confinamiento y para no volvernos locos de tanto encierro.

Dentro de casa leíamos más, jugábamos juegos de mesa o veíamos películas en las famosas aplicaciones que había en internet, pero la tensión psicológica era mucha. Conforme fue avanzando la enfermedad y los estudios sobre de ella, se supo que el contagio no estaba en tocar cosas o personas, sino se encontraba en el aire en lugares encerrados, así que los lugares más aislados y al aire libre no representaban ningún peligro para las personas, por lo que la gente deseaba regresar a los pueblos. Paradójicamente lo que antes sucedía era que la gente emigraba de las zonas rurales a las ciudades. (Continuará).