/ lunes 19 de febrero de 2024

Cuento: En búsqueda del equilibrio y resiliencia

En este capítulo se habla de la creación de la Red contra la Alienación Parental

Después de que el padre de mi hija se la llevó a vivir a otro estado de la República sin mi consentimiento, la busqué muchos años navegando por internet en todas las redes sociales. Fue casi imposible seguirle la pista debido a que su padre había bloqueado mis redes sociales en el perfil de ella cuando ya estaba en edad de tenerlas, así que abrí una distinta. Sabía que yo no era la única que pasaba por un problema similar, por lo que sentí la necesidad de abrir una página para contactar con personas que transitaban por el mismo calvario que el mío, la nombré “Red contra Alienación Parental”.

Inmediatamente muchas personas me contactaron para contarme su asunto, así que traté con mi poca o mucha experiencia direccionarlas y darles acompañamiento, al mismo tiempo que me sentí comprendida y acompañada por ellas. Pero lamenté que este tipo de situaciones fueran comunes en nuestra sociedad, que mi ayuda fuera poca y que no hubiera castigo en ese entonces.

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Durante la pandemia me era más fácil investigar ya que contaba con más tiempo. Averiguaba sobre sus familiares, buscaba alguna conexión, alguna mínima señal que me llevara hasta ella. Al fin sucedió. En las redes sociales vi que apareció en una fotografía su hermoso rostro, que me recordó inmediatamente la dulzura con la que me miraba cuando era pequeña.

Mi cuerpo se estremeció, mis manos me temblaban de emoción al grado que no podía tocar ninguna tecla en la computadora. Sofía estaba en compañía de otra niña, su amiga Kimberly, ella finalmente sería quien me ayudaría a contactarla.

Me di cuenta que habían regresado a vivir a nuestra ciudad porque en sus redes sociales aparecían fotografías que se había tomado aquí en alguno que otro monumento. Sofía ahora estaba más cerca de nosotros. Lloré y le agradecí a Dios por ese favor. Dicho descubrimiento durante el encierro me hizo contactarme con su amiga Kimberly por las redes sociales, quien sirvió de puente para más adelante comunicarnos con Sofía. Sentí que una ventana de esperanza se abría ante mis ojos de par en par. El día del cumpleaños de mi madre, en la madrugada, Fernanda la mayor de mis hijas recibió mensajes desde el celular de Sofía.

Nos sorprendió sobremanera porque por primera vez sabíamos algo de ella y ahora era mi hija quien nos buscaba preguntando cómo estábamos y sin mencionar nada sobre su padre, como si ella nunca se hubiera ido. En casa lloramos de emoción.

"Ahora era mi hija quien nos buscaba preguntando cómo estábamos". Foto. Gilles Lambert / Unsplash

Mis hijas, mi esposo y yo nos abrazamos fuertemente. Ellos fueron mi motivación y mi fortaleza para seguir adelante con mi vida, no dejarme vencer para seguir buscándola por todos los medios posibles, aún por internet. Bendito amor y bendita tecnología ahora lo sé.

Al día siguiente en la intimidad de mi regadera, lloré y lloré como tantas veces lo hice por casi once años, pero esta vez con mayor intensidad. El agua tibia resbalaba por mi cuerpo, mientras el jabón lavaba los últimos restos de la lucha que me acompañaron por tanto tiempo. Mis lágrimas se confundían con las gotas de agua que caían de la regadera y que rodaban sobre mi rostro rojizo e hinchado por el llanto.

El vapor que se iba acumulando poco a poco en el pequeño cuarto de baño, ya no me asfixiaba más, ni el vapor, ni una parte de la incertidumbre que me invadía. Por primera vez en tantos años me había liberado, me había transformado en alguien más fuerte.

Sentí como de mi espalda salían unas grandes alas azules imaginarias, parecidas a las de aquella mariposa morpho azul de las Amazonas; busqué el significado de esa bella mariposa “los deseos están por cumplirse” y pensé que quizá mi destino estaba por cambiar. Sofía siguió teniendo comunicación con mis otras dos hijas.

"Sentí como de mi espalda salían unas grandes alas azules imaginarias". Foto. Michal Mrozek / Unsplash


Por lo pronto quería un acercamiento sólo con ellas, ya que dijo, que no se sentía preparada aún para hablar conmigo, lo cual me entristeció, pero lo acepté. Habían sido demasiados años alejada de mí y durante muchos años su padre le hizo creer que yo la había abandonado.

Entendí que para ella era muy duro cargar con esa mentira que su padre le hizo creer durante tantos años y que ahora ella trataba de entender qué había sucedido. Sin embargo, no se atrevía a preguntar a sus hermanas nuestra versión y ellas tampoco deseaban tocar el tema para no alejarla de nuevo. Mis tres hijas se llamaban por teléfono a escondidas porque el papá de Sofía le tenía prohibido tener contacto con nosotras.

Creímos que poco a poco habría cada vez más acercamiento con ella y se acabaría la pesadilla, que el drama había quedado en el pasado. Me hizo sentido aquella famoso frase de que “no hay mal que dure 100 años”. Pensé era completamente cierta, que yo había sobrevivido a la prueba más grande que la vida me había puesto. Continuará...

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  • Después de que el padre de mi hija se la llevó a vivir a otro estado de la República sin mi consentimiento, la busqué muchos años navegando por internet en todas las redes sociales. Fue casi imposible seguirle la pista debido a que su padre había bloqueado mis redes sociales en el perfil de ella cuando ya estaba en edad de tenerlas, así que abrí una distinta. Sabía que yo no era la única que pasaba por un problema similar, por lo que sentí la necesidad de abrir una página para contactar con personas que transitaban por el mismo calvario que el mío, la nombré “Red contra Alienación Parental”.

    Inmediatamente muchas personas me contactaron para contarme su asunto, así que traté con mi poca o mucha experiencia direccionarlas y darles acompañamiento, al mismo tiempo que me sentí comprendida y acompañada por ellas. Pero lamenté que este tipo de situaciones fueran comunes en nuestra sociedad, que mi ayuda fuera poca y que no hubiera castigo en ese entonces.

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    Mi cuerpo se estremeció, mis manos me temblaban de emoción al grado que no podía tocar ninguna tecla en la computadora. Sofía estaba en compañía de otra niña, su amiga Kimberly, ella finalmente sería quien me ayudaría a contactarla.

    Me di cuenta que habían regresado a vivir a nuestra ciudad porque en sus redes sociales aparecían fotografías que se había tomado aquí en alguno que otro monumento. Sofía ahora estaba más cerca de nosotros. Lloré y le agradecí a Dios por ese favor. Dicho descubrimiento durante el encierro me hizo contactarme con su amiga Kimberly por las redes sociales, quien sirvió de puente para más adelante comunicarnos con Sofía. Sentí que una ventana de esperanza se abría ante mis ojos de par en par. El día del cumpleaños de mi madre, en la madrugada, Fernanda la mayor de mis hijas recibió mensajes desde el celular de Sofía.

    Nos sorprendió sobremanera porque por primera vez sabíamos algo de ella y ahora era mi hija quien nos buscaba preguntando cómo estábamos y sin mencionar nada sobre su padre, como si ella nunca se hubiera ido. En casa lloramos de emoción.

    "Ahora era mi hija quien nos buscaba preguntando cómo estábamos". Foto. Gilles Lambert / Unsplash

    Mis hijas, mi esposo y yo nos abrazamos fuertemente. Ellos fueron mi motivación y mi fortaleza para seguir adelante con mi vida, no dejarme vencer para seguir buscándola por todos los medios posibles, aún por internet. Bendito amor y bendita tecnología ahora lo sé.

    Al día siguiente en la intimidad de mi regadera, lloré y lloré como tantas veces lo hice por casi once años, pero esta vez con mayor intensidad. El agua tibia resbalaba por mi cuerpo, mientras el jabón lavaba los últimos restos de la lucha que me acompañaron por tanto tiempo. Mis lágrimas se confundían con las gotas de agua que caían de la regadera y que rodaban sobre mi rostro rojizo e hinchado por el llanto.

    El vapor que se iba acumulando poco a poco en el pequeño cuarto de baño, ya no me asfixiaba más, ni el vapor, ni una parte de la incertidumbre que me invadía. Por primera vez en tantos años me había liberado, me había transformado en alguien más fuerte.

    Sentí como de mi espalda salían unas grandes alas azules imaginarias, parecidas a las de aquella mariposa morpho azul de las Amazonas; busqué el significado de esa bella mariposa “los deseos están por cumplirse” y pensé que quizá mi destino estaba por cambiar. Sofía siguió teniendo comunicación con mis otras dos hijas.

    "Sentí como de mi espalda salían unas grandes alas azules imaginarias". Foto. Michal Mrozek / Unsplash


    Por lo pronto quería un acercamiento sólo con ellas, ya que dijo, que no se sentía preparada aún para hablar conmigo, lo cual me entristeció, pero lo acepté. Habían sido demasiados años alejada de mí y durante muchos años su padre le hizo creer que yo la había abandonado.

    Entendí que para ella era muy duro cargar con esa mentira que su padre le hizo creer durante tantos años y que ahora ella trataba de entender qué había sucedido. Sin embargo, no se atrevía a preguntar a sus hermanas nuestra versión y ellas tampoco deseaban tocar el tema para no alejarla de nuevo. Mis tres hijas se llamaban por teléfono a escondidas porque el papá de Sofía le tenía prohibido tener contacto con nosotras.

    Creímos que poco a poco habría cada vez más acercamiento con ella y se acabaría la pesadilla, que el drama había quedado en el pasado. Me hizo sentido aquella famoso frase de que “no hay mal que dure 100 años”. Pensé era completamente cierta, que yo había sobrevivido a la prueba más grande que la vida me había puesto. Continuará...

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