El músico Gerardo Ruiz acudió a la Biblioteca Prof. Ramón García Ruiz el pasado viernes a continuar con su gira de conciertos de clavecín, en esta ocasión tuvo un público peculiar, no eran los melómanos exigentes de la ciudad, ni los académicos o aficionados a la música acompañada, eran ni más ni menos niños de entre tres y diez años.
La tarde era cálida y tranquila debido a las vacaciones de verano, los pequeños estaban en la biblioteca, sin duda en algún taller de vacaciones. En medio de la sala principal y bajo la cúpula del edificio estaba un clavecín, instrumento barroco del siglo XVI, las sillas dispuestas en semicírculo, y uno que otro visitante de consuetudinario del acervo.
El reloj marcó las 16:10 horas y entonces Gerardo, vestido completamente de negro y con una sonrisa cordial explicó a su joven público los pormenores del instrumento, explicó con detalle las composiciones del francés Antoine Forqueray y de cómo era habitual en la corte de Francia en ese tiempo hacer retratos con música. Acordes, nada más.
Entonces, el ejecutante se sentó frente al instrumento, acomodó sus partituras e inició con las primeras notas musicales, la sala se llenó de la música barroca, escrita hace más de 400 años, y entonces sucedió que los niños dejaron de conversar, guardaron sus teléfonos celulares y escucharon ensimismados el pequeño recital.
Entre pieza y pieza se dio un breve contexto del autor. Entre aplausos de los niños, se dio pie al siguiente compositor, Johann Sebastian Bach. Las piezas elegidas eran breves danzas alusivas a países ibéricos. Uno de los niños no podía evitar su alegría y reía y participaba en voz alta. Uno de los bibliotecarios cambió al pequeño niño a la fila de atrás y el concierto siguió. La bibliotecaria sonreía a los pequeños asistentes.
Se dice que no hay público pequeño y en esta ocasión los pequeños asistentes obtuvieron una oportunidad única de escuchar música barroca, en un clavicordio, en una biblioteca de puertas abiertas y con un extraordinario intérprete. Muchas condiciones difíciles. La experiencia ya quedó y esperemos que la biblioteca regrese por un tiempo a su habitual silencio y que el niño de la fila de atrás recuerde con alegría el nombre de Bach.