/ lunes 29 de julio de 2024

El arte de Adolf Hirémy Hirschl: Una obra rescatada del olvido

Aunque sus obras son menos conocidas que las de sus contemporáneos, dejaron una huella imborrable

En la Historia del Arte han existido nombres que han perdurado en la memoria de sus sociedades, pero otros cuya obra no ha sido del agrado del público o que el artista no quiso que el mundo conociera su talento.

Hasta se ha dado el caso que simplemente su legado se ha perdido en el tiempo por diversas situaciones. Existen otras historias en las que la rivalidad o la política ha sido el causante de que algún artista no destacara tanto como otros de sus compañeros artistas del momento, pero que con el tiempo su obra renace de las cenizas del olvido para mostrarnos su grandeza.

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Es el caso de Adolf Hirémy Hirschl, el artista austrohúngaro de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, cuyas obras, aunque menos conocidas que las de sus contemporáneos, dejaron una huella imborrable. Él recreaba historias fusionando la mitología y temas históricos, logrando un simbolismo complejo dentro de un magnífico manejo del dibujo con profunda belleza y autenticidad.

Adolf Hirémy Hirschl nació en el Imperio Austrohúngaro (actual Rumania) el 31 de enero de 1869. Desde niño demostró que tenía talento para la pintura, lo que lo llevó a estudiar en la Academia de Bellas Artes en Viena y más tarde ganó el prestigioso Premio Imperial de Viena. Dicho premio le permitió viajar a Roma para continuar especializándose. Italia lo inspiró y lo enseñó a pintar magistralmente, logrando un profundo interés en la cultura, historia y mitología del país. Más tarde regresó a Viena para continuar pintando.

Hirémy fue uno de los artistas más importantes de Viena pero, pese a su gran talento, no obtuvo el mismo reconocimiento que algunos de sus compañeros artistas como Gustav Klimt, que con su llegada eclipsó el arte de Adolf, por lo que decidió retornar a Roma. Sin embargo, en las últimas décadas ha habido un gran interés por sus obras, algunas de ellas lamentablemente perdidas, otras en museos o en colecciones privadas. Fue un excelente dibujante de retratos, paisajes y desnudos. Los elementos simbólicos en un entorno historicista resaltan a simple vista en su obra.

Sus pinturas representan una constante de escenas mitológicas, bíblicas y literarias, dándoles un significado con su propio toque, el cual lo distingue de otros artistas de su época. En ella muestra temas como el amor, la vida, la muerte y el destino, dignificándolos para dotarlos de profundidad, movimiento y emotividad.

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Adolf Hirémy Hirschl pasó los últimos 35 años de su vida en Roma donde murió el 7 de abril de 1933. Sus obras más representativas son: “Asuero en el fin del mundo” (1888), “Nacimiento de Venus” (1893), “Las almas de Acheron” (1898), "Odisea de Ulises” (1933), entre otras. La obra que aquí es presentada se titula “Las almas de Acheron o Acheronte”, es una de las obras más emblemáticas de Hirémy pintada en 1898. En ella nos presenta dramáticamente la historia de las almas de los difuntos que cruzan el río Acheron hacia el inframundo. Basada en la mitología griega y en el libro de la Divina Comedia de Dante Alighieri. El escritor hace mención de este río en la narrativa espectral de Dante.

En la pintura Adolf muestra a Caronte, el barquero del Hades, como figura principal con rostro determinante, viste capa negra azulada, porta en su mano derecha un cetro o báculo dorado con el símbolo de la salud y un sombrero con alas negras. Él es quien transporta a las almas en pena hacia lo desconocido por el río Acheron, conocido como río de dolor o aflicción. Caronte simboliza a la muerte, el destino hacia lo inevitable y las almas representan la fragilidad humana, la desesperación ante lo inevitable, que es la muerte. El artista representa a las almas como si fueran estatuas de mármol mitológicas en desespero. El dramatismo y realismo con que fueron dibujadas, enfatizan el contraste con la luz y la oscuridad del chiaro scuro italiano, impronta de Hirémy Hirschl la cual nos invita a adentrarnos en la transición de la vida y muerte, ahí claramente representadas.

La iluminación antasmagórica podría interpretarse como el resplandor del alma traslúcida que persiste después de la muerte mientras que la tenebrosidad del entorno representa la incertidumbre y el terror a lo desconocido, al más allá.

Las tonalidades de grises, obscuros, negros y marrones, encantan y destacan a su vez a los amarillos, morados resaltándolos en el lienzo. Y como toque central e imposible de ignorar, el azul turquesa que nos refresca los obscuros y ofrece un movimiento visual de nuestra mirada sobre la obra completa, haciéndola girar en círculos. La composición magistral de la obra se encuentra cuidadosamente equilibrada. Caronte situado en el centro como dueño y señor de lo que pasa en su entorno y las almas suplicantes a su alrededor. Llama la atención los colores vibrantes de los ropajes de algunos de los personajes, las coronas de flores y laurel sobre las cabezas de algunas almas, los velos y las dos almas de dos niños sentados en la parte inferior derecha de la obra.

En definitiva “Las almas de Acheron o Acheronte” es una obra impactante, difícil de no observar a detalle, los rostros de los personajes nos revelan el sufrimiento de forma realista, que nos evoca una verdadera obra de teatro. Sin lugar a dudas es una obra de arte con toda la extensión de la palabra.

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En la Historia del Arte han existido nombres que han perdurado en la memoria de sus sociedades, pero otros cuya obra no ha sido del agrado del público o que el artista no quiso que el mundo conociera su talento.

Hasta se ha dado el caso que simplemente su legado se ha perdido en el tiempo por diversas situaciones. Existen otras historias en las que la rivalidad o la política ha sido el causante de que algún artista no destacara tanto como otros de sus compañeros artistas del momento, pero que con el tiempo su obra renace de las cenizas del olvido para mostrarnos su grandeza.

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Es el caso de Adolf Hirémy Hirschl, el artista austrohúngaro de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, cuyas obras, aunque menos conocidas que las de sus contemporáneos, dejaron una huella imborrable. Él recreaba historias fusionando la mitología y temas históricos, logrando un simbolismo complejo dentro de un magnífico manejo del dibujo con profunda belleza y autenticidad.

Adolf Hirémy Hirschl nació en el Imperio Austrohúngaro (actual Rumania) el 31 de enero de 1869. Desde niño demostró que tenía talento para la pintura, lo que lo llevó a estudiar en la Academia de Bellas Artes en Viena y más tarde ganó el prestigioso Premio Imperial de Viena. Dicho premio le permitió viajar a Roma para continuar especializándose. Italia lo inspiró y lo enseñó a pintar magistralmente, logrando un profundo interés en la cultura, historia y mitología del país. Más tarde regresó a Viena para continuar pintando.

Hirémy fue uno de los artistas más importantes de Viena pero, pese a su gran talento, no obtuvo el mismo reconocimiento que algunos de sus compañeros artistas como Gustav Klimt, que con su llegada eclipsó el arte de Adolf, por lo que decidió retornar a Roma. Sin embargo, en las últimas décadas ha habido un gran interés por sus obras, algunas de ellas lamentablemente perdidas, otras en museos o en colecciones privadas. Fue un excelente dibujante de retratos, paisajes y desnudos. Los elementos simbólicos en un entorno historicista resaltan a simple vista en su obra.

Sus pinturas representan una constante de escenas mitológicas, bíblicas y literarias, dándoles un significado con su propio toque, el cual lo distingue de otros artistas de su época. En ella muestra temas como el amor, la vida, la muerte y el destino, dignificándolos para dotarlos de profundidad, movimiento y emotividad.

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En la pintura Adolf muestra a Caronte, el barquero del Hades, como figura principal con rostro determinante, viste capa negra azulada, porta en su mano derecha un cetro o báculo dorado con el símbolo de la salud y un sombrero con alas negras. Él es quien transporta a las almas en pena hacia lo desconocido por el río Acheron, conocido como río de dolor o aflicción. Caronte simboliza a la muerte, el destino hacia lo inevitable y las almas representan la fragilidad humana, la desesperación ante lo inevitable, que es la muerte. El artista representa a las almas como si fueran estatuas de mármol mitológicas en desespero. El dramatismo y realismo con que fueron dibujadas, enfatizan el contraste con la luz y la oscuridad del chiaro scuro italiano, impronta de Hirémy Hirschl la cual nos invita a adentrarnos en la transición de la vida y muerte, ahí claramente representadas.

La iluminación antasmagórica podría interpretarse como el resplandor del alma traslúcida que persiste después de la muerte mientras que la tenebrosidad del entorno representa la incertidumbre y el terror a lo desconocido, al más allá.

Las tonalidades de grises, obscuros, negros y marrones, encantan y destacan a su vez a los amarillos, morados resaltándolos en el lienzo. Y como toque central e imposible de ignorar, el azul turquesa que nos refresca los obscuros y ofrece un movimiento visual de nuestra mirada sobre la obra completa, haciéndola girar en círculos. La composición magistral de la obra se encuentra cuidadosamente equilibrada. Caronte situado en el centro como dueño y señor de lo que pasa en su entorno y las almas suplicantes a su alrededor. Llama la atención los colores vibrantes de los ropajes de algunos de los personajes, las coronas de flores y laurel sobre las cabezas de algunas almas, los velos y las dos almas de dos niños sentados en la parte inferior derecha de la obra.

En definitiva “Las almas de Acheron o Acheronte” es una obra impactante, difícil de no observar a detalle, los rostros de los personajes nos revelan el sufrimiento de forma realista, que nos evoca una verdadera obra de teatro. Sin lugar a dudas es una obra de arte con toda la extensión de la palabra.

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