/ miércoles 19 de abril de 2023

Relación-Arte


Con propósito por las festividades pasadas de Semana Santa y Pascua, me gustaría platicarles un poco sobre cómo se fue desarrollando la imagen de Jesucristo a lo largo de algunos periodos artísticos. De acuerdo con Fray Guillermo Lancaster Jones Camero, las imágenes en la historia del catolicismo cumplen una doble intención: “reforzar la fe del espectador y enseñar la religión”. La iglesia católica desde sus inicios apoyó la producción de imágenes que decoraba sus iglesias y edificaciones, para la alfabetización de sus fieles, y encontró en el arte un vehículo para la enseñanza en la fe católica. Ahora bien, debido a que no se tiene ninguna referencia o descripción de la apariencia física de Jesucristo ni tampoco de Dios, se les ha representado de muy diversas maneras.

En el arte Paleocristiano, antes del Bizantino y el Gótico, se resaltaba iconográficamente la divinidad de Jesús, idealizándolo como un ser de paz y armonía. Hasta ese momento no se representaba a Jesucristo crucificado. La crucifixión solo se consideraba por medio del símbolo de la cruz de forma simple y abstracta, sin la imagen humana. Las representaciones de Jesucristo han sido históricamente estándares de belleza de la cultura occidental. Se manejaba una estética con respecto al tipo de rasgos fisonómicos similares a los de cada región donde se evangelizaba, para así ganar adeptos al tener una similitud en los rasgos del mesías y que coexistiera una relación más cercana y empática con la figura de Cristo.

A lo largo de toda la historia del arte, los artistas han tratado de recrear la figura de Jesús según su propia idea y concepción de lo que era para ellos el mesías, es decir, desde su propio contexto, creando una imagen religiosa propia de su tiempo y su sociedad. La iglesia católica durante el Imperio Bizantino tuvo dos crisis iconoclastas (en el 726 y la segunda en el 846), en las cuales se proponía destituir las imágenes reverenciadas por los creyentes, ya que su alabanza era considerada como herética, como lo dice Alessandra Caputo Jaffe, en su artículo Iconoclastia y aniconismo: correspondencias entre el mundo islámico y el mundo cristiano.

La iglesia a lo largo de este periodo y hasta el Renacimiento, siempre estuvo rodeada de debates filosóficos, en contra de la adoración de imágenes, debilitadas por los argumentos de pensar en el icono como una imagen extendida del proyecto de Dios y con fines propagandísticos religiosos, hasta la llegada del protestantismo, que además de no reconocer la autoridad del papa, no estaban de acuerdo con la adoración de imágenes religiosas.

La primera representación sobre la crucifixión de Cristo, según lo comenta Martha Cobaleda Pérez, está registrada a partir del año 820 durante el periodo Bizantino y se encuentra en el Salterio de Stuttgart, un libro de salmos ilustrado del período de Carlo Magno. En el libro se aprecia también otra imagen de Cristo que se encuentra atado a una columna semidesnudo, mientras es azotado por dos de sus ejecutantes según la ley romana, ya que la judía según la especialista, se azotaba en forma horizontal; los espectadores ahí personificados observan el martirio.

Los teólogos de la Edad Media no se ponían de acuerdo en representar a Cristo como ser humano o como una divinidad. Los heréticos afirmaban que Jesús era humano y por ello no lo veneraban como quería la iglesia católica. A fin de que los heréticos lo adorasen se comenzó a representar de forma más realista el sufrimiento del martirio y crucifixión en el arte.

En el arte Gótico del Medioevo, el Renacimiento y el Barroco, dependiendo del país, se pintaba a los verdugos con el flagellum (látigo), ya sea desaliñados, con el pecho descubierto o con las mangas remangadas con movimientos que evocan la violencia por ejecutar a Cristo. Los verdugos ocupan un lugar importante para mantener el orden social y por ello aparecen estos personajes en las pinturas como los representantes del cumplimiento de la ley, donde la norma y el horror comulgan en una ejecución religiosa, quizá injusta a los ojos del mundo cristiano, pero que en las obras representa un equilibrio en toda su forma: el mal y el bien, la obscuridad y la luz, elementos que le dan un sentido de armonía, según lo manifiesta Umberto Eco en su libro Historia de la Fealdad. Esta representación se puede ver en la iconografía pictórica en donde usualmente se pintan a dos o tres verdugos, con rostros toscos, ropas en colores llamativos y de mal aspecto.

Será hasta el Gótico de la Edad Media que se comienza a pintar a Cristo como un hombre real, lánguido, derrotado por el sufrimiento, con el rostro de los acompañantes en completa desolación, nunca antes personificada como en la pintura Lamentación sobre Cristo muerto de Giotto. A diferencia de la pintura antes mencionada, en el Renacimiento y debido a la influencia del arte clásico griego y romano, el cuerpo de Jesús se estilizaba con atributos atléticos, propios de la perfección del cuerpo humano que debía tener según los cánones de belleza.

En el Barroco de la Contrarreforma, que fue una medida que impulsó la iglesia católica para contrarrestar los efectos del protestantismo, se identificó en la iconografía el dolor de Jesucristo para ganar adeptos, de tal forma que el observador de toda imagen de Cristo, sintiera compasión, se arrepintiera de sus pecados y tuviera temor a Dios, pero al mismo tiempo devoción a todo lo que representaba.

La iconografía alrededor de la figura de Jesucristo dejó para la historia del arte un legado rico y valioso de arte católico, el cual se ha ido transformando a través de los siglos y de las nuevas formas de llevar la religión católica. Veremos con el paso de este siglo XXI, qué le deparará a Jesucristo como figura de inspiración artística, dado a que cada vez son menos sus mecenas y quizá también menos sus seguidores, dado al paso de ciertos cuestionamientos religiosos y de carácter dogmático, como la nueva creación de sectas.


Crismon (año 313 aprox.), representación de la cruz de Jesús.

Periodo Paleocristiano.



Salterio de Stuttgart, siglo IX.

Periodo Bizantino



Crucifijo

Taller Berlingheri

Año: 1220

Técnica: Témpera sobre tabla

Estilo: Gótico



Crucifixión

Rafael Sanzio

Año: 1502-1503

Técnica: Óleo sobre tabla

Medidas: 280,7 x 165,1 cm

Estilo: Renacimiento Italiano

Ubicación actual: Gallería Nacional de Londres



Cristo en la Columna

Caravaggio

año: 1607,

Técnica: Óleo. Medidas: 134.5 cm x 175.5 cm.

Estilo: Barroco

Actualmente ubicado en el museo de bellas artes de Rouen, Ruan Francia.


Historiadora del Arte, escritora y gestora cultural jaliscience*


Con propósito por las festividades pasadas de Semana Santa y Pascua, me gustaría platicarles un poco sobre cómo se fue desarrollando la imagen de Jesucristo a lo largo de algunos periodos artísticos. De acuerdo con Fray Guillermo Lancaster Jones Camero, las imágenes en la historia del catolicismo cumplen una doble intención: “reforzar la fe del espectador y enseñar la religión”. La iglesia católica desde sus inicios apoyó la producción de imágenes que decoraba sus iglesias y edificaciones, para la alfabetización de sus fieles, y encontró en el arte un vehículo para la enseñanza en la fe católica. Ahora bien, debido a que no se tiene ninguna referencia o descripción de la apariencia física de Jesucristo ni tampoco de Dios, se les ha representado de muy diversas maneras.

En el arte Paleocristiano, antes del Bizantino y el Gótico, se resaltaba iconográficamente la divinidad de Jesús, idealizándolo como un ser de paz y armonía. Hasta ese momento no se representaba a Jesucristo crucificado. La crucifixión solo se consideraba por medio del símbolo de la cruz de forma simple y abstracta, sin la imagen humana. Las representaciones de Jesucristo han sido históricamente estándares de belleza de la cultura occidental. Se manejaba una estética con respecto al tipo de rasgos fisonómicos similares a los de cada región donde se evangelizaba, para así ganar adeptos al tener una similitud en los rasgos del mesías y que coexistiera una relación más cercana y empática con la figura de Cristo.

A lo largo de toda la historia del arte, los artistas han tratado de recrear la figura de Jesús según su propia idea y concepción de lo que era para ellos el mesías, es decir, desde su propio contexto, creando una imagen religiosa propia de su tiempo y su sociedad. La iglesia católica durante el Imperio Bizantino tuvo dos crisis iconoclastas (en el 726 y la segunda en el 846), en las cuales se proponía destituir las imágenes reverenciadas por los creyentes, ya que su alabanza era considerada como herética, como lo dice Alessandra Caputo Jaffe, en su artículo Iconoclastia y aniconismo: correspondencias entre el mundo islámico y el mundo cristiano.

La iglesia a lo largo de este periodo y hasta el Renacimiento, siempre estuvo rodeada de debates filosóficos, en contra de la adoración de imágenes, debilitadas por los argumentos de pensar en el icono como una imagen extendida del proyecto de Dios y con fines propagandísticos religiosos, hasta la llegada del protestantismo, que además de no reconocer la autoridad del papa, no estaban de acuerdo con la adoración de imágenes religiosas.

La primera representación sobre la crucifixión de Cristo, según lo comenta Martha Cobaleda Pérez, está registrada a partir del año 820 durante el periodo Bizantino y se encuentra en el Salterio de Stuttgart, un libro de salmos ilustrado del período de Carlo Magno. En el libro se aprecia también otra imagen de Cristo que se encuentra atado a una columna semidesnudo, mientras es azotado por dos de sus ejecutantes según la ley romana, ya que la judía según la especialista, se azotaba en forma horizontal; los espectadores ahí personificados observan el martirio.

Los teólogos de la Edad Media no se ponían de acuerdo en representar a Cristo como ser humano o como una divinidad. Los heréticos afirmaban que Jesús era humano y por ello no lo veneraban como quería la iglesia católica. A fin de que los heréticos lo adorasen se comenzó a representar de forma más realista el sufrimiento del martirio y crucifixión en el arte.

En el arte Gótico del Medioevo, el Renacimiento y el Barroco, dependiendo del país, se pintaba a los verdugos con el flagellum (látigo), ya sea desaliñados, con el pecho descubierto o con las mangas remangadas con movimientos que evocan la violencia por ejecutar a Cristo. Los verdugos ocupan un lugar importante para mantener el orden social y por ello aparecen estos personajes en las pinturas como los representantes del cumplimiento de la ley, donde la norma y el horror comulgan en una ejecución religiosa, quizá injusta a los ojos del mundo cristiano, pero que en las obras representa un equilibrio en toda su forma: el mal y el bien, la obscuridad y la luz, elementos que le dan un sentido de armonía, según lo manifiesta Umberto Eco en su libro Historia de la Fealdad. Esta representación se puede ver en la iconografía pictórica en donde usualmente se pintan a dos o tres verdugos, con rostros toscos, ropas en colores llamativos y de mal aspecto.

Será hasta el Gótico de la Edad Media que se comienza a pintar a Cristo como un hombre real, lánguido, derrotado por el sufrimiento, con el rostro de los acompañantes en completa desolación, nunca antes personificada como en la pintura Lamentación sobre Cristo muerto de Giotto. A diferencia de la pintura antes mencionada, en el Renacimiento y debido a la influencia del arte clásico griego y romano, el cuerpo de Jesús se estilizaba con atributos atléticos, propios de la perfección del cuerpo humano que debía tener según los cánones de belleza.

En el Barroco de la Contrarreforma, que fue una medida que impulsó la iglesia católica para contrarrestar los efectos del protestantismo, se identificó en la iconografía el dolor de Jesucristo para ganar adeptos, de tal forma que el observador de toda imagen de Cristo, sintiera compasión, se arrepintiera de sus pecados y tuviera temor a Dios, pero al mismo tiempo devoción a todo lo que representaba.

La iconografía alrededor de la figura de Jesucristo dejó para la historia del arte un legado rico y valioso de arte católico, el cual se ha ido transformando a través de los siglos y de las nuevas formas de llevar la religión católica. Veremos con el paso de este siglo XXI, qué le deparará a Jesucristo como figura de inspiración artística, dado a que cada vez son menos sus mecenas y quizá también menos sus seguidores, dado al paso de ciertos cuestionamientos religiosos y de carácter dogmático, como la nueva creación de sectas.


Crismon (año 313 aprox.), representación de la cruz de Jesús.

Periodo Paleocristiano.



Salterio de Stuttgart, siglo IX.

Periodo Bizantino



Crucifijo

Taller Berlingheri

Año: 1220

Técnica: Témpera sobre tabla

Estilo: Gótico



Crucifixión

Rafael Sanzio

Año: 1502-1503

Técnica: Óleo sobre tabla

Medidas: 280,7 x 165,1 cm

Estilo: Renacimiento Italiano

Ubicación actual: Gallería Nacional de Londres



Cristo en la Columna

Caravaggio

año: 1607,

Técnica: Óleo. Medidas: 134.5 cm x 175.5 cm.

Estilo: Barroco

Actualmente ubicado en el museo de bellas artes de Rouen, Ruan Francia.


Historiadora del Arte, escritora y gestora cultural jaliscience*

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