/ lunes 7 de octubre de 2024

Presidenta, con A

La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia de México marca un hito histórico que merece ser celebrado. Por primera vez en más de 200 años de vida independiente, una mujer asume el máximo cargo político del país. Más aún, los tres poderes federales están ahora encabezados por mujeres: Sheinbaum en el Ejecutivo, Norma Piña en la Suprema Corte e Ifigenia Martínez en el Legislativo. Este escenario era impensable hace apenas unas décadas y refleja el avance, lento pero constante, hacia la reducción de las brechas de género en la esfera pública.

Sin embargo, debemos evitar caer en triunfalismos estrangulantes o expectativas desmedidas. La mera presencia de mujeres en altos cargos no garantiza por sí sola un cambio radical en las estructuras de poder ni en las condiciones de vida de la población femenina. Sería injusto y contraproducente exigirle a Sheinbaum y sus colegas que resuelvan en un sexenio siglos de desigualdad y discriminación.

La nueva presidenta llega al cargo cargando no solo con las expectativas propias de cualquier persona mandataria, sino también con el peso simbólico de representar a todas las mujeres, lo que sin duda se traduce en una presión adicional y en críticas más severas ante cualquier tropiezo pues la sociedad a menudo coloca expectativas desproporcionadas sobre las mujeres lideresas, esperando que representen a todo su género y sean modelos perfectos de liderazgo que llevan a una presión adicional que no enfrentan sus contrapartes masculinas. Si bien la llegada de mujeres a las más altas esferas del poder es motivo de celebración, no debemos perder de vista que la verdadera lucha va mucho más allá de los cargos públicos, implica transformar las estructuras sociales, económicas y culturales que perpetúan la discriminación y la violencia contra las mujeres en todos los ámbitos.

La equidad de género no es solo responsabilidad de las mujeres en el poder, así que vengo a hacer un recordatorio: se requiere de un esfuerzo colectivo de toda la sociedad, incluyendo a los hombres. Debemos evitar la tentación de dejar todo el peso sobre los hombros de Sheinbaum y sus colegas, como si ellas solas pudieran resolver siglos de desigualdad.

La llegada de una mujer a la presidencia de México es un logro histórico que debe ser reconocido, es tiempo de ir más allá, no solo de soñar sino de trabajar para construir un país más justo e inclusivo, donde cada niña tenga la certeza de que sus aspiraciones son alcanzables. Es también una oportunidad, de hacer de este momento un hito que inspire a todas las generaciones, no solo a las venideras, a continuar rompiendo barreras para hacer de México un lugar donde la igualdad y el respeto sean cotidianas y no una excepcionalidad, porque no solo llegamos todas, llegamos para quedarnos.

La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia de México marca un hito histórico que merece ser celebrado. Por primera vez en más de 200 años de vida independiente, una mujer asume el máximo cargo político del país. Más aún, los tres poderes federales están ahora encabezados por mujeres: Sheinbaum en el Ejecutivo, Norma Piña en la Suprema Corte e Ifigenia Martínez en el Legislativo. Este escenario era impensable hace apenas unas décadas y refleja el avance, lento pero constante, hacia la reducción de las brechas de género en la esfera pública.

Sin embargo, debemos evitar caer en triunfalismos estrangulantes o expectativas desmedidas. La mera presencia de mujeres en altos cargos no garantiza por sí sola un cambio radical en las estructuras de poder ni en las condiciones de vida de la población femenina. Sería injusto y contraproducente exigirle a Sheinbaum y sus colegas que resuelvan en un sexenio siglos de desigualdad y discriminación.

La nueva presidenta llega al cargo cargando no solo con las expectativas propias de cualquier persona mandataria, sino también con el peso simbólico de representar a todas las mujeres, lo que sin duda se traduce en una presión adicional y en críticas más severas ante cualquier tropiezo pues la sociedad a menudo coloca expectativas desproporcionadas sobre las mujeres lideresas, esperando que representen a todo su género y sean modelos perfectos de liderazgo que llevan a una presión adicional que no enfrentan sus contrapartes masculinas. Si bien la llegada de mujeres a las más altas esferas del poder es motivo de celebración, no debemos perder de vista que la verdadera lucha va mucho más allá de los cargos públicos, implica transformar las estructuras sociales, económicas y culturales que perpetúan la discriminación y la violencia contra las mujeres en todos los ámbitos.

La equidad de género no es solo responsabilidad de las mujeres en el poder, así que vengo a hacer un recordatorio: se requiere de un esfuerzo colectivo de toda la sociedad, incluyendo a los hombres. Debemos evitar la tentación de dejar todo el peso sobre los hombros de Sheinbaum y sus colegas, como si ellas solas pudieran resolver siglos de desigualdad.

La llegada de una mujer a la presidencia de México es un logro histórico que debe ser reconocido, es tiempo de ir más allá, no solo de soñar sino de trabajar para construir un país más justo e inclusivo, donde cada niña tenga la certeza de que sus aspiraciones son alcanzables. Es también una oportunidad, de hacer de este momento un hito que inspire a todas las generaciones, no solo a las venideras, a continuar rompiendo barreras para hacer de México un lugar donde la igualdad y el respeto sean cotidianas y no una excepcionalidad, porque no solo llegamos todas, llegamos para quedarnos.