Hace apenas una semana, en este espacio platicamos sobre el horror de las imágenes que circularon, donde se aprecia el fusilamiento de 17 personas en San José de Gracia, Michoacán y la limpieza que hicieron miembros del crimen organizado en el lugar de la masacre. Lamentablemente, el espiral de violencia que vivimos a lo largo y ancho del país, no está únicamente acotado a los grupos delictivos y, en los últimos años, ha alcanzado otras esferas y espacios de nuestra vida cotidiana; en muchos de estos casos somos víctimas de ella, pero en otros, también formamos parte de la misma violencia e incluso la generamos o somos cómplices, pero no nos damos cuenta. El ejemplo más claro de ello, son los hechos ocurridos durante el partido de Querétaro vs Atlas, en el estadio La Corregidora.
Como buen aficionado al fútbol, el sábado me encontraba en casa viendo el partido, cuando en la transmisión se anunció que había enfrentamientos entre las porras de los equipos, honestamente, no me pareció algo nuevo, dados los pleitos que habían ocurrido en torneos previos. Sin embargo, nunca imaginé el alcance que tendría y me resultó impactante cuando las personas comenzaron a bajar a la cancha para resguardarse de la violencia que se estaba viviendo en las gradas, hechos que me recordaron aquel partido de Santos vs Morelia en 2011, donde una balacera en el estacionamiento del estadio, provocó la suspensión del partido y la evacuación a la cancha para salvaguardar la integridad de la afición.
A diferencia del 2011, en Querétaro no hubo un comando armado que no respetara un retén militar, provocando un enfrentamiento fuera del inmueble; la violencia fue generada por los mismos asistentes al estadio. Como lo comenté previamente, en un inicio no me sorprendió conocer de un enfrentamiento entre los miembros de las porras de los equipos; si somos honestos, esto es algo que está normalizado en el fútbol alrededor del mundo, incluso, damos por hecho que cuando hay un “clásico”, seguramente habrá violencia y en muchos casos optamos por no ir.
En distintos espacios de comunicación se habló sobre cómo este tipo de acciones “manchan la pelota”; considero que esa expresión es reduccionista y exime de responsabilidad a quien ejerce violencia en un espacio deportivo y familiar. El fin pasado en Querétaro no se manchó una pelota, se evidenció una serie de circunstancias que deben de cambiar en torno a los protocolos en los estadios, las acciones de los clubes deportivos, las sanciones de la liga mexicana de fútbol, pero sobre todo del comportamiento de la afición, concretamente, de los aficionados que cada 15 días asisten a un estadio para alentar a su equipo.
El fútbol es un juego que desata pasiones, genera alegrías, enojo y tristezas, para muchos es lo más importante de la semana y esperan con ansia el próximo partido, pero realmente, el fútbol es lo más importante de lo menos importante. Es imprescindible cambiar la narrativa en torno a esas rivalidades que los mismos equipos fomentan y que los aficionados encarnan desde la tribuna, insultando y agrediendo al equipo contrario, desde ahí es que la violencia se normaliza y el juego de pelota trasciende a un tema personal, donde se vuelve una válvula de escape para las frustraciones y emociones que se han reprimido durante toda la semana previa al juego o incluso de tiempo atrás. Urgen protocolos y sanciones ejemplares para que en ningún estadio se vuelvan a vivir hechos de violencia como los de Querétaro, pero urge más que como afición e individuos nos replanteemos cómo vivimos nuestras pasiones y de qué manera las gestionamos correctamente, es absurdo violentar bajo la excusa de que “los ánimos estaban calientes”, porque el otro “insultó a mi equipo y a mis colores” o cualquier otra justificación que se le pueda dar; si somos parte del problema, también somos parte de la solución.
De esto último y más, hablaremos en la próxima entrega. Nos leemos la siguiente semana y recuerda luchar, luchar siempre, pero siempre luchar, desde espacios más informados, que construyen realidades menos desiguales y pacíficas.
* Coordinador del LID Laboratorio de Innovación Democrática