/ martes 16 de julio de 2024

México después del PRI

Una de las falacias que más se repiten en los análisis políticos de sobremesa es que Morena “es el nuevo PRI”. Analistas supuestamente serios repiten esta falacia e incluso, militantes dentro del partido hablan de combatir las tendencias “priistas” que puedan desarrollarse al interior del partido.

Ese análisis errado ignora el cambio de varias condiciones sociales y políticas en los últimos 25 años. De hecho, el triunfo de Morena cierra el capítulo de la alternancia pactada entre fuerzas políticas conservadoras y el PRI, donde el cambio de partido del presidente se daba en función de su aceptación del programa de reformas estructurales y su construcción de la multicitada “democracia de los contrapesos”. Este proyecto político apostaba por construir un Estado pequeño y débil, que fundara su confianza en la ciudadanía en organismos autónomos que se encargarían de suplir al Estado en su labor de conducción de la economía y de sanciones a actores políticos y económicos que violaran las reglas neoliberales.

En esta última elección, el PRI fue relegado a tercera fuerza y a la par, hemos visto la desintegración de la izquierda partidista tradicional del PRD, al perder su registro nacional. La guerra interna que sostiene Alito Moreno con sus correligionarios por el control de un partido en declive nos plantea la pregunta - ¿cómo será en los próximos años un México sin PRI?

Si bien el partidazo sigue teniendo ascendencia municipal en muchos estados del país, se encuentra en un declive irreversible. En una disputada asamblea nacional, incluso aprobó “rechazar el neoliberalismo” en un extraño viraje que podría explicarse como una estrategia de Alito para echar fuera a los Golden boys de Peña Nieto, culpándolos de entregar el poder a Morena por haber abrazado el proyecto neoliberal. Sin embargo, el PRI es un cascarón ideológico ahora mismo, cuando dice que busca defender a las instituciones, se iguala al panismo liberal. Cuando dice que fundaron instituciones de protección social, intenta infructuosamente competir con Morena y contra su propia historia de haber mantenido los salarios bajos durante más de 40 años.

Morena no está sustituyendo al PRI ni muestra tendencias priistas, siendo la escuela priista una de política unitaria. Los problemas de Morena son característicos de la izquierda, tales como la tensión entre las bases y la dirigencia, la demanda de hacer más democráticos los procesos de selección de candidatos y discusiones entre la ideología “pura” y la línea “pragmática” de Morena.

Sin embargo, Morena ejerce el poder con un fundamento de legitimidad mucho más amplio que su propia existencia partidista – no ha usado una estructura de “sectores” u organizaciones populares para cooptarlas. De hecho, el votante de Morena puede estar lejos de estar movilizado en el partido, pero simpatiza con un amplio proyecto obradorista, que ha comprobado ser lo suficientemente flexible para pasar del perfil de López Obrador al de Sheinbaum sin contratiempos.

Esa transferencia de legitimidad en donde incluso se logró un crecimiento electoral mayor de un sexenio a otro, a contrapelo del panismo, implica que el vacío que ha dejado el PRI en el espectro político está siendo llenado rápidamente por Morena. Sí, el debilitamiento del PRI beneficia a Morena. Sin embargo, el México sin PRI del futuro cercano se parecerá tal vez al bipartidismo que existe en otros países, en donde la facción conservadora y la progresista se disputan el poder en ciclos relativamente largos de poder. El PAN, habiendo ostentado el poder por más de una década intentará volver a él retando frontalmente a Morena. Dependerá de la sinceridad panista el éxito que tenga con su base natural de apoyo, para ello deberán expresar sus convicciones reales, como aceptar que no comparte la visión universal de programas sociales o que buscan reconstruir un Estado débil y empresarialista.

Morena, lejos de la tradición priista de cooptación y colaboracionismo empresarial, no incorporará a los sectores más reaccionarios de la sociedad a su dinámica. Su virtud reformista más grande ejercida por López Obrador y ahora por Sheinbaum a través su joven operadora empresarial, es el manejo de la relación con los grupos de interés económicos manteniéndolos en el campo económico, para que no interfieran indebidamente en la política como lo hizo Claudio X. González Laporte y su hijo.

Quienes no lean correctamente las diferencias entre el proceso hegemónico priista y el morenista, terminarán leyéndolo en análisis posteriores más rigurosos que el propio, pero definitivamente estarán incapacitados para competir electoralmente en las coyunturas del 2027 y 2030. Para ese entonces, es muy probable que tengamos un México sin PRI, en Morena haya ocupado todo el espectro de la izquierda y el panismo busque reactivar al conservadurismo.

Una de las falacias que más se repiten en los análisis políticos de sobremesa es que Morena “es el nuevo PRI”. Analistas supuestamente serios repiten esta falacia e incluso, militantes dentro del partido hablan de combatir las tendencias “priistas” que puedan desarrollarse al interior del partido.

Ese análisis errado ignora el cambio de varias condiciones sociales y políticas en los últimos 25 años. De hecho, el triunfo de Morena cierra el capítulo de la alternancia pactada entre fuerzas políticas conservadoras y el PRI, donde el cambio de partido del presidente se daba en función de su aceptación del programa de reformas estructurales y su construcción de la multicitada “democracia de los contrapesos”. Este proyecto político apostaba por construir un Estado pequeño y débil, que fundara su confianza en la ciudadanía en organismos autónomos que se encargarían de suplir al Estado en su labor de conducción de la economía y de sanciones a actores políticos y económicos que violaran las reglas neoliberales.

En esta última elección, el PRI fue relegado a tercera fuerza y a la par, hemos visto la desintegración de la izquierda partidista tradicional del PRD, al perder su registro nacional. La guerra interna que sostiene Alito Moreno con sus correligionarios por el control de un partido en declive nos plantea la pregunta - ¿cómo será en los próximos años un México sin PRI?

Si bien el partidazo sigue teniendo ascendencia municipal en muchos estados del país, se encuentra en un declive irreversible. En una disputada asamblea nacional, incluso aprobó “rechazar el neoliberalismo” en un extraño viraje que podría explicarse como una estrategia de Alito para echar fuera a los Golden boys de Peña Nieto, culpándolos de entregar el poder a Morena por haber abrazado el proyecto neoliberal. Sin embargo, el PRI es un cascarón ideológico ahora mismo, cuando dice que busca defender a las instituciones, se iguala al panismo liberal. Cuando dice que fundaron instituciones de protección social, intenta infructuosamente competir con Morena y contra su propia historia de haber mantenido los salarios bajos durante más de 40 años.

Morena no está sustituyendo al PRI ni muestra tendencias priistas, siendo la escuela priista una de política unitaria. Los problemas de Morena son característicos de la izquierda, tales como la tensión entre las bases y la dirigencia, la demanda de hacer más democráticos los procesos de selección de candidatos y discusiones entre la ideología “pura” y la línea “pragmática” de Morena.

Sin embargo, Morena ejerce el poder con un fundamento de legitimidad mucho más amplio que su propia existencia partidista – no ha usado una estructura de “sectores” u organizaciones populares para cooptarlas. De hecho, el votante de Morena puede estar lejos de estar movilizado en el partido, pero simpatiza con un amplio proyecto obradorista, que ha comprobado ser lo suficientemente flexible para pasar del perfil de López Obrador al de Sheinbaum sin contratiempos.

Esa transferencia de legitimidad en donde incluso se logró un crecimiento electoral mayor de un sexenio a otro, a contrapelo del panismo, implica que el vacío que ha dejado el PRI en el espectro político está siendo llenado rápidamente por Morena. Sí, el debilitamiento del PRI beneficia a Morena. Sin embargo, el México sin PRI del futuro cercano se parecerá tal vez al bipartidismo que existe en otros países, en donde la facción conservadora y la progresista se disputan el poder en ciclos relativamente largos de poder. El PAN, habiendo ostentado el poder por más de una década intentará volver a él retando frontalmente a Morena. Dependerá de la sinceridad panista el éxito que tenga con su base natural de apoyo, para ello deberán expresar sus convicciones reales, como aceptar que no comparte la visión universal de programas sociales o que buscan reconstruir un Estado débil y empresarialista.

Morena, lejos de la tradición priista de cooptación y colaboracionismo empresarial, no incorporará a los sectores más reaccionarios de la sociedad a su dinámica. Su virtud reformista más grande ejercida por López Obrador y ahora por Sheinbaum a través su joven operadora empresarial, es el manejo de la relación con los grupos de interés económicos manteniéndolos en el campo económico, para que no interfieran indebidamente en la política como lo hizo Claudio X. González Laporte y su hijo.

Quienes no lean correctamente las diferencias entre el proceso hegemónico priista y el morenista, terminarán leyéndolo en análisis posteriores más rigurosos que el propio, pero definitivamente estarán incapacitados para competir electoralmente en las coyunturas del 2027 y 2030. Para ese entonces, es muy probable que tengamos un México sin PRI, en Morena haya ocupado todo el espectro de la izquierda y el panismo busque reactivar al conservadurismo.