Quien siga creyendo que el Presidente de México no pasará a la historia como alguien que cambió la geopolítica del país se sigue equivocando o ha sido producto justo de lo que él mismo construyó a lo largo de su mandato y que estuvo sembrando durante dos sexenios de campaña. Andrés Manuel López Obrador termina su mandato donde quiso: En Palacio Nacional, viendo desde el Balcón su obra: haber sido el candidato más votado en su momento y dejando a una sucesora con más votos y una voluntad mayoritaria en el congreso a la que ahora llaman en el discurso: “voluntad del pueblo”.
Nunca un fin de gobierno había terminado así: con marchas, protestas, en medio de una división marcada por controvertidas y a la vez riesgosas propuestas de modificación a la constitución, un sexto informe de gobierno marcado por un discurso donde su tono de voz y velocidad de la misma no tiene nada que ver con la que acostumbra en las mañaneras, donde no importa para los presentes si cumplió no alguna promesa de campaña, para el Mexicano de esa mayoría, gracias a él existió la confrontación entre las clases sociales y la política y dio a muchos lo que otros se llevaron o se reservaron sólo para tiempos electorales, llámese beca para alumnos de primaria y secundaria o las pensiones para adultos mayores.
Para el Presidente nunca hubo una responsabilidad personal en lo que dejó de hacerse, siempre hubo un culpable: los opositores a su gobierno, esos personajes que cobraros el mismo adjetivo cuando candidato: La mafia del poder. Este es el escenario perfecto para resguardarse de las críticas por no llegar al tan anunciado plan de salud mejor que el de Dinamarca, o de que no se le cuestione sobre el Gas del Bienestar o del AIFA o también el fiasco del rescate de Mexicana de Aviación. El sigue dejando herencia y tareas a la próxima presidenta del país: instrucciones para el mantenimiento de carreteras con una cifra ya comprometida: casi 19 mil millones de pesos, mismos que nunca se invirtieron en su sexenio.
El presidente sigue en sus mañaneras señalando a periodistas, empresarios, hoy a jueces y magistrados, todos aquellos que durante su sexenio no le permitieron ser él mismo, que lo cuestionaban o cuyas críticas dejaban entrever que su realidad no correspondía a la realidad que salía de las cuatro paredes de palacio nacional. El presidente que terminó con diferencias con el cuerpo diplomático de los dos socios comerciales más importantes y cuyas determinaciones lograron disparar el precio del Dólar con argumentos defensivos de una economía que depende justo de la estabilidad del estado de derecho.
Cada día, la cifra de homicidios en aumento y él no tiene culpa; logró la militarización de la Guardia Nacional contraviniendo su narrativa y discurso cuando candidato; repartió croquetas y tamales en cenas con empresarios y líderes con un mensaje poderoso de quien manda en el país. Invirtió grandes cantidades de dinero en la construcción de estadios, escuelas y hasta equipos de béisbol, con pérdidas y quiebras y nadie le cuestionó o se atrevió a llegar a que esa inversión tuviera un anuncio de fracaso.
Fue el presidente que creó su propio sistema de comunicación, basado en influencers, capaces de replicar el mensaje mesiánico a la perfección para sus huestes, y el único que enfrentó al periodismo sin pruebas ni argumentos de defensa, sólo con narrativa de que si lo que decían era cierto, que presentaran sus denuncias ante la Fiscalía General de la República, la cual la hizo a modo, la hizo propia.
Los tiempos le llegaron así como lo había planeado para que su cierra fuera histórico, porque no hay mejor cosa que le pueda pasar a a un político que, fuera de su cargo se siga hablando de él, y al momento en ese sureste que durante décadas estuvo olvidado, en menos de un mes se convertirá en su refugio y protección, donde seguramente al más puro estilo de los años 60s y 70s seguirá siendo quien marque las horas a la pregunta de: Qué hora es? – la que usted diga sr. Presidente.
El tiempo toma su curso antes de dejar la banda presidencial, y cada día, en cada nuevo discurso mañanero, le deja tarea a la presidenta electa que, institucionalmente no se desmarca, y parece asentar y estar de acuerdo con lo que se está dejando: un país complejo, y con un sello que durante 6 años deja un tema de seguridad, desaparecidos y problemas de división social que lo que menos requiere es de esto que hoy se tiene en las calles y que vulnera el modelo de estado de derecho que se tenía frente al mundo. Los tiempos los tuvo siempre medidos en la inteligencia de que aún y cuando termine su periodo presidencial, seguirá estando en las decisiones de lo mucho que aún le queda por cobrar en cuentas personales.