/ lunes 19 de agosto de 2024

Las lecciones de la historia

La historia es la gran maestra de la cultura universal. Debemos aprender de ella si queremos sobrevivir en un mundo lleno de confusiones, de dudas y de profundos contrastes pero sobre todo de grandes divisiones.

Seremos necios si no consideramos y aprovechamos las experiencias de otros, de los acontecimientos pasados; hay que repasar las páginas de la historia universal, revisar los acontecimientos y adoptar nuevas estrategias para cambiar el rumbo de nuestras vidas, pues no podemos seguir sumidos en la división, el encono, en la parsimonia, en esa forma de astenia en que estamos sumergidos hoy en día.

Una de las grandes lecciones que nos debería servir de ejemplo, es el que nos ha dejado la historia de Alemania.

Bien entrado el siglo XIX, Alemania, se encontraba dividida en pequeños estados, de entre los cuales sobresalían Prusia y Austria. Prusia se distinguía por su férrea disciplina y desbordada energía que la llevó al progreso industrial; la visión de Guillermo I Rey de Prusia, concibió el milagro alemán.

En 1861, puso en práctica un excelente plan en el que su primer Ministro Otto Von encontraría la formula político-jurídica para la unificación del Imperio partiendo del núcleo que constituía Prusia mediante una férrea disciplina y orden, con un sistema de leyes y contrapesos que permitiera controlar probables excesos o preeminencia de un poder sobre otro.

Así se hizo y se libraron tres guerras para lograr el objetivo; primero tuvieron que luchar contra Dinamarca, luego contra Austria y finalmente contra Francia y así diez años después, en 1871, se fundó el Imperio Alemán, consiguiendo así la ansiada unidad política de las provincias, aglutinadas bajo una monarquía conservadora con una excelente regulación constitucional actuando en bien del imperio unificado.

La consecuencia: el desarrollo económico fue mucho mayor, se fortaleció la industria siderúrgica, la metalúrgica, la química, la de la construcción, y la industria pesada alemana fue la más poderosa de Europa.

No solo eso, sino que acarició la idea del expansionismo y se orientó hacia el continente Africano, y así surgieron sus primeras Colonias como Togo, Camerún y parte de Nueva Guinea.

Perdió la primera guerra mundial y el Tratado de Versalles de 1918 le impuso severas cargas económicas; pese a eso resurgió y Hitler retomó la idea del expansionismo con su teoría del espacio vital, pero nuevamente, y a pesar de la coadyuvancia de Japón e Italia, volvió a perder y no solo eso, Alemania quedó dividida de nuevo.

Esta vez tres potencias dispusieron de su territorio: Francia, Inglaterra y Estados Unidos. No era la primera vez que era derrotada, pues ya antes, cuando andaba tratando de anexarse mas Colonias, se topó con pared con Francia en la campaña de Marruecos y con Inglaterra en la lucha por la zona del Transvaal en Sudáfrica y por supuesto la sombra de la derrota de la primera gran guerra.

Al concluir la segunda guerra mundial, Alemania quedó dividida en dos: el lado oriental llamado República Democrática Alemana, con el control de la Unión Soviética con capital en Berlín y el lado occidental, República Federal Alemana, bajo el control de los aliados, Francia, Inglaterra y Estados Unidos con capital en Bonn. Una Alemania, dos estados, dos capitales, dos sistemas diferentes, un pueblo dividido en dos, separado por el Muro de la ignominia.

Los acuerdos de guerra fueron tremendos para la economía alemana sobre todo para el lado oriental; el lado occidental obviamente resultó el más beneficiado por el sistema capitalista implementado por los aliados, en tanto el fracasado sistema comunista de la URSS puso en la lona la economía de la RDA.

Así las cosas, había dos Alemanias: la occidental, progresista, industrializada, con una economía muy fuerte, y la del este, sometida por la bota soviética y expoliada por el comunismo ruso que ralentizó su economía y la puso al borde de la quiebra y con el deseo natural de sus ciudadanos de escaparse del yugo de los rojos, siendo el Muro un mudo testigo de cientos de vidas que quedaron en el intento de escape atrapados en las enormes ruedas de alambre de púas, llenos de la metralla de los soviets.

Años más tarde, cuando Francoise Mitterrand (Francia) George Bush (Estados Unidos) John Major (Gran Bretaña) y Mihail Gorbachov (Unión Soviética) pactaron la reunificación alemana, aun con todas las dudas y temores que existían por los antecedentes Hitlerianos, finalmente Alemania recuperó su unidad, pero lo hizo con una hermana lacerada.

La reunión no podía ser más difícil y problemática. La Alemania Occidental con una economía de primera, altamente industrializada, con un sistema legal a toda prueba, y la otra en medio de una crisis humanitaria formidable, llena de pobreza, completamente subdesarrollada, muy atrasada, hambrienta, desesperada. El eterno contraste: la riqueza y la pobreza extrema.

Y sí, como era de suponerse, la oriental fue una carga pesada para la occidental que tuvo que enfrentar a una elevada inflación, un lentísimo crecimiento económico, problemas bancarios, al enorme flujo migratorio que huía de condiciones muy adversas impuestas por el sistema comunista, sin embargo a fuerza de disciplina, de orden y con su férrea voluntad, Alemania superó todos los obstáculos y ahora es un gigante económico, un país extraordinariamente industrializado, con un nivel de vida excepcional y ya no hay diferencia alguna entre la RDA y la RFA. Una sola y para envidia del mundo.

Alemania resurgió de sus cenizas; tres guerras sucesivas antes de su primera unificación, dos guerras mundiales y ahora es un ejemplo. ¿Cómo sucedió? Simple, un pueblo con disciplina, con orden, con un propósito firme de progreso dentro de la unidad, aquella unidad que se preconizó desde tiempos de Guillermo I Rey de Prusia y que se materializó y se mantiene.

Este es el ejemplo, la lección de historia que deberíamos aprender los mexicanos.

Vivir unidos en la diversidad, con el propósito de ayudarnos unos a otros, sin meternos trampas; luchando codo con codo por recuperar el tiempo perdido tras 70 años de dominio político unipartidista, una breve alternancia inocua y un sexenio dedicado a enaltecer la egolatría que nos ha dejado aún más atrasados en salud, economía, seguridad, educación y en una disonancia, con un país más pobre, con un gobierno que dice privilegiar a los pobres.

Necesitamos unión, disciplina, orden; todo está que nos sacudamos el yugo de la envidia, de la desunión, de la rebeldía, de la pereza y nos pongamos de pie, en marcha, dejando el jorongo y el enorme sombrero que cubre nuestras desilusiones y nuestras vergüenzas y ponernos a trabajar, todos, unidos, sin distinciones.

México es mucho más grande que sus problemas, solo que somos flojos para leer las páginas de las grandes epopeyas de la historia y más perezosos para aprender sus lecciones pero en cada uno de nosotros está la semilla del reencuentro con nuestro futuro. No depende de nuestro gobierno, depende de cada uno de nosotros. Vamos dando el primer paso, por lo pronto, vamos releyendo los libros de historia y pongámonos la meta de salir adelante, de la misma forma en que operó el milagro alemán. De que se puede se puede, ojalá y se quiera.

La historia es la gran maestra de la cultura universal. Debemos aprender de ella si queremos sobrevivir en un mundo lleno de confusiones, de dudas y de profundos contrastes pero sobre todo de grandes divisiones.

Seremos necios si no consideramos y aprovechamos las experiencias de otros, de los acontecimientos pasados; hay que repasar las páginas de la historia universal, revisar los acontecimientos y adoptar nuevas estrategias para cambiar el rumbo de nuestras vidas, pues no podemos seguir sumidos en la división, el encono, en la parsimonia, en esa forma de astenia en que estamos sumergidos hoy en día.

Una de las grandes lecciones que nos debería servir de ejemplo, es el que nos ha dejado la historia de Alemania.

Bien entrado el siglo XIX, Alemania, se encontraba dividida en pequeños estados, de entre los cuales sobresalían Prusia y Austria. Prusia se distinguía por su férrea disciplina y desbordada energía que la llevó al progreso industrial; la visión de Guillermo I Rey de Prusia, concibió el milagro alemán.

En 1861, puso en práctica un excelente plan en el que su primer Ministro Otto Von encontraría la formula político-jurídica para la unificación del Imperio partiendo del núcleo que constituía Prusia mediante una férrea disciplina y orden, con un sistema de leyes y contrapesos que permitiera controlar probables excesos o preeminencia de un poder sobre otro.

Así se hizo y se libraron tres guerras para lograr el objetivo; primero tuvieron que luchar contra Dinamarca, luego contra Austria y finalmente contra Francia y así diez años después, en 1871, se fundó el Imperio Alemán, consiguiendo así la ansiada unidad política de las provincias, aglutinadas bajo una monarquía conservadora con una excelente regulación constitucional actuando en bien del imperio unificado.

La consecuencia: el desarrollo económico fue mucho mayor, se fortaleció la industria siderúrgica, la metalúrgica, la química, la de la construcción, y la industria pesada alemana fue la más poderosa de Europa.

No solo eso, sino que acarició la idea del expansionismo y se orientó hacia el continente Africano, y así surgieron sus primeras Colonias como Togo, Camerún y parte de Nueva Guinea.

Perdió la primera guerra mundial y el Tratado de Versalles de 1918 le impuso severas cargas económicas; pese a eso resurgió y Hitler retomó la idea del expansionismo con su teoría del espacio vital, pero nuevamente, y a pesar de la coadyuvancia de Japón e Italia, volvió a perder y no solo eso, Alemania quedó dividida de nuevo.

Esta vez tres potencias dispusieron de su territorio: Francia, Inglaterra y Estados Unidos. No era la primera vez que era derrotada, pues ya antes, cuando andaba tratando de anexarse mas Colonias, se topó con pared con Francia en la campaña de Marruecos y con Inglaterra en la lucha por la zona del Transvaal en Sudáfrica y por supuesto la sombra de la derrota de la primera gran guerra.

Al concluir la segunda guerra mundial, Alemania quedó dividida en dos: el lado oriental llamado República Democrática Alemana, con el control de la Unión Soviética con capital en Berlín y el lado occidental, República Federal Alemana, bajo el control de los aliados, Francia, Inglaterra y Estados Unidos con capital en Bonn. Una Alemania, dos estados, dos capitales, dos sistemas diferentes, un pueblo dividido en dos, separado por el Muro de la ignominia.

Los acuerdos de guerra fueron tremendos para la economía alemana sobre todo para el lado oriental; el lado occidental obviamente resultó el más beneficiado por el sistema capitalista implementado por los aliados, en tanto el fracasado sistema comunista de la URSS puso en la lona la economía de la RDA.

Así las cosas, había dos Alemanias: la occidental, progresista, industrializada, con una economía muy fuerte, y la del este, sometida por la bota soviética y expoliada por el comunismo ruso que ralentizó su economía y la puso al borde de la quiebra y con el deseo natural de sus ciudadanos de escaparse del yugo de los rojos, siendo el Muro un mudo testigo de cientos de vidas que quedaron en el intento de escape atrapados en las enormes ruedas de alambre de púas, llenos de la metralla de los soviets.

Años más tarde, cuando Francoise Mitterrand (Francia) George Bush (Estados Unidos) John Major (Gran Bretaña) y Mihail Gorbachov (Unión Soviética) pactaron la reunificación alemana, aun con todas las dudas y temores que existían por los antecedentes Hitlerianos, finalmente Alemania recuperó su unidad, pero lo hizo con una hermana lacerada.

La reunión no podía ser más difícil y problemática. La Alemania Occidental con una economía de primera, altamente industrializada, con un sistema legal a toda prueba, y la otra en medio de una crisis humanitaria formidable, llena de pobreza, completamente subdesarrollada, muy atrasada, hambrienta, desesperada. El eterno contraste: la riqueza y la pobreza extrema.

Y sí, como era de suponerse, la oriental fue una carga pesada para la occidental que tuvo que enfrentar a una elevada inflación, un lentísimo crecimiento económico, problemas bancarios, al enorme flujo migratorio que huía de condiciones muy adversas impuestas por el sistema comunista, sin embargo a fuerza de disciplina, de orden y con su férrea voluntad, Alemania superó todos los obstáculos y ahora es un gigante económico, un país extraordinariamente industrializado, con un nivel de vida excepcional y ya no hay diferencia alguna entre la RDA y la RFA. Una sola y para envidia del mundo.

Alemania resurgió de sus cenizas; tres guerras sucesivas antes de su primera unificación, dos guerras mundiales y ahora es un ejemplo. ¿Cómo sucedió? Simple, un pueblo con disciplina, con orden, con un propósito firme de progreso dentro de la unidad, aquella unidad que se preconizó desde tiempos de Guillermo I Rey de Prusia y que se materializó y se mantiene.

Este es el ejemplo, la lección de historia que deberíamos aprender los mexicanos.

Vivir unidos en la diversidad, con el propósito de ayudarnos unos a otros, sin meternos trampas; luchando codo con codo por recuperar el tiempo perdido tras 70 años de dominio político unipartidista, una breve alternancia inocua y un sexenio dedicado a enaltecer la egolatría que nos ha dejado aún más atrasados en salud, economía, seguridad, educación y en una disonancia, con un país más pobre, con un gobierno que dice privilegiar a los pobres.

Necesitamos unión, disciplina, orden; todo está que nos sacudamos el yugo de la envidia, de la desunión, de la rebeldía, de la pereza y nos pongamos de pie, en marcha, dejando el jorongo y el enorme sombrero que cubre nuestras desilusiones y nuestras vergüenzas y ponernos a trabajar, todos, unidos, sin distinciones.

México es mucho más grande que sus problemas, solo que somos flojos para leer las páginas de las grandes epopeyas de la historia y más perezosos para aprender sus lecciones pero en cada uno de nosotros está la semilla del reencuentro con nuestro futuro. No depende de nuestro gobierno, depende de cada uno de nosotros. Vamos dando el primer paso, por lo pronto, vamos releyendo los libros de historia y pongámonos la meta de salir adelante, de la misma forma en que operó el milagro alemán. De que se puede se puede, ojalá y se quiera.