Enrique Velázquez
No hay nada más limitado que definir un gobierno federal, estatal, municipal o hasta una legislatura por sus primeros cien días de gestión; una medida que tiene su origen en 1933 cuando el presidente Roosevelt anunció -que en este periodo- pondría en marcha una serie de acciones contra la Gran Depresión que vivía EE.UU. desde 1929. En ese momento la medida fue buena, debido a la urgencia de reactivar la economía, logró configurar la actuación del Congreso y de su propio gobierno durante su periodo.
A raíz de ese suceso, gobiernos de todo el mundo, incluido el mexicano, han adoptado la medida en función de calificar si un gobierno va bien o mal. Sin duda este supuesto mantiene hoy una importancia exacerbada en nuestro país. Los analistas y los líderes de opinión concentran todas las voces en “evaluar” a los gobiernos aun cuando los hechos revelan que estos días son insuficientes para pronosticar o definir de alguna forma a las administraciones públicas. Lo que esta práctica ha conseguido en México es más bien una simple estrategia de comunicación tanto gubernamental para que se perciba un trabajo arduo y de “resultados” durante estos meses, como de publicidad personal para quienes realizan los análisis haciendo balances de resultados inexistentes.
Lo que sí sucede en estos primeros tres meses es la reconfiguración de un nuevo proyecto político, independientemente de los colores partidistas -si continúan en el poder o cambiaron-, es la pauta para los alcaldes, gobernadores y presidente de plasmar su forma personal de gobernar, sus prioridades frente a los retos que adquieren y un esbozo de por donde irán, en un corto y mediano plazo, sus decisiones; sin embargo, no podrían calificarse de definitivos.
Ahora, lo que vienen son las acciones del día ciento uno, ciento dos, ciento tres, etc., iguales a las del día uno, con la inercia que cada gobierno trae consigo. Sin duda en este lapso las tendencias de los gobiernos son visibles, hay cosas buenas y malas, es importante no bajar la guardia ni a nivel local ni federal, tanto para el poder ejecutivo como legislativo; es importante que la euforia de criticar los errores y los aciertos en los primeros cien días no disminuya durante el resto del sexenio, porque no hay nada más falso que pensar que en estos cien días todo está definido.