Seguimos en la creencia de que vivimos en un país democrático, que tiene perfectamente definida la separación de poderes, cada uno con sus atribuciones, competencias y obligaciones bien delineadas dentro de un ambiente de respeto.
Pensamos que tenemos un poder judicial que es el fiel de la balanza en cuyos platos se encuentran, por un lado el poder legislativo, encargado de la creación de leyes justas y cuando éstas no lo son, haciendo las modificaciones y adecuaciones necesarias para que lo sean, y un poder ejecutivo encargado de llevar por buen camino la administración del país, procurando la justa distribución de la riqueza, la justicia social, brindando a los gobernados salud, seguridad, educación y fomentando la paz y el orden.
Es un sueño. En la realidad es una tremenda pesadilla que no tiene fin, y preferimos evadirnos pensando en que todo está bien, que la máquina del Estado funciona a la perfección y que debemos sentirnos privilegiados por contar con un sistema tripartita de poderes, que ni siquiera en sus brillantes concepciones hubieran ideado, Montesquieu, Rousseau o John Locke.
No es así. Debemos despertar y estar conscientes que estamos en el umbral de un Estado dictatorial, que ejerce un control absoluto de todo incluyendo nuestras conciencias, cooptadas por las “ayudas” que funcionan como semillas altamente productivas porque generan miles de votos en las urnas cada que sea necesario aplanar el piso.
No resiste la polémica esta afirmación. No hay reforma que se proponga por el partido en el poder o por la presidencia, que no sea aprobada; guste o no, convenga o no a la mayoría del pueblo para el que se dice gobernar, lo cierto es que se aprueba porque se aprueba, a pesar de las posturas en contra e inconformidades de los legisladores que no forman parte del partido político reinante.
La “voluntad del pueblo” que en realidad es la voluntad del gobernante, es la que se impone. Lo triste y desesperante del caso es conocer tantas personas que permanecen en la obnubilación, en la ceguera, en el éxtasis, conformes con lo que se hace, porque finalmente, su postura anodina por comodina, les hace pensar que lo que verdaderamente importa es esa suerte de limosna que les da el gobierno, dizque para ayudarlos, pero que en el fondo, no es otra cosa que la compra de sus voluntades en los subsecuentes procesos electorales.
La elección de Jueces. Nos quieren vender la idea de que los jueces serán electos por voluntad popular. Efectivamente, los 98 millones de electores podremos acudir a las urnas electorales a votar en junio del año próximo, pero no por los candidatos que nosotros, pueblo, “pueblo bueno y sabio” propongamos, sino los que previamente estarán seleccionados por los gobernantes, por el partido en el poder, por lo que nuestra voluntad no se podrá expresar con entera libertad.
Es como si usted es invitado a un desayuno y le dicen que puede desayunar lo que se le antoje. Desde que sale de su casa ya se imagina los manjares que disfrutará, y podrá optar por unos chilaquiles verdes con un huevo estrellado encima, una machaca, unos hot cakes, unas enchiladas suizas o un plato de frutas con yogurt, pero oh sorpresa, en ese gran Buffet que usted tenía en mente hay unas viandas que contienen solo huevos revueltos, y ni siquiera podrá elegir entre huevos revueltos con queso, con tocino o con jamón, no, son simples huevos revueltos, pero eso sí, usted elegirá su porción de huevos revueltos, entre los recipientes que los contienen. Al final no podrá quejarse porque tenía opciones, usted eligió, entre el recipiente numero uno, dos, tres y cuatro, al fin y al cabo todos contenían huevos revueltos.
Así es la cosa. Pero infortunadamente la masa no lo entiende e inexplicablemente está feliz, feliz, pensando que con la reforma judicial, podrá elegir jueces a su antojo, éstos no ganarán más que el presidente, habrá justicia pronta y gratuita además de imparcial, y se acabará la corrupción.
No cabe duda que no hay mas felicidad que aquella que produce la ignorancia