Los aficionados a la lucha libre seguramente recordarán las que tenían lugar en el embudo de Medrano 67, como coloquialmente se llamaba la Arena Coliseo, aquí en Guadalajara.
El colmo de la rivalidad llevaba a los luchadores a apostar su cabellera, sin embargo lo más preciado, era su verdadero rostro, oculto con una vistosa máscara. Por tanto lo que menos querían perder era la máscara, , repito, porque no mostraba a la gente su verdadero rostro sino una máscara.
La lucha libre viene a colación por los bochornosos espectáculos que hemos visto protagonizar en las sedes de los Diputados al Congreso Federal y del Senado de la República, convertidos en Pancracios donde las luchas son en super libre y sin réferi.
Escenas grotescas, como las que protagonizaron el fin de semana el Presidente del Senado, Gerardo Noroña y el líder de la bancada priísta Alejandro Moreno. Como pleito de cantina, de vergüenza. “Que no me grites”, “que no me pongas el dedo”, “que te sientes” “que no me siento”, “que te calles”, “que no me calles”, la carpa, lo grotesco. De vergüenza.
Este y otros muchos incidentes se han venido incrementando desde los últimos días de la administración del señor López Obrador y los primeros de la señora Claudia, con motivo de la llevada y traída reforma al poder judicial y el disparate de la supremacía de la constitución, disparate, porque surge con motivo del deficiente manejo y peor interpretación de este principio que por fortuna y a pesar de tantas alegatas sigue intocado, claro a menos que verdaderamente formen un congreso constituyente y nos pongan otra constitución.
Todo este sainete, ha permitido descubrir el verdadero rostro de los enmascarados del partido oficialista incluida su lideresa.
Todo el tiempo, se estuvo cacareando que sería el pueblo el que iba a elegir a los Jueces, Magistrados, Ministros y demás integrantes del Poder Judicial Federal porque era el derecho del pueblo, que el pueblo quita y el pueblo pone y que los legisladores oficialistas se encargarían de que prevaleciera la voluntad del pueblo, y el pueblo para aquí y el pueblo para allá, en el vocinglerío demagogo y populista, y de pronto se les cayeron las máscaras estrepitosamente.
Para empezar, ese “pueblo” que los eligió, es apenas la tercera parte del pueblo; dos terceras partes no los eligieron por lo que no pueden presumir que “el pueblo” fue el que los llevó al poder; por otra parte, el pueblo no elegirá a sus jueces sino los comités integrados por los ex enmascarados enquistados en el legislativo y en el ejecutivo; y después de haber perdido la máscara, todavía se la quieren volver a poner viéndonos la cara de sus cuates, con el pretexto de la mal llamada y peor entendida “supremacía constitucional” porque ésta sigue intocada en el artículo 133 de la Constitución y creen que la preservaron e incluso la fortalecieron con sus disparatadas reformas a los artículos 105 y 107.
Lo que en realidad hacen los ex encapuchados, es evitar que el pueblo, los ciudadanos, podamos hacer valer nuestros derechos elementales a través del amparo, de las acciones de inconstitucionalidad y de las controversias constitucionales, cuando se decreten reformas a la constitución que violen nuestros elementales derechos humanos y todo para dar paso a un estado onmnímodo, a un poder único y exclusivo, que en buen castellano se llama Dictadura. Esa es la realidad, no la que quieren contarnos y que a los iletrados los tiene apantallados.
Ya se quitaron la máscara, ya sabemos quiénes son. No se la pongan otra vez, porque rayan en lo ridículo; ofenden nuestra inteligencia.
Usted ya está desengañado, ya sabe quiénes son los que están atrás de las máscaras que se pusieron antes del 2 de junio de 2024 y se las acaban de quitar este primero de noviembre. Ya nos dieron a conocer su verdadera identidad, ¡fuera máscaras!
Muere la Democracia. No nos queda más: hay que mandarle decir sus misas Gregorianas, vestirnos de luto, Requiescat in pace y que Dios se apiade de nosotros.