Lo que pasó en nuestra infancia queda registrado como una cronología que explicaría por qué luchamos por lo que luchamos. En 2002 mi familia se mudó a Huentitán, yo tenía diez años, iba a la primaria en la tarde y al salir, mis compañeros y yo aprovechábamos los últimos rayos del sol para jugar fútbol en la cancha del parque mirador. Y es que de niño, solo quieres jugar. Esas “retas” eran aún mejor los días de lluvia porque podía “barrerme” y deslizarme por la cancha sin que se rompiera mi pantalón. El juego consistía en cinco contra cinco, solo dos goles; quienes perdían era remplazados por otro equipo que igual hacía “reta”. La mayoría de vecinos pasaron por allí sin distinción de edades. El fútbol era un pretexto para hacer amigos y la cancha se volvía el epicentro de reunión. Podría parecer un simple recuerdo, pero esos juegos le dieron un componente clave a mi vida, la cooperación.
Como una pirámide de naipes, cuando quitas una carta se puede destruir una parte o caer entera, cada espacio en la ciudad cumple una función. El problema es cuando empiezan a arrebarnos los espacios que son de todas y todos. Ante el despojo, la resistencia. No podemos esperar a que caiga la pirámide. Es evidente que Guadalajara se ha transformado para mal. En los últimos 20 años la calidad de vida ha disminuido para las familias, más aún para los niñas y los niños. ¿Qué historia contarán si les son negados los espacios de juego? Mientras el gobierno se dedique a hacer negocio con la ciuedad, es falso que quiera que vivamos mejor. Mientras sigan los pactos de corrupción entre el gobierno y las inmobiliarias para levantar torres donde antes se levantaban sueños, no nos irá bien.
Ahora que todas las canchas gratuitas de Huentitán, Lomas del Paraíso, Rancho Nuevo y Santa Isabel se perdieron, yo me pregunto ¿Cómo las nuevas generaciones van a adquirir nociones tan importantes como la cooperación? Ahora que la inseguridad y la frustración por la falta de justicia forman parte de la fotografía de Guadalajara, de esa imagen a la que le cortaron los árboles, yo me pregunto qué historias se contarán ahora. Unas muy distintas. Porque si el gobierno pone en primer lugar sus negocios por encima del tejido social, los más afectados serán las infancias. A las niñas y los niños les urge un lugar donde correr, jugar, celebrar y conocer amigos de su edad de manera libre, segura y sin dinero de por medio. Al barrio le urgen espacios para reconocernos entre vecinos, pasarla bien, bailar, jugar, solo así podremos tener una ciudad más amigable, más humana, más habitable.
Gracias al mal gobierno, la ciudad se ha convertido en un espacio donde para recrearte, compartir o conocer personas, solo es posible si tienes dinero. ¿Dónde quedó lo público? ¿Dónde el estado de bienestar? Clausuraron nuestras oportunidades, talaron nuestros árboles, nos volvieron espectadores del saqueo que le hacen a nuestra ciudad, a la ciudad de todas y todos. Prohibido quedó celebrar cumpleaños en los parques. Ya no se ven niños rompiendo piñatas o corriendo detrás de una pelota. Perdimos los espacios donde tomar café entre vecinos, cada quien con su termo. No esperamos que las autoridades nos entiendan, si ni siquiera escuchan. Asumen que todo ciudadano tiene dinero para pagar un café para sentarse a convivir con sus vecinos. Viven en su desconocimiento porque la mayoría de ellos crecieron en una realidad de privilegio, en su registro es normal pagar para acceder a un club deportivo o que todos los parques estén al nivel de los Colomos. Lo cierto es que mientras los gobernantes dejen la puerta abierta a la impunidad y la corrupción, a los pactos con los depredadores, nos tendremos que cuestionar: ¿en dónde jugarán los niños y las niñas?