Llevar el Día de Muertos a los establecimientos de educación pública constituye un acto de discriminación en agravio de los niños que, por negarse a participar en dicha celebración, son penalizados muchas veces en sus calificaciones.
¡Discriminar es un delito, sin importar en qué lugar ocurra la discriminación! Este ilícito cobra mayor gravedad si se comete en una escuela pública, donde los docentes deberían enseñar el respeto a la diversidad.
La educación laica busca erradicar la discriminación contra los niños que son excluidos por no participar en dicha tradición, por el hecho de que en la misma convergen rituales religiosos católicos, traídos por los frailes católicos a partir de la ilegal invasión de México por los españoles.
Los niños tienen todo el derecho de negarse a participar si una tradición religiosa es contraria a las creencias religiosas suyas y de sus padres.
Cuando se comenzó a imponer el catolicismo en México, en 1523, inició también la erradicación de la religión precolombina a través de la destrucción de los dioses aztecas, la demolición de los templos-teocalli y la incineración de innumerables códices prehispánicos de incalculable valor histórico.
A la par de esta lamentable acción depredadora, se comenzó a imponer el catolicismo a través de métodos que nada tenían que ver con una verdadera evangelización. Aun así, la religión impuesta en el siglo XVI no logró arrancar de la memoria de los indígenas su primera fe. Sustento mi afirmación con un fragmento del memorial escrito a la Audiencia de México por un grupo de obispos encabezados por Alfonso Montúfar, en 1565, que a la letra dice: “Es notorio a V.A. con cuánta facilidad estos indios nuevamente convertidos a nuestra santa fe católica, se vuelven a sus idolatrías, ritos, sacrificios y supersticiones…” (Ricard, 1976. Fondo de Cultura Económica).
No podemos negar que antes de la llegada de los españoles a México se celebraba una especie de culto a los muertos. Sin embargo, cuando la Iglesia católica monopolizó por la fuerza la mencionada festividad, los elementos católicos terminaron por absorber los prehispánicos.
Antes de la imposición del catolicismo en nuestro país, nuestros antepasados celebraban el día de muertos durante el “Tlaxochimaco” (Día de las flores), del 23 de julio al 11 de agosto de cada año. Continuaba la celebración en honor de los difuntos del 12 al 31 de agosto, con el “Xocotlhuetzi” (El fruto cae), en el que se realizaban ayunos por tres días en honor de quienes habían fallecido.
Observe usted bien las fechas, nada que ver con el 1 y el 2 de noviembre, días que fueron implantados por la Iglesia católica para conmemorar a los “Fieles Difuntos” y “Todos Santos”. Estas dos fechas “permanecen vigentes en el santoral católico, la primera como fiesta y la segunda como conmemoración”, refiere la escritora María del Carmen Vázquez Mantecón.
En lo que a mí respecta, debo señalar que nada tengo en contra de esta tradición, pues me precio de ser respetuoso de la libertad religiosa, un derecho fundamental de acuerdo con el cual cada persona es libre de profesar la creencia religiosa de su preferencia. Mi oposición no es contra la tradición religiosa como tal, sino al hecho de que en las escuelas se produzca una mezcla de lo religioso con lo educativo, y de que por esa mezcolanza se produzca un atentado en contra de la diversidad religiosa de los niños que concurren a las escuelas estatales.