/ lunes 21 de octubre de 2024

El Día de Muertos | Primera parte

Todos los seres humanos merecen respeto, al igual que sus creencias religiosas. Los niños tienen también derechos que deben ser respetados por todos, en la casa, en la calle y en las escuelas. Si la mayoría de ellos decide participar en una tradición religiosa como el Día de Muertos, muy respetable; si algunos no lo hacen, de la misma manera.

Por el respeto que merece la fe de los niños que asisten a una escuela pública, en el periodo histórico conocido como la República Restaurada (1867-1876) se creó la educación laica con el propósito de combatir las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios. Este modelo de educación se encarga de impedir que en los espacios de instrucción estatal se enseñe el catecismo, como se enseñó por mucho tiempo en el México confesional.

Fue justamente en el tiempo de Benito Juárez García cuando éste dijo: “Los gobiernos civiles no deben tener religión, porque siendo su deber proteger la libertad que los gobernados tienen de practicar la religión que gusten adoptar, no llenarían fielmente ese deber si fueran sectarios de alguna.”

Actualmente, la fracción II del artículo 3º de la Constitución de 1917 plantea que la educación que imparte el Estado “será laica y, por tanto, se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”.

Lamentablemente las cosas no siempre se hacen como ordena la ley. Lo digo porque, salvo honrosas excepciones, en la mayoría de las escuelas públicas de nuestro país se instalan altares y ofrendas en honor de los muertos. El argumento que se esgrime es que el Día de Muertos es una tradición prehispánica que debe preservarse e inculcarse a los niños.

Los defensores de esta tesis ignoran a propósito que los frailes católicos que llegaron a México, entre 1519 y 1521, traían la misión de imponer el catolicismo en nuestro territorio, y que “su misión jamás contempló la preservación de las tradiciones y creencias de nuestros antepasados, sino la destrucción sistemática de todo lo que tuviera relación con el culto, la historia y las antigüedades de los pueblos indígenas”.

Los autores del libro “¡Vívelo!: Beginning Spanish”, dejan constancia de la fusión sincrética que dio origen a esta arraigada tradición:

"Cuando llegaron los españoles en el siglo XVI, decidieron conservar algunos aspectos de estos festivales indígenas pero cambiaron otros para que coincidieran con las fiestas católicas de Todos los Santos (All Saints' Day) y el Día de los Difuntos (All Souls' Day) que se celebraba el primero y el dos de noviembre, respectivamente. Hoy en día, se puede ver cómo se combinaron los festivales mexicas y las fiestas católicas porque en muchos lugares, el primero de noviembre se conmemora a los niños muertos mientras que el dos de noviembre se conmemora a los adultos".

Así que, llevar esta tradición religiosa a las escuelas públicas, es pasar por alto la estricta prohibición constitucional de la religión en la educación de los niños y jóvenes.

Todos los seres humanos merecen respeto, al igual que sus creencias religiosas. Los niños tienen también derechos que deben ser respetados por todos, en la casa, en la calle y en las escuelas. Si la mayoría de ellos decide participar en una tradición religiosa como el Día de Muertos, muy respetable; si algunos no lo hacen, de la misma manera.

Por el respeto que merece la fe de los niños que asisten a una escuela pública, en el periodo histórico conocido como la República Restaurada (1867-1876) se creó la educación laica con el propósito de combatir las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios. Este modelo de educación se encarga de impedir que en los espacios de instrucción estatal se enseñe el catecismo, como se enseñó por mucho tiempo en el México confesional.

Fue justamente en el tiempo de Benito Juárez García cuando éste dijo: “Los gobiernos civiles no deben tener religión, porque siendo su deber proteger la libertad que los gobernados tienen de practicar la religión que gusten adoptar, no llenarían fielmente ese deber si fueran sectarios de alguna.”

Actualmente, la fracción II del artículo 3º de la Constitución de 1917 plantea que la educación que imparte el Estado “será laica y, por tanto, se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”.

Lamentablemente las cosas no siempre se hacen como ordena la ley. Lo digo porque, salvo honrosas excepciones, en la mayoría de las escuelas públicas de nuestro país se instalan altares y ofrendas en honor de los muertos. El argumento que se esgrime es que el Día de Muertos es una tradición prehispánica que debe preservarse e inculcarse a los niños.

Los defensores de esta tesis ignoran a propósito que los frailes católicos que llegaron a México, entre 1519 y 1521, traían la misión de imponer el catolicismo en nuestro territorio, y que “su misión jamás contempló la preservación de las tradiciones y creencias de nuestros antepasados, sino la destrucción sistemática de todo lo que tuviera relación con el culto, la historia y las antigüedades de los pueblos indígenas”.

Los autores del libro “¡Vívelo!: Beginning Spanish”, dejan constancia de la fusión sincrética que dio origen a esta arraigada tradición:

"Cuando llegaron los españoles en el siglo XVI, decidieron conservar algunos aspectos de estos festivales indígenas pero cambiaron otros para que coincidieran con las fiestas católicas de Todos los Santos (All Saints' Day) y el Día de los Difuntos (All Souls' Day) que se celebraba el primero y el dos de noviembre, respectivamente. Hoy en día, se puede ver cómo se combinaron los festivales mexicas y las fiestas católicas porque en muchos lugares, el primero de noviembre se conmemora a los niños muertos mientras que el dos de noviembre se conmemora a los adultos".

Así que, llevar esta tradición religiosa a las escuelas públicas, es pasar por alto la estricta prohibición constitucional de la religión en la educación de los niños y jóvenes.