Óscar Abrego
El tiempo se puso de lado de mi tremenda decepción. Desde hace más de un año, en este espacio, aseguré que el presidente nos llevaba al desastre y así está ocurriendo.
No pocos lectores consideraron que exageré cuando sostuve que, al margen de su popularidad, pasará a la historia como el peor mandatario. Y es que es cierto, difícil era superar a Díaz Ordaz, López Portillo o Carlos Salinas; sin embargo, Andrés Manuel López Obrador lo está logrando.
Hagamos una síntesis de asignaturas que deberán atenderse en la agenda una vez que abandone Palacio Nacional, en virtud del colosal daño que ha ocasionado en lo que va de este calamitoso sexenio:
Arrebatar a los altos mandos del ejército los grandes negocios que les fueron otorgados, así como la administración de obras y empresas que jamás debieron tener bajo su control; devolver a México la esperanza de reencontrar algo de paz en medio de la tragedia de los feminicidios, desapariciones forzadas y homicidios dolosos; procurar la conciliación mediante el respeto a quien piense u opine distinto a los que ostentan el poder público; renunciar a las consideraciones amorosas que se le guarda a la delincuencia organizada; brindar seguridad a las miles de comunidades que fueron abandonadas a su suerte durante el obradorato; reconquistar la dignidad y el respeto de las fuerzas armadas; armonizar los vínculos con nuestros socios y vecinos del norte; combatir -en serio- la corrupción e impunidad banalizada en estos cuatro años; impulsar la ciencia y tecnología como columnas centrales del progreso; otorgar amplios presupuestos a la educación y salud, ya que son los ejes básicos del bienestar común; apoyar a las madres trabajadoras con el retorno de estancias infantiles; implementar medidas de contención contra la carestía y el desplome de la economía; eliminar el espionaje y hostigamiento a las organizaciones de la sociedad civil con el ánimo de volver a estimular su activismo en los asuntos clave de la colectividad; suministrar de forma completa y gratuita medicamentos para niños y la población de bajos ingresos; y ante todo, imponer una narrativa de mesura y responsabilidad que exige la investidura presidencial.
El López Obrador de la transformación se esfumó. Ya no existe. Hoy somos millones los que a la luz de su insoportable incongruencia, nos sentimos avergonzados por haberlo llevado a la victoria.
Andrés Manuel, a poco más de dos años para que concluya su gestión, dejará una estela de caos. Es un hombre que lejos de sacudirse el odio y los rencores, opta por hacer uso de éstos con el único propósito de salvaguardar el cariño que le brinda el “mercado” electoral que él mismo creó. Se trata de un amplísimo segmento de mexicanos resentidos por los pésimos gobiernos de antaño y la necesidad de justificar su desgracia culpando al pasado.
AMLO siempre mira para atrás y hacia allá nos está jalando. Es incapaz de tolerar el desarrollo de las personas y su crecimiento económico porque eso atenta contra su ansiosa obsesión de continuar arriba del seis por ciento en la aprobación ciudadana que se manifiesta en las encuestas.
Pero seamos serios. Hoy, que gracias a los hackers de Guacamaya Leaks, conocimos algunos “secretos” de la salud de López Obrador, debemos preguntarnos si está en condiciones de seguir al frente del ejecutivo federal. Cualquier estudiante de medicina sabe que el cóctel de medicamentos que toma a diario a fin de evitar un infarto o combatir sus males renales, alteran –en menor o mayor medida- su criterio y estado emocional.
Es por ello que ahora nos explicamos porqué percibe un mundo que es incompatible con la realidad y suele desconcertarnos con improvisaciones y nuevas ocurrencias cada semana desde el podio mañanero.
Especialistas en la materia que consulté vía telefónica, me confirman que la ingesta de tanta medicina trae como consecuencia el deterioro de la interpretación del entorno, ocasionando por ejemplo -para el caso que nos ocupa- la normalización de la criminalidad o la trivialización de las masacres.
Así pues, la renuncia de Tatiana Clouthier (antes las de Germán Martínez, Carlos Urzúa, Javier Jiménez, Alfonso Romo y Julio Scherer) es resultado de un gabinete desorientado y confundido, cuyo líder está sumido en el delirio y la paranoia.
Entonces, el desafío que viene tras las elecciones del 2024 es gigantesco. Quien se siente en la silla grande encontrará una nación dividida, enfrentada y aturdida.
Las autoridades que lleguen, sean o no emanadas de Morena, recogerán del suelo un rompecabezas muy complejo de armar. La instauración de un modelo que cohesione a la sociedad requerirá de algo más que talento y paciencia. Nos retará a todas y a todos, pues será en extremo complicado lograr la concordia después de este oscuro periodo de incompetencia, denostación y vendettas.
Mientras tanto, por desgracia, continuará la devastación obradorista de las instituciones del Estado mexicano.
@oscarabrego111
@DeFrentealPoder
*Óscar Ábrego es empresario, consultor en los sectores público y privado, escritor y analista político.