Ahora que nos encontramos en la estación otoñal del sexenio, vale la pena comenzar a formular una serie de cuestionamientos con respecto a la reparación del daño que ha sufrido el país en lo que va de este régimen.
Es cierto, la insoportable deshonestidad e incompetencia de la clase gobernante, son males añejos en la vida nacional; de hecho, no es necesario que vayamos tan lejos para confirmarlo, basta con voltear a ver las infaustas administraciones encabezadas por Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
Sin embargo debemos admitir –incluso quienes apoyamos durante muchos años las causas obradoristas- que nada en la historia moderna se compara con el desastre que ha provocado esta presidencia.
Andrés Manuel será recordado como el mandatario que dinamitó los cimientos sobre los que pudimos haber edificado instituciones sólidas y duraderas.
Pero no sólo eso, sino que en los registros de la memoria no oficial, será señalado por haber inaugurado la época en que el crimen organizado se apropió del destino de millones de familias, y con ello, permitir que la delincuencia sometiera al poder constitucional para ejercer un dominio casi total en bastantes municipios.
Hagamos algunas preguntas. ¿Cómo podremos retomar la fraternidad entre nosotros una vez que López Obrador abandone Palacio Nacional y demos por clausurada su puesta en escena? ¿Contaremos con algún recurso – aunque sea mercadológico- que nos devuelva el espíritu de conciliación y elimine los residuos de su narrativa violenta y fragmentaria?
El sucesor –ojalá que sea Marcelo Ebrard-, ¿tendrá la capacidad de convencernos, por el bien de las futuras generaciones, que tenemos la apremiante necesidad (por no decir obligación patriótica) de recuperar el tiempo perdido a fin de diseñar una visión de prosperidad, y así alinearnos con los criterios del mundo vanguardista?
¿Con qué estrategias se repondrá la tranquilidad de la población? ¿Cuáles argumentos se utilizarán para decirles que “ya se les acabó el negocio” a esos mandos militares que hoy acumulan buenas fortunas gracias de las inútiles y gravosas obras bananeras como el AIFA y Dos Bocas, símbolos verecundos de la cuatro té?
¿Cómo sanar el dolor de miles de madres que ocasiona la máxima “abrazos, no balazos”, escrita ya con letras de sangre?
El desafío que viene tras las elecciones del 2024 es enorme. Quien se siente en la silla grande recibirá una nación dividida, o peor aún, enfrentada y aturdida.
Las autoridades que lleguen, sean o no emanadas de Morena, recogerán del suelo pedazos de un rompecabezas muy complejo de armar. La instauración de un modelo que fusione a la sociedad en su conjunto requerirá de algo más que talento y paciencia. Nos retará a todas y a todos, pues será en extremo complicado lograr la concordia después de este oscuro periodo de odio, denostación y venganzas.
Así las cosas, la agenda se llamará reconstrucción.
Habrá que devolver a México la esperanza de reencontrar algo de paz; de contener la tragedia de los feminicidios, desapariciones forzadas y homicidios dolosos; de respetar a quien piense u opine distinto a los que ostentan el poder público; de renunciar a las consideraciones que se le guarda a las mafias; de brindar seguridad a las miles de comunidades que fueron abandonadas a su suerte; de reconquistar la dignidad de las fuerzas armadas; de armonizar los vínculos con nuestros socios y vecinos del norte; de combatir en serio la corrupción e impunidad; de impulsar la ciencia y tecnología como columnas centrales del progreso; de otorgar amplios presupuestos a la educación y salud, ya que son los ejes básicos del bienestar común; de apoyar a las madres trabajadoras con el retorno de las estancias infantiles; de implementar medidas de contención contra la carestía y el desplome de la economía; de atender y suministrar de forma gratuita medicamentos para niños y personas de la tercera edad; pero ante todo, de recobrar la mesura y responsabilidad que impone la investidura presidencial.
Mientras tanto, en medio de la calamidad y la ineptitud de este gobierno, por desgracia continuará la devastación del Estado mexicano.