Óscar Abrego
La irrupción de la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (CATEM) ha provocado todo tipo de reacciones en el país, aunque en el caso específico de Jalisco, genera temor y desconcierto. ¿Por qué? Pues porque algunos de los dirigentes del movimiento sindical en nuestra entidad pactaron desde noviembre pasado un frente común -e incondicional- con el gobernador Enrique Alfaro para encarar al presidente Andrés Manuel López Obrador y a su delegado, Carlos Lomelí Bolaños, cosa que en la actualidad los deja muy mal parados, sobre todo ante el avasallante crecimiento de la precitada organización obrera, que de modo claro y evidente, está vinculada al cambio de régimen.
El miedo afloró cuando de forma casi inesperada, Alfaro Ramírez dio un viraje radical en su relación con el Ejecutivo federal. Y es que el 14 de febrero marcó un antes y un después en el trato entre ambos mandatarios; así, los autoproclamados líderes obreros que le prometieron amor eterno al gobernador, se quedaron en el limbo. Incluso, en medio de la confusión y el susto, hubo quien de inmediato buscó una cita con el delegado de Programas de Desarrollo del Gobierno federal, para ponerse a disposición del nuevo orden geo-político… Pero que no cunda el pánico, claro que no seré yo quien ventile nombres y apellidos, lo prometo.
Lo que sí puedo referir, es que al momento en que redacto esta colaboración, prevalece la consternación en ciertos espacios corporativistas al no poder descifrar los nuevos tiempos y comprender la expresión democrática que encabeza el Senador Pedro Haces Barba a nivel nacional, y Rubén Vázquez en el plano local.
Pero hay más, en la otra arena, la sorpresiva aparición del Consejo Estatal de Empresarios de Jalisco (CEEJ) –cuya membresía ya alcanza los 300 integrantes- incomodó a personajes del sector patronal porque sacudió el estatus quo que mantenían en su dócil relación con el poder público.
La llegada de este organismo, nutrido con hombres y mujeres de empresa que no buscan la foto ni saciar apetitos egocéntricos, ha llamado poderosamente la atención porque desde su nacimiento colocó en la mesa una agenda estratégica de trabajo y resultados. A cuatro meses de su nacimiento, no sólo ha signado importantes convenios de colaboración e intercambio comercial con sus pares de la República Cooperativa de Guyana y Los Ángeles, California, sino que además es el único ente productivo de la región que trabaja de la mano con la Secretaría de Economía en proyectos de gran calado, gracias a la gestión de Carlos Lomelí y otros funcionarios del Gobierno federal.
Una vez expuesto lo anterior, bien vale la pena preguntarse si fue un error sumarse a una declaratoria de guerra contra la presidencia de la República de manera prematura, más cuando todo pudo haberse resuelto por la vía del diálogo y la conciliación. Habrá pues que reflexionar sobre aquella escena del 22 de noviembre, en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, y cuestionarse si más bien no se trató de una pésima postal.
Desde hace años sostengo que la política es el arte de construir alianzas, de ahí que esa experiencia, la de respaldar batallas perdidas y sin sentido, cae en el supuesto de la precipitación y la estulticia. Si nadie gana con la división, mucho menos con la confrontación.
Ahora que las encuestas ubican a López Obrador en una posición cómoda para implementar su idea de nación, y que el tiempo está colocando a cada quien en su lugar, nos vendría muy bien hacer un alto en el camino y deliberar respecto de esa necia costumbre que se tiene de buscar la radicalización a partir del chisme, la estridencia y el bisbiseo.
A nuestro Estado le ha hecho mucho daño ese vulgar estilo con que procesamos los retos y desavenencias. Me parece que es buen tiempo para elevar el nivel de nuestra convivencia social y política. Yo no creo que las vacas sagradas del sector industrial o quienes se ostentan como luchadores sociales o líderes de opinión tengan las respuestas a todas las preguntas. Es un absurdo que raya en lo cómico.
Soy de los que aplaude el hecho de que Enrique Alfaro y López Obrador hayan tendido puentes de entendimiento para el bien de Jalisco, porque es lo mínimo que debemos esperar de ellos; pero también soy de los que no puede admitir que la obediencia y sumisión de unos cuantos, fomente la discordia y el enfado entre los ciudadanos.