/ miércoles 26 de junio de 2024

Bastón, relevo y estafeta

Las transiciones presidenciales en México han sido objeto de comentarios y especulaciones de todo tipo. Desde los inicios del partido único, el arte de la nigromancia política pretende interpretar gestos públicos, privados, verbales y hasta corporales como signos del futuro político del país. Hoy en 2024, el partido que pergeñó ese orden (el PRI) está en vías de desaparición. Ese arte, sin embargo, persiste.

El presidente saliente López Obrador, como lector de historia, conoce bien esto y ha hecho un hábil uso de símbolos tales como la entrega del bastón de mando a Claudia Sheinbaum, que es por igual un gesto a los pueblos originarios como una transformación de los rituales palaciegos que antes caracterizaban la sucesión presidencial. Tan pública fue la sucesión presidencial, que AMLO se reunió con los entonces aspirantes en un restaurante fuera del Palacio Nacional. A puerta cerrada, sí, pero afuera del palacio.

Sin embargo, la obsesión de los liberales con la silla hiper presidencial busca señales mágicas por doquier de las instrucciones invisibles que López Obrador habría de mandarle a Claudia Sheinbaum. Esos opinadores solo conocen ese estilo de gobernar, no imaginan otra cosa. En vez de interpretar las mañaneras como la manera de generar un proyecto político, un discurso y acciones gubernamentales que trasciendan más de un sexenio, solo se imaginan al futuro expresidente Obrador “dictándole la plana” a Claudia.

Cuando no buscan esas señales inexistentes que comprobarían que esta transición es como las de antaño, buscan rupturas posibles por la reforma judicial. Coordinar una reforma de este tamaño entre presidente saliente y presidenta entrante es difícil, por la enorme aprobación popular que tiene la reforma, por la gran expectativa que ha levantado y por lo que implica ejercer una gran mayoría legislativa. Como se haga la entrega de ese relevo de agenda legislativa sí sentará un precedente. De ahí nació la necesidad de nombrar coordinadores de ambas cámaras a operadores políticos y legislativos con amplia experiencia y capacidad.

Por otro lado, entre sectores de la izquierda se barajan expectativas respecto a qué tanto cederá Sheinbaum a los grandes intereses económicos nacionales e internacionales. Las frecuentes reuniones de la virtual presidenta Sheinbaum con representantes de intereses corporativos, grandes capitales y transnacionales obedecen a una especie de “socialización de élites” al plan de gobierno y su concepto de prosperidad compartida.

Acompañada de una figura joven del mundo de los negocios, Sheinbaum recorre los mismos foros que en algún momento el presidente tuvo que recorrer de la mano de una suerte de traductora (¿quién no recuerda los pejenomics
del colectivo Abre más los ojos?). El mismo rol de traducción de la 4T lo tuvo Alfonso Romo durante un tiempo, durante la presidencia de López Obrador, para luego pasarle ese rol a Tatiana Clouthier.

Además, recordemos que el presidente López Obrador no dejó de acudir a las Convenciones Bancarias, eventos oligárquicos donde anteriormente se orquestaba una oposición económica a la 4T. Tampoco se disculpó jamás en dichos foros por sus acciones de gobierno, planes futuros o la agresiva recaudación fiscal que emprendió.

Estamos viendo una transición presidencial cuyo mayor inconveniente ha sido una inestabilidad cambiaria temporal. El superpeso logró recuperarse porque, para usar el argot neoliberal, los factores fundamentales de la economía (los fundamentals) siguen siendo sólidos. La entrega de la estafeta política sucedió poco tiempo después de las iniciativas de ley llamados Planes A, B y C. La oposición no logró identificar eso, pensando que el fracaso inicial de esas reformas fue un triunfo, cuando en realidad fue dicho impedimento lo que energizó a la base obradorista a votar en masa y en cascada. El Plan C fue originalmente político. La oposición lo confundió con solo “una reforma” que le habían detenido al presidente López Obrador. Claudia Sheinbaum triunfó en alguna medida por ello y seguramente sabrá cómo orquestar dicha reforma de principio a fin.

Claudia Sheinbaum todavía no entrega a sus detractores ningún error para que hagan política con él por el simple hecho de que todavía no comienza a gobernar. Sin embargo, la seriedad con la que la toman los opositores, atizando miedo a cada oportunidad, es signo de que perciben el potencial que puede tener un gobierno que ponga la técnica al servicio de las mayorías.

Nombramientos como el de Pepe Merino lo confirman – la virtual presidenta actuará de manera frontal en campos considerados sagrados o exclusivos de la técnica neoliberal. Si logra hacerlo con éxito, el proyecto transformador habrá vencido a los conservadores en su propio refugio, que es la ciencia y técnica de élites, el conocimiento para el lucro y privatizado. El anuncio de una Secretaría de la Ciencia confirma que Sheinbaum irá al asalto por ese camino. Ese es un acierto de Sheinbaum ganado incluso antes de comenzar a gobernar: reivindicar la técnica, la eficiencia y la innovación desde lo público.

Las transiciones presidenciales en México han sido objeto de comentarios y especulaciones de todo tipo. Desde los inicios del partido único, el arte de la nigromancia política pretende interpretar gestos públicos, privados, verbales y hasta corporales como signos del futuro político del país. Hoy en 2024, el partido que pergeñó ese orden (el PRI) está en vías de desaparición. Ese arte, sin embargo, persiste.

El presidente saliente López Obrador, como lector de historia, conoce bien esto y ha hecho un hábil uso de símbolos tales como la entrega del bastón de mando a Claudia Sheinbaum, que es por igual un gesto a los pueblos originarios como una transformación de los rituales palaciegos que antes caracterizaban la sucesión presidencial. Tan pública fue la sucesión presidencial, que AMLO se reunió con los entonces aspirantes en un restaurante fuera del Palacio Nacional. A puerta cerrada, sí, pero afuera del palacio.

Sin embargo, la obsesión de los liberales con la silla hiper presidencial busca señales mágicas por doquier de las instrucciones invisibles que López Obrador habría de mandarle a Claudia Sheinbaum. Esos opinadores solo conocen ese estilo de gobernar, no imaginan otra cosa. En vez de interpretar las mañaneras como la manera de generar un proyecto político, un discurso y acciones gubernamentales que trasciendan más de un sexenio, solo se imaginan al futuro expresidente Obrador “dictándole la plana” a Claudia.

Cuando no buscan esas señales inexistentes que comprobarían que esta transición es como las de antaño, buscan rupturas posibles por la reforma judicial. Coordinar una reforma de este tamaño entre presidente saliente y presidenta entrante es difícil, por la enorme aprobación popular que tiene la reforma, por la gran expectativa que ha levantado y por lo que implica ejercer una gran mayoría legislativa. Como se haga la entrega de ese relevo de agenda legislativa sí sentará un precedente. De ahí nació la necesidad de nombrar coordinadores de ambas cámaras a operadores políticos y legislativos con amplia experiencia y capacidad.

Por otro lado, entre sectores de la izquierda se barajan expectativas respecto a qué tanto cederá Sheinbaum a los grandes intereses económicos nacionales e internacionales. Las frecuentes reuniones de la virtual presidenta Sheinbaum con representantes de intereses corporativos, grandes capitales y transnacionales obedecen a una especie de “socialización de élites” al plan de gobierno y su concepto de prosperidad compartida.

Acompañada de una figura joven del mundo de los negocios, Sheinbaum recorre los mismos foros que en algún momento el presidente tuvo que recorrer de la mano de una suerte de traductora (¿quién no recuerda los pejenomics
del colectivo Abre más los ojos?). El mismo rol de traducción de la 4T lo tuvo Alfonso Romo durante un tiempo, durante la presidencia de López Obrador, para luego pasarle ese rol a Tatiana Clouthier.

Además, recordemos que el presidente López Obrador no dejó de acudir a las Convenciones Bancarias, eventos oligárquicos donde anteriormente se orquestaba una oposición económica a la 4T. Tampoco se disculpó jamás en dichos foros por sus acciones de gobierno, planes futuros o la agresiva recaudación fiscal que emprendió.

Estamos viendo una transición presidencial cuyo mayor inconveniente ha sido una inestabilidad cambiaria temporal. El superpeso logró recuperarse porque, para usar el argot neoliberal, los factores fundamentales de la economía (los fundamentals) siguen siendo sólidos. La entrega de la estafeta política sucedió poco tiempo después de las iniciativas de ley llamados Planes A, B y C. La oposición no logró identificar eso, pensando que el fracaso inicial de esas reformas fue un triunfo, cuando en realidad fue dicho impedimento lo que energizó a la base obradorista a votar en masa y en cascada. El Plan C fue originalmente político. La oposición lo confundió con solo “una reforma” que le habían detenido al presidente López Obrador. Claudia Sheinbaum triunfó en alguna medida por ello y seguramente sabrá cómo orquestar dicha reforma de principio a fin.

Claudia Sheinbaum todavía no entrega a sus detractores ningún error para que hagan política con él por el simple hecho de que todavía no comienza a gobernar. Sin embargo, la seriedad con la que la toman los opositores, atizando miedo a cada oportunidad, es signo de que perciben el potencial que puede tener un gobierno que ponga la técnica al servicio de las mayorías.

Nombramientos como el de Pepe Merino lo confirman – la virtual presidenta actuará de manera frontal en campos considerados sagrados o exclusivos de la técnica neoliberal. Si logra hacerlo con éxito, el proyecto transformador habrá vencido a los conservadores en su propio refugio, que es la ciencia y técnica de élites, el conocimiento para el lucro y privatizado. El anuncio de una Secretaría de la Ciencia confirma que Sheinbaum irá al asalto por ese camino. Ese es un acierto de Sheinbaum ganado incluso antes de comenzar a gobernar: reivindicar la técnica, la eficiencia y la innovación desde lo público.